«Fue una mujer excepcional, cuyo pensamiento fue más lejos todavía que su acción. Y ambos merecen ser recordados», escribe sobre Concepción Arenal (Ferrol, 31 de enero de 1820-Vigo, 1893), de quien el viernes se cumplen 200 años de su nacimiento, Anna Caballé (Hospitalet de Llobregat, 1954), escritora, crítica, profesora y responsable de la unidad de estudios biográficos de la Universidad de Barcelona. Ganó el Premio Nacional de Historia de España del 2019 con una biografía publicada con el título Concepción Arenal. La caminante y su sombra. Dentro de las celebraciones del bicentenario, ayer ofreció en el Ateneo de Santiago la conferencia Concepción Arenal, una mística de la virtud.
¿Por qué la ve como «una mística de la virtud?
Para partir de, para mí, el mayor descubrimiento al estudiarla: su vocación filosófica. Más allá de una mujer preocupada por los delincuentes, por la reforma penal, por asuntos centrados en la beneficencia, y otros, y de todo su activismo social, tenía un pensamiento ético del que hizo el eje de toda su existencia. Hace de la virtud el eje del comportamiento, de ahí el título de mi charla.
¿Y por qué «La caminante y la sombra»?
Caminante, porque de joven era una mujer andariega, digamos que andando su pensamiento se pone en marcha; eso me recordaba mucho las heroínas de las novelas inglesas del siglo XIX. Es una figura que de alguna manera simboliza el deseo de la autonomía femenina en aquella época. Y la sombra porque una de las tesis de mi libro es que quedó muy marcada por la mala muerte de su padre: proscrito, arrinconado en una aldea rural cerca de Ferrol, de la que no podía salir ni solicitar permiso a las autoridades ferrolanas; un hombre abatido, con una conciencia de fracaso personal. Ella entiende que es una muerte injusta y eso creo que determina su preocupación por el bien y por la justicia social.
¿Cómo valora su labor por los derechos humanos y de la mujer?
Fue, indiscutiblemente, una pionera, casi fundadora, de los derechos humanos en España, cuando era un concepto sin arraigo; y de los derechos de la mujer.
¿A qué atribuye que en España y Latinoamérica la recuerden tantas calles, plazas e instituciones?
Tiene mucho sentido. Era una mujer venerada en su tiempo por las clases más desfavorecidas, y por la emigración gallega en Argentina, Uruguay, Chile y en otros países de América, donde la recordaban y la sentían como nadie; por ser una mujer que siempre estaba del lado de los desfavorecidos. Y cuando ellos salían de Galicia lo hacían en condiciones muy pobres, muy miserables.
¿Se conmemora bien el bicentenario de su nacimiento?
Estamos en el inicio. La Biblioteca Nacional de España le dedicará desde julio una gran exposición. Hay muchas iniciativas, entre ellas en Pontevedra; o en Ferrol, donde el viernes se va a poner una placa donde nació. Estamos en un proceso de recuperación de su figura, que era imprescindible. Es un deber moral de la sociedad española en su conjunto, y la gallega en particular, ante la primera filósofa de España.
¿Mantiene hoy vigencia?
Evidentemente. Muchos de los problemas que plantea Concepción Arenal siguen siendo retos para nuestra sociedad. Sentía que era conocida en su país, pero no escuchada.
Anna Caballé estudió Concepción Arenal por «un encargo para la colección Españoles Eminentes de la editorial Taurus. Habían publicado una serie de volúmenes de figuras masculinas, y el presidente de la Fundación Juan March me propuso abordar la de una mujer eminente».
¿Por qué Concepción Arenal?
Por considerar que reunía condiciones para ser considerada eminente. La conocía poco, pero tenía gran curiosidad en profundizar en esta mujer, que merecía la pena rescatar por su vigencia; no es una figura solo vinculada a su tiempo y anticuada.
Al fallecer, en 1893, La Voz de Galicia resaltaba que se conocía tanto, o quizá más, en el extranjero que en España, ¿por qué era así?
Ella escribió un folleto titulado La voz que clama en el desierto donde, como en alguno de sus poemas inéditos, insiste en que no tiene la influencia que deseaba en España. Cuando se produjo la reforma penal no se la tuvo en cuenta; ni cuando se construyó una nueva cárcel, llamada modelo, de acuerdo con las reformas que estaban en vigor en Europa. Así, ella sentía que era conocida en su país, pero no escuchada, que no se la atendía desde el punto de vista teórico y reformador como ella pretendía.
Intervino en congresos penitenciarios de Estocolmo y Roma.
Porque la consideraban de talla internacional como penalista. Le reservaban asiento en la tribuna de honor de esos congresos, pero no acudió, envió aportaciones. En Europa y Estados Unidos defendían propuestas en consonancia con su voluntad reformadora. Al publicar Estudios Penitenciarios, su obra fundamental, se la descubre como pensadora.
Promovió en Madrid durante catorce años «La Voz de la Caridad», ¿qué aporta esa publicación quincenal a su trayectoria?
Fue la primera publicación en España dedicada en exclusiva a temas vinculados a la beneficencia o la caridad. Defendía la participación de la sociedad civil, con recursos privados, para atender las necesidades en los casos en que el Estado no pudiese llegar.
La voz de Galicia