Hay algo en el extrarradio, en los solares y descampados, en la fealdad de los bloques tan idénticos e intercambiables, en el cemento de las autopistas, en el olor de las gasolineras, en las torres eléctricas y los cables, en las vías del tren... Una geografía que es la antipostal de esa Barcelona construida a base de Olimpiadas y turismo. Una geografía que Paco Candel convirtió en literatura en el mítico Donde la ciudad cambia su nombre (1957): una novela sobre los otros, esos inmigrantes que vivían en las Casas Baratas a los pies de Montjuïc.
Candel se hizo a sí mismo personaje y narró una y otra vez los colores, las gentes y los acentos de la Zona Franca, la última fábrica de Barcelona, donde la SEAT dio forma a su urbanismo. Como el barrio Chino se convirtió en Raval, hoy Zona Franca ya no es un nombre políticamente correcto y se intenta extender el más amable La Marina.
Después de Candel, Luis Goytisolo escribió en Las afueras (1958) una periferia sin nombre, fragmentada como sus historias, con un punto rural. Y con su ópera prima sobre los alrededores de Barcelona ganó la primera edición del premio Biblioteca Breve, que Anagrama reeditó en 2018. Luego vendría Juan Marsé con Últimas tardes con Teresa (1966) y su retrato de la desigualdad social, las barracas de inmigrantes en la montaña del Carmelo (hoy se dice a la catalana, El Carmel) y esa pequeña Andalucía en el bar Delicias.
Esas tres novelas fundacionales, que nada tenían que ver entre sí, iniciaron una cierta literatura de los márgenes, del extrarradio orgulloso (o no), de sus contradicciones, de la búsqueda de una identidad en la frontera. Incluso Manuel Vázquez Montalbán se adentró en los suburbios en Los mares del Sur (Premio Planeta en 1979) y su osada comparación con el Tahití paradisíaco de Gauguin, que situó en el ficticio San Magín (o Bellvitge, en L'Hospitalet, un enjambre de bloques altos).
En los últimos tiempos, cada vez más escritores se fijan en las afueras. El último, Albert Lladó con su reciente La travesía de las anguilas (Galaxia Gutemberg), una historia iniciática ambientada en los 90, en aquellos barrios que dan la bienvenida a Barcelona (literalmente, en la ladera que da a la autopista hay un cartel de Benvinguts a Barcelona), aunque la ciudad no sabe ni que existen:Torre Baró y Ciudad Meridiana (o Ciudad Desahucio, por ser el lugar con récord de desalojos). «Más que tradición, diría que hay una línea invisible que une a los autores de la periferia. En los 50 y 60 hubo un grupo de escritores con estilos totalmente diferentes que se interesaron por las afueras. Es curioso que en los últimos años vuelva a pasar. ¿Por qué tomamos estos temas? Es lo que hemos tenido a mano, pero seguramente hay algo más...», observa Lladó, que hasta los 15 años vivió en Ciudad Meridiana, donde cada bloque tiene sus propias leyes. Dice que el olor a rueda quemada es su particular magdalena de Proust: «Vivíamos en una cárcel en la que los muros eran, y siguen siendo, las autopistas. Olía siempre a neumático. Pero también a nísperos: hay una naturaleza muy extraña, con la colina de Vallbona detrás, es casi paradójica». Y, de repente, en esa colina puede aparecer un gitano a lomos de un caballo.
De niño, cuando iba al colegio, tenía que sortear las jeringuillas usadas y saltar las vías del tren. Lo mismo le ocurría a Toni Hill, más lejos, en la Ciudad Satélite de San Ildefonso, en Cornellà de Llobregat, hogar de La Banda Trapera del Río y los Estopa. «Allí el único verde era el del color de los bloques», señala Hill. En Tigres de cristal (Alfaguara), volvió al paisaje de su adolescencia, el Cornellà de los 70. «Los que nacimos en el extrarradio fingíamos que no. Barcelona capital tenía más glamour. Hasta que un día vuelves la mirada atrás y lo reivindicas, aunque suene militante. No se trata de 'poner de moda' la periferia sino de reclamar ese espacio como novelable y sin mentir, sin edulcorarlo ni darle una pátina de sordidez», admite.
La épica de la periferia, de la delincuencia y las drogas se popularizó con el cine quinqui de los 80. Una estetización que incluso llegó hasta los museos y que presentaba una realidad extremadamente marginal. «Eso desemboca en una idea bastante peligrosa: la de la pobreza ambiental, casi moral. ¡Claro que había heroína, delincuencia y chavales perdidos en un vacío existencial! Pero luego estaban los padres que te decían 'a las nueve en casa' y los que trabajábamos en verano para pagarnos la universidad», matiza Hill.
De Cornellà no se había escrito una sola novela. Hasta ahora, el Baix Llobregat, aquel cinturón rojo metropolitano, antaño combativo, sindicalista y de izquierdas, se había desatendido completamente. «El centro de Barcelona ya no tiene interés, literariamente hablando. ¿De qué vas a escribir? ¿De los turistas? ¿De los narcopisos? ¿Dónde está la gente auténtica: la Montse, la Dolors, el Pepe...?», plantea Hill, que sacó su novela en 2018, el mismo año que Kiko Amat publicaba Antes del huracán (Anagrama), una crónica de su Sant Boi natal en los años 80. Otra localidad del Baix huérfana de literatura, aunque en todos sus libros ha aparecido de algún modo.
«Todas las periferias, sean de Francia, Reino Unido o Latinoamerica, se parecen y tienen puntos en común. Es lo que Tracey Thorn llamaba el 'planeta de la periferia', que no es ni rural ni urbano, sino un mundo satélite entre dos tierras, de clase obrera y violento. Yo no escribo por haber leído muchos libros, sino por haber visto peleas en los bares», explica Kiko Amat. Y su periferia era un «erial cultural» donde los chavales pasaban la tarde bebiendo Xibeca en un descampado.«No había ni un grupo de rock», recuerda. Para Amat, lo que caracteriza a cualquier extrarradio es el sentimiento de rabia, aunque pueda estar adormilado: «Hay un odio de clase permanente, la sensación de que nos han engañado, que el estado del bienestar no ha funcionado. La periferia tiene una forma de aplastar tus sueños que no se da en la ciudad».
En esa línea invisible que une las periferias destaca Javier Pérez Andújar, que ha transitado por el río medio contaminado del Besòs y a la sombra de Las Tres Chimeneas de San Adrián en Paseos con mi madre (Tusquets). Y Carlos Zanón ha recorrido en Taxi (Salamandra) las geografías más alejadas, del Guinardó a L'Hospitalet, para poner el zoom en otras Barcelonas. Hasta Juan Marsé, a sus 74 años, salió de Barcelona para novelar los puticlubs de la autovía de Castelldefels en Canciones de amor en el Lolita's Club (que, por cierto, se clausuraron en 2009 por orden judicial). Castelldefels también inspiró una de las nouvelles más extrañas e inclasificables de Roberto Bolaño: Amberes (Anagrama), que oscila entre el simbolismo y el thriller, y que escribió en los 80 mientras trabajaba en el Camping Estrella de Mar.
Los límites de la ciudad son cada vez más difusos. Y el área metropolitana se impone sobre una Barcelona que expulsa a los suyos, por la gentrificación y unos alquileres inasumibles. La nueva metrópolis se refleja en Sueño contigo, una pala y cloroformo ('apostroph), el debut de la joven Patricia Castro. La historia de amor y desamor entre dos chicas transcurre en el Eixample, pero la Badalona de la autora está ahí, omnipresente, en todos sus viajes de ida y vuelta y las fiestas en la playa. «Quería dejar constancia de Badalona. Para mucha gente, la Barcelona mental acaba en el Paseo San Juan y más allá es Mordor. Pero Barcelona se compone de la periferia», apunta Castro. Aunque rehuye «del costumbrismo del lugar», su libro es un retrato irónico y mordaz de la generación millennial, de las relaciones en tiempos de Twitter y Whatsapp, del poliamor como modo de vida, de los/las jóvenes izquierdistas y feministas de la Barcelona de hoy. Porque sin sus periferias, hoy Barcelona sería menos ciudad. Y menos literaria.
9 de marzo a las 19,00 horas