Hablemos de reyes. Fernando I de Aragón murió en Igualada en 1416. Había llegado a Catalunya unos años antes, y trajo consigo la lengua castellana. Sería la lengua de monarcas, inquisidores, obispos, capitanes generales. Sería la lengua del poder. “Y una manera de tener poder es hacer que los demás hablen lo que tú hablas”, dice Enric Gomà en una librería Ona llena hasta donde permite la distancia de seguridad.
Tras las mascarillas, se adivinan sonrisas atentas mientras presenta El castellà, la llengua del costat (Pòrtic). Su origen está en el descatalogado libro de August Rafanell La llengua silenciada. Una història del català del Cinccents al Vuit-cents. Y si hay una lengua silenciada es porque hay otra silenciadora: “Llevamos décadas hablando del catalán, pero se ha estudiado poco el castellano en Catalunya”. Enric Gomà ha intentado suplir esta carencia con un texto ameno y nada autocomplaciente que recorre su papel desde el siglo XV hasta finales del XIX.
Lo acompaña Tatxo Benet, que recuerda que lo de pasarse al castellano tiene raíces muy profundas: ante los poderosos, los catalanes cambiaban de lengua para demostrar que la conocían, a diferencia de payeses y menestrales. La Corona debe dominar el ámbito donde manda, y aunque en el siglo XVI los Austrias entienden el catalán, no se rebajan a hablarlo porque quedarían en evidencia. “Aprender una lengua que no dominas te pone en inferioridad de condiciones; eres como un niño de cinco años, no entiendes el humor ni los dobles sentidos”, explica Gomà. Las familias acomodadas quieren poder para sus hijos, por eso en la corte no interesa hablar catalán.
El castellano será la lengua del progreso, rica, culta; el catalán, la doméstica. En la Iglesia hubo un gran debate sobre cuál utilizar en los sermones. En 1641 muere Pau Claris y los honores fúnebres son en castellano. Un año antes, entran treinta y mil soldados en Catalunya. “La lengua castellana nos deslumbra, lo que no nos gustan son los castellanos”, dice Gomá. Actualmente el tema enciende pasiones, y se procura establecer una convivencia entre ambas lenguas. “Individualmente, saber castellano es una riqueza; el problema es cuando socialmente invade espacios que le corresponden al catalán”, y es tajante: “El catalán se defiende con poder en todos los estratos, el político, el económico, el social”.
Con los decretos de Nueva Planta, el catalán dejó de ser la lengua oficial y se acentuó la castellanización a través de los poderes fácticos. El castellano empieza a caer antipático cuando se toma conciencia de que no basta con limitar el catalán a la poesía de los Jocs Florals para que siempre tenga un lugar en nuestro corazón, como decía Milà i Fontanals. Además debe hacer política, según reivindicará Valentí Almirall en 1880.
Pero retrocedamos unos años para seguir con las monarquías y el poder. Me conecto al instagram de la editorial Ariel, donde Paula Cifuentes presenta la biografía María Cristina. Reina gobernadora. Álvaro Colomer modera el acto organizado por la ACEC. María Cristina de Borbón-dos Sicilias fue la reina más ambiciosa de España, una de las responsables de las guerras carlistas y la última mujer de Fernando VII, que era su tío carnal y muy feo. “Cuando ella llega a España, el pueblo se vuelca en su bienvenida, forma parte del folclore de este país”, dice Cifuentes, “lo que ella ve es a un viejo verde que quiere una mucon la que pasárselo bien, que le aporte frescura y diversión”.
“Su anterior esposa llegó a asustarse de su dotación real”, comenta Colomer. Es el problema de casarse entre familiares, que al final sales deforme por algún lado, responde la autora, que mantiene un finísimo humor durante todo el texto y también en la conversación. Más adelante hablarán del origen de la palabra “trancazo” y de la tonadilla “María Cristina me quiere gobernar”, que se popularizó para criticar a la reina a través de la comedia. Pero antes, Cifuentes explica que cuando la reina viene de Nápoles –donde ha vivido la locura de su padre, el encierro y el exilio–, llega a un país atrasado que tiene enormes deudas y epidemias, y un rey que no entiende las necesidades de la sociedad. Es casi analfabeta y, cuando su marido muere, toma muy malas decisiones políticas.
Se enamora locamente de un guardia de corps con quien se casa en secreto. Tienen ocho hijos por los que se desvive, mientras que deja de lado a las dos herederas que ha tenido con Fernando. “Sólo se ocupó de casarlas bien, jamás recibieron cariño”, dice Cifuentes, “cuando sea reina, Isabel tendrá mil amantes, y aunque los reyes también las tuvieran, para una corte tan pacata eso no estaba bien visto en una mujer”.
María Cristina empieza una nueva vida en París: “Hija de un exilio, quiere mantener el nivel burgués. Le gusta el dinero, organizar fiestas, estar con sus hijos. Es una enorme anfitriona y estupenda cocinera. Su marido trapichea para hacerse con todos los negocios que puede”, cuenta Cifuentes, que en algún momento ha advertido que nos encontramos en un bucle. Y exclama: “¡La historia nos explica tanto quiénes somos!”.
Llúcia Ramis