“Durante gran parte de la historia, ‘anónimo’ fue una mujer”, reza una de las citas más célebres de Virginia Woolf. La máxima no falla casi nunca, ni siquiera en el despiadado contexto del Holocausto, cuando el exterminio nazi destinó la misma suerte a todas sus víctimas, fuera cual fuera su sexo. Pese a todo, los testimonios de referencia de los retenidos en los campos de concentración fueron, durante décadas, exclusivamente masculinos, con la notable excepción de Ana Frank. Los relatos de Primo Levi, Elie Wiesel, Jean Améry, Robert Antelme o Jorge Semprún quedan completados ahora con distintas novedades editoriales que, coincidiendo con el 75º aniversario de la liberación de Auschwitz, exploran la especificidad de la experiencia femenina en condiciones tan extremas.
Los libros de Charlotte Delbo, Ninguno de nosotros volverá (Libros del Asteroide), y de Ginette Kolinka, Regreso a Birkenau (Seix Barral), recién llegados a las librerías españolas, suman dos nuevas voces a la narración sobre lo que fue la Shoah. La primera fue deportada a Auschwitz-Birkenau en 1943, como miembro de la Resistencia francesa, junto con 230 presas, de las que solo sobrevivirían 49. La segunda sería detenida en Aviñón por la Gestapo en 1944 y trasladada a ese mismo campo junto a su familia. Fue la única en salir con vida. Kolinka, que cumplirá 95 años a comienzos de febrero, no puso por escrito sus vivencias hasta el año pasado, cuando el libro fue publicado en Francia, donde vendió más de 100.000 ejemplares.
“Me di cuenta de que había que seguir hablando de esta historia, en un momento en que el peligro del odio y del antisemitismo sigue existiendo”, afirma Kolinka al teléfono desde París. No cree, pese a todo, que exista una experiencia de género idéntica para todas las víctimas. “Nunca me he preguntado eso. Todos los hombres y mujeres sufrieron el mismo frío, hambre, sed y brutalidad. Y, a la vez, cada uno de nosotros, los hombres como las mujeres, tuvimos una experiencia distinta”, matiza. Kolinka coincidió en Auschwitz con la ministra Simone Veil y la cineasta Marceline Loridan-Ivens, que iban en el mismo convoy. “Pasamos todo el tiempo juntas y, aun así, estando en el mismo lugar, vimos cosas diferentes”, sostiene Kolinka, que tras la guerra vendió prendas de punto en un mercado de la periferia parisiense durante 40 años. Su libro describe la deshumanización galopante que vivió en el campo. “Todos los días mueren varias chicas”, escribe Kolinka en Regreso a Birkenau. “Algunas, más sentimentales que yo, se toman la molestia de arrastrarlas a un rincón”. Ella prefería guardar el cadáver muy cerca. “La conservo como oro en paño. Pienso que algún día abrirán la puerta y nos darán de comer. Y entonces les diré: ‘No, mi amiga está dormida, denme su parte’. A lo que llega una. En lo que se convierte una”.
El testimonio de Delbo, publicado en 1965, recoge una larga serie de estampas sobre la vida y la muerte en los campos, que reflejan una voz colectiva en la que se distinguen ciertos rasgos de género, como la solidaridad inherente que emerge entre las desesperadas internas, muchas de las cuales tenían hijos a su cargo. Pero también describe un mundo donde la organización social por géneros ha perdido, como tantas otras cosas, todo su sentido. “Experimentábamos una profunda ternura por los hombres. Los amábamos. Se lo decíamos con los ojos, nunca con los labios”, dejó escrito Delbo, fallecida en 1985, al definir sus interacciones con el sexo opuesto. “Querían convencerlos de que ellas, las mujeres, no corrían ningún riesgo. Su feminidad las amparaba, como se creía aún”. Lo que viene a continuación subraya la absurdidad de esa convicción.
¿Existe una especificidad femenina en los campos? ¿Fue su sufrimiento más pronunciado que el de los hombres? ¿Existe un sesgo de género también en el contexto más atroz? Las opiniones varían. “El Holocausto consistió en la ejecución de seis millones de judíos, ya fueran hombres o mujeres. Pero la ideología nazi, al ver a las mujeres como generadoras de esa raza indigna que había que extirpar, construyó para ellas un universo concentracionario distinto, más cruel que el masculino”, considera la escritora Daniela Padoan, autora de otro volumen reciente, Como una rana en invierno (Altamarea), que recoge el testimonio de tres mujeres italianas deportadas a Auschwitz: Liliana Segre, Goti Bauer y Giuliana Tedeschi. “Durante muchos años, la invisibilidad femenina en la historiografía de la Shoah fue casi total. En las exposiciones de museos, en los libros de texto e incluso respecto a los testimonios, en los que la experiencia de las mujeres quedó aplastada por la de los hombres”, añade Padoan, apuntando que entre el 60 y el 70% de los exterminados en Auschwitz “fueron mujeres y niños”.
En las últimas décadas, la literatura sobre la experiencia de las mujeres en el Holocausto se ha nutrido de numerosas autobiografías y diarios, como demuestran los casos de Hélène Berr, Rachel Auerbach, Gisella Perl, Olga Lengyel, Nelly Toll o Isabella Leitner. “El diario íntimo ha sido un terreno tradicionalmente femenino, por lo que es natural que haya más testimonios de esa naturaleza que en el caso de los hombres”, señala la historiadora Agnes Grunwald-Spier, autora del volumen Women’s Experiences in the Holocaust in Their Own Words, inédito en castellano, que construye un relato polifónico a partir de los dietarios y la correspondencia privada de setenta víctimas del Holocausto. De su lectura, uno concluye que todas ellas sobrevivieron a circunstancias que nunca habrían logrado imaginar antes de 1933. Aunque la propia autora, que nació en 1944 y pasó sus primeros meses de vida en el gueto de Budapest, antes de emigrar con su madre al Reino Unido, no ha querido buscar denominadores comunes en sus historias. “Una de las cosas que uno aprende al escribir sobre el Holocausto es que siempre es muy difícil generalizar”, asegura la historiadora.
En su libro Las 999 mujeres de Auschwitz, que publica Roca Editorial, la escritora Heather Dune Macadam extrae una conclusión similar al recordar, con documentos veraces pero también licencias propias de un novelista, la historia olvidada de las jóvenes judías que llegaron al campo en el primer tren, allá por marzo de 1942. “Antes de la década de 1990, los antiguos prisioneros llamaban “primer transporte” al de las 999 mujeres judías. Después, por un giro irónico, los historiadores modificaron ese cálculo y quitaron a las chicas de esa categoría. Lo sustituyeron por un único tren de 43 varones judíos a quienes la Gestapo había detenido por delitos menores”, indica la autora para explicar esta omisión inexplicable, que no habrá sido ni la primera ni la última.
Álex Vicente
El País
Ninguno de nosotros volverá. Charlotte Delbo. Libros del Asteroide, 2020. 320 páginas. 20,95 euros.
Regreso a Birkenau. Ginette Kolinka. Seix Barral, 2020. 109 páginas. 15 euros.
Como una rana en invierno. Daniela Padoan. Altamarea, 2019. 268 páginas. 18,90 euros.
Las 999 mujeres de Auschwitz. Heather Dune Macadam. Roca Editorial, 2020. 432 páginas. 21,90 euros.