De entrada, ¿cómo definiría ‘Besos humanos’: una antología de sus relatos, un tratado de la frialdad o de la crueldad?
‘Besos humanos’ es el resultado de un trabajo del crítico Ignacio Echevarría en el que selecciona, ordena y epiloga textos míos éditos e inéditos para que sean publicados en una editorial, Anagrama, distinta, en cuanto a tirada y difusión, de las que de modo habitual recogen mis escritos breves en prosa. ¿Con frialdad?, quizá con asepsia.
¿Qué le debe a usted, en cuanto a selección, organización y estructura el libro?
Echevarría, como editor en términos anglosajones, me pasa el manuscrito final para que yo lo sancione, pero la idea de cómo ha de ser el ‘artefacto’ es solo suya. Incluso una cuestión a menudo pantanosa y sobre la que puede haber surgido cierta disparidad, la consideración como inéditos de textos no publicados en papel pero sí en digital, no va a condicionar la presencia de ningún texto por su carácter más o menos virginal.
¿En qué medida este libro podría ser una síntesis de sus temas?
En gran medida lo es. ‘Besos humanos’ recoge muchos de mis temas habituales, pero, yo diría que más que una síntesis de temas es una síntesis de estilos; desde el aforismo a la ponencia congresual, desde los ‘casos’, esos textos breves en prosa, de notable carga onírica, que se prodigan en mi blog, hasta relatos convencionales en su extensión y poemas que gráficamente parecen prosas pero son vocacionalmente poesía.
Sus libros acostumbran a llevar peculiares títulos. ¿Por qué en esta ocasión recurre a ‘Besos humanos’?
En Madrid, en el año 2008, negociando duramente con empresarios chinos la posible introducción en su mercado de una de las más conocidas marcas vinícolas del Somontano oscense, me pareció que uno de nuestros abogados, Antonio Erena Camacho, en un intento meritorio pero infecundo de expresarse en mandarín, utilizaba un sintagma que sonaba así: ‘Besos humanos’.
¿Cuáles son sus poderes: la bestialidad, la inclinación al crimen, la escatología o el hecho mismo de devolver la vida a algunos monstruos?
Mi poder es la curiosidad, el estar en permanente estado de vigilia, una actitud, sin duda fundamental para seguir vivo, y que, además, permite procesar las señales que emiten las más tiernas criaturas, del averno y de lo cotidiano, a las que siempre atiendo.
Uno de los textos se titula ‘El mirón’. Se diría que Ferrer Lerín es un perfecto espía y un fetichista.
A veces me pregunto si hubiera podido ser otra cosa que observador de aves. En este sublime oficio convergen la postura erguida, fundamental para la salud emocional, y el contacto crítico con la naturaleza, también llamado distancia ornítica, la que permite descubrir la presencia lejana de aves para de inmediato identificarlas con aparatos ópticos.
Aparece varias veces en forma onírica, como si fuera otro. ¿Le gusta desdoblarse?
Juego una vez al día al tute perrero. Me desdoblo en cuatro jugadores, aunque el que da las cartas no participa en la jugada. Juego (jugamos) durante la cena, imaginando naipes y sus combinaciones.
¿Existen los monstruos? ¿Andan por ahí o son una creación de nuestros terrores?
La anomalía casi siempre es contemplada desde el desprecio o, como mucho, desde el estudio científico; artes divagatorias poco recomendables, porque el monstruo anida en nosotros mismos y nadie querría tirar piedras contra su propio tejado. Recomiendo el recogimiento, la espera, la atención puesta en las variaciones, al principio mínimas, que experimenta nuestro rostro o incluso la piel del dorso de nuestras manos a medida que transcurren los años; en esas leves mutaciones se esconden las garras del monstruo que pugna por emerger, y acabará devorándonos.
¿Qué le debe a Drácula, que viaja por el libro?
Para mí Drácula son las cubiertas del libro de Bram Stoker en la cochambrosa edición mexicana que guardo en mi biblioteca. Como ocurre con muchos de los hitos de la literatura, el contenido no responde a las expectativas; se trata sólo de una buena idea que no fue literariamente bien plasmada; la novelita nunca conseguí terminarla.
¿Qué le asusta?
La muerte, mi muerte, o más exactamente los preámbulos de la misma. Las residencias de ancianos, el trato de los enfermeros, la agonía, la sensación de inutilidad y sinsentido que se va generando al envejecer. Lo irreversible.
¿Quién le ha aportado más: Kafka, Borges, Sheridan Le Fanu o Lem?
Sheridan Le Fanu y Lem no me han aportado nada porque apenas me he acercado a ellos. Kafka ha trascendido ya definitivamente de lo literario para convertirse en paradigma de casi todo. Borges sigue siendo mi referencia aunque tanto me he dejado influir por él que ya dudo de si los aportes son suyos o son míos.
El sexo siempre está presente. ¿Cuál es su visión?
He entrado en una etapa en la que empiezo a desconfiar del sexo, y no digamos de las personas que hacen gala de su consumo desmedido. Mi relación con la experiencia sexual, todavía centrada en la figura femenina, ha sufrido un traslado, quizá un cambio en sus objetivos; me horroriza la idea del cuerpo a cuerpo, de los contactos gimnásticos y sudorosos; me encanta ahora solicitar permiso para acariciar a una mujer por encima de la ropa, y, si lo obtengo, ya en el paroxismo, sujetarla por el brazo para que, por ejemplo, cruce segura el paso de cebra.