Julia, la hija de José Agustín Goytisolo a la que dedicó el maravilloso poema Palabras para Julia que convirtió en canción Paco Ibáñez, bajo a la atenta mirada del presidente de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña, el poeta David Castillo, le dice a su tío Luis: “tal vez os hicisteis escritores porque os quedasteis sin madre y solo os quedó la biblioteca”. Y Luis recuerda una bisabuela, que ya tenía veleidades literarias, pero lo cierto es que ante la sensación de orfandad, los tres se abrazaron a la literatura. Crueles paradojas de la vida, siendo su padre un germanófilo simpatizante de Franco, la mujer murió a causa de un bombardeo de la aviación franquista sobre Barcelona. Los hijos, por el bombardeo o por la biblioteca, salieron mucho más de izquierdas. Juan acabaría exiliado, más mental que político, de una España que siempre se le quedó estrecha. Y Luis pasó unos meses en la cárcel de Carabanchel por haber pertenecido al comunismo catalán que representaba el PSUC. Cuenta de esa estancia que “Carabanchel me ayudó a saber qué quería escribir y en esos meses creció lo que después sería Antagonía –tal vez su obra más importante, que tardó 17 años en completar-. De las cinco semanas que estuve encerrado en régimen de aislamientos salieron un montón de notas escritas en papel higiénico”.
Castillo les pregunta si eso de ser tres hermanos y los tres pugnando por publicar, no generaba alguna tirantez. Pero Luis explica que “la gente pensaba que Juan y yo nos llevábamos mal porque había algunas cosas que veíamos distinto, pero no era así. Al ser muy distintos en nuestra escritura, no entrábamos en competencia”. Aunque sí reconoce que él durante un tiempo compartían habitación de escritura en la casa paterna “pero cada uno estaba cara a su pared, en sus cosas, sin comentarnos ni leernos los textos uno al otro”. Entre el público está en esta sesión el biógrafo de los Goytisolo, el siempre efervescente Miguel Dalmau, que tiene pelos en la barba pero no en la lengua y que apostilla desde la platea: “A Juan no le agradaba que el hermano pequeño, al que ya no le correspondía el rol de escritor, puesto que ya los dos hermanos mayores se habían repartido ser poeta y prosista, publicara con ese talento. Porque Juan era mucho más perezoso, hasta le costaba terminar los artículos”. Aunque David Castillo, anfitrión y muy buen conocedor de la obra de los Goytisolo rompe una lanza en favor del Premio Cervantes: “Juan era un inspirado” y lo corrobora leyendo unas líneas que nos llevan a ese rico mundo de complejidades y ecos de la prosa de Juan Goytisolo.
Luis Goytisolo explica que “empecé escribiendo cómics. A los 11 años me fui vestido de pantalón corto a la editorial Molino a proponer escribirles un libro. Me atendieron muy bien y me dijeron amablemente que estas cosas iban despacio y que tardarían dos años en poderme dar una respuesta”. Con o sin novela, Luis tenía la curiosidad fantasiosa del escritor y cuenta cómo eso lo llevaba a colarse por el jardín en las casas de los vecinos “me metía dentro y no tocaba nada, por supuesto, pero lo miraba todo fascinado”. Luis, igual que sus hermanos, acabaría siendo un escritor relevante, ya desde el premio Biblioteca Breve por Las afueras, a los 23 años.
Julia Goytisolo muestra algunos de los cuentos que le escribía su padre José Agustín, divertidos y un punto surrealistas, que guarda como uno de sus más preciados. “Para mí todo esto era normal. ¡Yo no me enteré hasta que no fui mayor que vivía en una familia de escritores!
Estas jornadas de homenaje a los Goytisolo organizadas por la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña se completaron con otra sesión el día anterior en que Carme Riera habló de la obra y el escritor y biógrafo Miguel Dalmau (autor de la monumental obra Los Goytisolo) desveló aspectos poco conocidos de la vida y de la malla de relaciones entre estos tres hermanos distintos e incluso discrepantes en muchas cosas, pero unidos por el amor a la literatura. David Castillo clausuró las jornadas de la mejor manera posible: leyendo un poema de Luis Goytisolo que hizo que en el Ateneu Barcelonés el tiempo se detuviera.
Antonio Iturbe
Librújula