Habla de sus libros, de literatura, de lectores, de Cataluña, de la vida… Lo hace sentado en un banco de la calle, en medio del trajín urbano del atardecer. Un vagabundo se le acerca a pedir ayuda y se la da. Toma café con un amigo, escritor y periodista. Entra en la librería Moito Conto de A Coruña y se sienta delante de varias decenas de lectores. Y allí Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) habla de todo con sencillez, con naturalidad, con cercanía.
Cuenta cómo se inició en la escritura: «Empezaron a llegar cartas certificadas que ponían escritor y pasé de ser uno que escribe a ser escritor». Ocurrió en 1984, cuando siendo todavía universitario su primera novela, La ternura del dragón, recibió el premio Casino de Mieres. Evoca hasta su nacimiento: «Vivíamos en Logroño pero mi madre siempre iba a parir a Zaragoza y allí nacimos los cinco hermanos». Confiesa que siendo estudiante de Filología no quería acabar siendo profesor y por eso empezó a escribir. Cuando Esther Gómez, la responsable de la librería Moito Conto, alude a la trayectoria de este guionista [varias veces finalista de los premios Goya por trabajos como Carreteras secundarias, su novela llevada al cine], Premio Nacional de la Crítica por El día de mañana y Premio Nacional de Narrativa por La buena reputación, el escritor resume: «Que lleve treinta y tantos años publicando libros es milagroso». «Te la juegas en cada libro», afirma, y si uno no sale bien, hay que seguir porque «el talento no es lo más importante, es la perseverancia, creer en ti».
Pisón ha estado este fin de semana en Moito Conto de A Coruña y en Cronopios de Santiago y de Pontevedra, las tres librerías que lo han invitado: «Los libreros han sido los que han sostenido en muchas ciudades la actividad cultural. Hay algo heroico en ellos y a mí me gusta presentar los libros en las librerías». En el club de lectura de Moito Conto leyeron Derecho Natural (Seix Barral), «pero como del último libro no hubo presentación, pues se hablará también de este, sobre Filek, el estafador que engañó a Franco con una falsa gasolina sintética», decía Pisón antes de un encuentro en el autor estableció una distinción de género en su obra: «Las novelas que invento y las cosas que investigo y cuento sin inventarme nada».
Esa dualidad de novelista y «historiador amateur» tiene una razón de ser: «A medida que me he hecho mayor cada vez me ha interesado más investigar cosas de historia, como la del gallego Robles Pazos, que era el traductor al español de John Dos Passos y que fue víctima de la locura de la Guerra Civil. Era una historia bastante olvidada». La contó en Enterrar a los muertos.
Las historias de familias y la Transición española son dos temas habituales en las novelas del también ganador del premio San Clemente, de Santiago, con Dientes de leche: «Es una etapa que me interesa personalmente por mi propia biografía, me gusta contar cosas que tienen que ver con la etapa en la que me hice mayor. Creo que es la década en la que se define la España en la que todavía estamos viviendo», argumenta. Todo lo que tenga que ver con la guerra y el franquismo no solo no está muerto, sino que sigue influyendo en el presente», sentencia.
Esa transformación de España la cuenta Pisón a través de personajes como la familia de Ángel Ortega, el pícaro protagonista de Derecho Natural. «Lo que me gusta es contar cómo la sociedad cambia pero a través de las experiencias de gente corriente», detalla el autor.
Para Pisón, «el libro está empezando a quedar como una cosa del pasado para las nuevas generaciones, lo cual no quiere decir que vaya ser así. Probablemente se vaya a quedar más diluido en una minoría». En su caso, «hay un dispositivo que no falla, que es el papel», y por ello apenas compra libros digitales. El escritor vive en Barcelona desde 1982 y confiesa: «Me agobié mucho cuando empezó lo del procés, en año 2012. Pensé en irme de Barcelona». Ahora está más tranquilo, porque «hablando se entiende la gente y en algún momento se buscará una solución razonable. Desde luego, no será la independencia, sino que será nuevamente buscar una fórmula de convivencia».
Me emocionó leer la historia de la familia de Héctor Abad Faciolince que escribió en El olvido que seremos, confesó Pisón ante sus lectores. Apuntó que la historia de su familia es normal, por lo que tiende a «inventar otras familias». Es lo que ha hecho en Derecho natural, «con un padre nómada y una madre en espera». Esa mujer, Lucía, «cae muy bien», subrayaba la librera Esther Gómez, lo que aprovechó Pisón para contar el cambio del papel de la mujer ejemplificado en su madre, que se quedó viuda con treinta pocos años y cinco hijos de 2 a 10 años. Entonces, «la sociedad aguantó mucho más dolor del que hoy estaríamos dispuestos a aceptar. Muy finos nos hemos vuelto...», reflexionó.
La descripción de la deriva del protagonista de dicha novela, de actor a imitador de Demis Roussos, dio lugar a que Pisón contara cómo en su casa siendo niños solo había dos discos: uno de dicho cantante y el otro La felicidad, de Palito Ortega. Cuando Esther Gómez comentó que en el club de lectura algunas personas tuvieron que ir a buscar quién era Demis, el escritor bromeó: «Pero de esa época, ¿conocéis a Abba y no conocéis a Demis Roussos?». Y es que, había argumentado antes, «se habla mucho de Abba como si fuera toda la banda sonora de los 70, pero Demis Roussos también aportó mucho. Duró toda la década, aunque en los 80 cayó en picado; lo que me gustaba era la idea de un hombre que se gana la vida imitando a un cantante del pasado que ya ha sido olvidado; era un perdedor imitando a otro perdedor». «La nostalgia no me parece un valor literario interesante, pero al leer la novela no es lo mismo tener esa banda sonora», concluyó.
Rodri García
La Voz de Galicia