Desde De la gramatología, texto fundacional en la obra derridiana, se instala en el medio filosófico la idea de que Derrida concebiría la posibilidad de una escritura que antecediera al habla. Derrida ha explicado muchas veces que nunca afirmó que la escritura, entendida en sentido estricto, podría ser anterior a la palabra hablada; lo cual es un absurdo si pensamos, por ejemplo, en la escritura fonética, de la cual el mismo Derrida dice que “tiene precisamente como principio funcional el de respetar y proteger la integridad del 'sistema interno' de la lengua”. Sin embargo, la idea derridiana de la archiescritura nos hace pensar en una escritura que tuviera algo de originaria, aún a pesar de su objeción a pensar en términos de origen. Este es uno de los puntos más resistidos por Lacan. Entiendo la noción de archiescritura como una suerte de axioma, una declaración de principios por medio de la cual Derrida defiende el valor de llamarle escritura a todo lenguaje, o colocarla como condición de posibilidad del lenguaje, puesto que nada habría como la escritura para subrayar el carácter siempre derivado, siempre disyunto de todo intento de representación por parte del humano respecto del “objeto de la realidad”. Pero esta declaración derridiana, llevada al terreno de la concepción del aparato psíquico, ya no es un axioma o una provocación sino que constituye una forma precisa de entender lo psíquico: se trata para él, en consonancia con Freud, de escrituras, marcas, trazos, huellas. Mientras, Lacan no deja de insistir, dirigiéndose implícitamente a Derrida: “Que Freud diga que el sueño es un rebus no me hará desistir un solo instante de afirmar que el inconsciente está estructurado como un lenguaje”.  L.Frucella.