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Una biografía rescata de las sombras a Camilo, el compañero inseparable de Ocaña y Nazario. El trío andaluz se convirtió en una leyenda irrepetible de los años de la transición
acec8/1/2019



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Hace una porrada de años, cuando la plaza Reial y alrededores eran el Bronx, llegaron a la ciudad, cada cual por su lado, tres personajes que acabaron convirtiéndose en leyenda de un tiempo irrepetible. Originales, artistas, despendolados, locazas, los tres aterrizaron aquí en los años 70 huyendo de sus respectivos pueblos andaluces para, entre otras cuestiones, vivir su identidad sexual en plenitud. Nazario, Ocaña y Camilo, cogidos del brazo, Rambla arriba, "¡neeeena!, guaaaapa!". Un triunvirato en que el poderío de los dos primeros dejó al tercero, Camilo, eclipsado, como un actor de reparto en una peli en blanco y negro. Han tenido que pasar 25 años para poner remedio al asunto.


El caso es que Biblioteca Secreta, una colección de libros setenteros promovida por el Ayuntamiento, acaba de publicar la primera monografía dedicada al pintor, actor y modelo Camilo Cordero (Moguer, Huelva, 1953–1994), obra de dos paisanos, el poeta Antonio  Orihuela y el artista visual Isaías Griñolo, después de cuatro años de pesquisas y entrevistas a quienes mejor lo conocieron. Se titula Camilo, és perillós abocar-se, y lo presentaron el viernes pasado en el Ateneu Barcelonès, auspiciados por la ACEC (Associació Col.legial d'Escriptors de Catalunya. Como era el día de las inocentadas, me temí lo peor hasta que respiré cuando vi asomar al escritor David Castillo, Presidente de la ACEC y codirector de la colección, para ejercer de maestro de ceremonias.


Puro barroco andaluz

Durante la presentación, en la que aparecieron también Nazario, Mariscal, la fotógrafa Marta Sentís y otros protagonistas de aquellos años frescos y libérrimos, estuvo muy oportuno Castillo al comparar la llegada del terceto transgresor con la del rock andaluz que los acompañó en el tiempo, grupos que, como Smash, Triana o Medina Azahara, le echaron un poco de ajilimójili a la escuela layetana. El trío fue puro barroco andaluz vertido sobre la Barcelona del tardofranquismo, donde tal vez la cultura del PSUC se había impuesto con demasiada seriedad y rigidez. 


Si José Pérez Ocaña (Cantillana, 1947 – Sevilla, 1983) y Nazario Luque Vera (Castilleja del Campo, Sevilla, 1944) trascendieron en el arte —Anarcoma fue el primer travesti de la historia del cómic—, se debió a que trabajaban como mulos entre farra y farra, después de las noches en el London, el Zeleste o el Magic. En cambio, Camilo, el más guapo, el estiloso, viscontiniano y lánguido, el que movía las manos como bandadas de palomas, pasó sin dejar rastro, casi de puntillas, en parte por su pereza de siesta en agosto. Como dice su amigo Nazario, el ocurrente y divertido Camilo era una especie de gato de angora, de caricia en el lomo; “te mira, se despereza, se da una vuelta por la casa”, y sigue en su nirvana.


A pesar de un talento natural para la pintura, Camilo apenas dejó cuadros tras de sí porque hizo de su existencia la verdadera obra de arte, de manera que los autores de la biografía han titulado así el documental fruto de sus investigaciones: Camilo, la vida como performance. Tanto y tanto han escarbado Orihuela y Griñolo que finalmente les ha salido material de sobras para un libro, una peli y una posible exposición.


Garito barcelonés en Huelva

Los coautores de la monografía conocieron al artista siendo adolescentes, ya a mediados de los 80, cuando Camilo había recogido velas, y algo tristón, tras el fallecimiento de Ocaña y otros desengaños, se refugió en su Moguer natal, donde acabó montando un pequeño bar que funcionaba como galería de arte y laboratorio cultural a la usanza de los garitos barceloneses. Lo bautizó como BART.


Camilo murió de sida en 1994, precisamente el 31 de diciembre. Una pena tremenda morirse de sida en un pueblo, la enfermedad del estigma. Como bien recordó Griñolo, el amigo Camilo pertenecía a la generación que no llegó a tiempo a la esperanza que supusieron los retrovirales del 96.  Pero arrinconemos la tristeza; su memoria merece un cierre a la altura de su chispa, con alguna de las anécdotas que contó Nazario durante la presentación, como el origen del subtítulo, “és perillós abocar-se”. Era esta una inscripción que aparecía entonces en las ventanas de los vagones del metro, y a Camilo le hacía mucha gracia: “Mira, nena, si es peligroso, aboquémonos, aboquémonos…”. Nazario, Camilo y Ocaña, tres iconos de la transición.



Olga Merino
El Periódico 2-1-2018




   
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