Ensayista, novelista, urbanista, “liberal psicodélico”, Luis Racionero ha sido una de las figuras más heterodoxas y originales de la cultura catalana y española reciente. Hoy ha fallecido a los 80 años.
Nacido en La Seu d´Urgell en 1940, hijo de militar, su madre pertenecía a una familia de propietarios rurales. Estudió Ingeniería y Económicas en Barcelona, pero su momento de revelación intelectual lo tuvo en la Universidad de Berkeley, California, donde acudió con su primera esposa, María José Ragué Arias, y donde asistió a las revueltas estudiantiles previas y posteriores al mayo del 68. Allí estudió urbanismo, disciplina que en España aún no contaba con grado universitario. Se empapó de las obras de Aldoux Huxley, Allan Watts y Arthur Koestler, y trató a Marcuse, Ginsberg y Angela Davis. Se familiarizó con el hippismo y el uso lúdico del LSD, con cuya ingestión dijo haber sentido “la unidad del todo tras la diversidad de las cosas”.
De vuelta a Barcelona, participó en la primera etapa de la revista Ajoblanco y se convirtió en líder intelectual de los nuevos movimientos alternativos con su ensayo de 1977 Filosofías del underground, donde analizaba tres escuelas de pensamiento: las individualistas, de carácter romántico o anarquista; las orientales “que han propuesto una visión alternativa del mundo”, y las psicodélicas vinculadas a la droga. En más de una ocasión manifestó que en su opinión “la única revolución cultural del siglo XX ha sido la hippy”.
En 1983 gana el premio Anagrama de Ensayo con Del paro al ocio, donde propugna que la prosperidad material de las sociedad desarrolladas debe compensarse con un mayor disfrute de la cotidianidad. “Los nórdicos sirven para inventar y producir, son expertos en medios pero infantiles en los fines; son los mediterráneos, expertos en fines, quienes deben organizar la vida para disfrutar la abundancia”. Una filosofía que ampliaría en su trabajo posterior El Mediterráneo y los bárbaros del Norte. Con ellos Racionero afirmaba situarse en una vía tan aparte del capitalismo y su explotación como del marxismo y su mirada economicista.
En su trabajo como urbanista igualmente abogaba por un diseño mediterráneo. “Copiar a los nórdicos es absurdo”, opinaba. “Las estructuras de metal y acero pueden ser muy útiles en un país sin sol, pero traer esto aquí es absurdo porque se van a encontrar con graves inconvenientes funcionales”.
En el que tal vez sea su ensayo más ambicioso, Oriente y Occidente (1993), Racionero describe la coexistencia de tres grandes culturas mundiales: la cristiano-musulmana; la hindú de la India y la confuciano-budista de Extremo Oriente. Agotado Occidente su ciclo heroico, Oriente toma el relevo. Japón es el país industrial más dinámico del mundo, y China, que tiene la bomba atómica, comienza su desarrollo. Quedarán entonces en el mundo, señalaba, tres áreas de poder económico: la CE, EE.UU. y el ‘Pacific rim’ (cuenca del Pacífico). Pero, advierte el escritor, “si Oriente se desarrolla al estilo japonés, todo Occidente puede caer bajo su dependencia en lo económico. Si en vez de eso, Occidente articula un modelo no competitivo y un método de desarrollo blando para Oriente, entonces podría darse una fusión cultural y cooperativa en vez de competitiva”.
En 2009 publicó su libro de memorias Sobrevivir a un gran amor, seis veces, que definió como “terapia irónica”, y donde desgranaba su concurrida vida sentimental retratando a varias de sus ex parejas, entre ellas la mediática doctora Elena Ochoa, posteriormente lady Foster. “Racionero se sincera cuando dice que su búsqueda de la felicidad no ha sido en vano, pues ha gozado de momentos sublimes seguidos de amarguras desoladoras, aunque es consciente de que lo mejor son los principios y lo difícil es preservar el amor”, escribió sobre este libro Màrius Carol. En el 2011 ganó el premio Gaziel con Memorias de un liberal psicodélico.
Políticamente, tras su etapa más radicalmente ácrata de índole californiana, protagonizó una aproximación al nacionalismo (llegó a figurar en las listas de ERC por Girona en 1982) y se acercó después al Partido Popular. El gobierno de José Maria Aznar le nombró director del Colegio de España en París y posteriormente de la Biblioteca Nacional.
Tentó a menudo la novela histórica. Su primera incursión en este campo fue con Cercamón, escrita en catalán. El protagonista es un trobador del siglo XII inmerso en la cultura del Rosellón anterior a la batalla de Muret. Cercamón constituyó un importante referente en los años 80, y fue elogiada públicamente por el entonces presidente de la Generalitat Jordi Pujol, a quien se ganó con su recreación del “país medieval que no pudo ser” y que no era ni español ni francés. Ha sido abundantemente reeditada.
Posteriormente Racionero dedicó otras novelas históricas a creadores como Leonardo da Vinci, Ramon Llull o Antoni Gaudí. Con su hijo Alexis firmó el ensayo El arte de vagar, en torno a la vocación viajera.
Muy vinculado a La Vanguardia, colaboraba quincenalmente en la sección de Opinión, y mensualmente en el suplemento Cultura/s. Dos de sus últimos libros los publicó en la editorial Libros de Vanguardia. Uno dedicado a la vida espiritual, otro al hedonismo, recapitulando así los dos grandes polos que marcaron su trayectoria. En Una espiritualidad para el siglo XXI, de 2016, abogaba por una visión y una práctica que beba de las aportaciones del pasado, pero reclame sin complejos su lugar en un mundo que marcado por lo material. En Manual de la buena vida, del 2018, se ocupaba de aquello que en su opinión hace que la existencia merezca ser vivida: los viajes, la gastronomía, el arte, las casas bellas, la voluptuosidad... Ambos libros completan el testamento de un intelectual complejo que no temió nadar contra corriente, ni creyó que espiritualidad y buena vida fueran incompatibles, sino que siempre los consideró complementarios.
Sergio Vila Sanjuan