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Julià Guillamón: Un verano con Perucho
acec26/7/2020



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“Se respiraba una paz dulce y tranquila, amorosamente aferrada a la tierra. El aire parecía encantado. La carretera estaba protegida por una doble hilera de plátanos enormes, cuyo follaje, de tan espeso, construía idealmente una bóveda de cañón”. Es un fragmento veraniego de Les històries naturals (1960), la novela más conocida de Joan Perucho, en la traducción de José Corredor Matheos de 1968. Nos servirá para iniciar un recorrido por su obra a la manera de Un été avec Montaigne (2013) y de Un été avec Baudelaire (2015) de Antoine Compagnon, que han introducido una nueva manera de acercarse a los clásicos.


Desde mediados de los cincuenta, Perucho era juez en Gandesa. Para poder viajar fácilmente desde Barcelona se compró un Renault Dauphine. La escena que acabamos de citar corresponde a la época de los primeros coches utilitarios: la sensación de ir por la carretera, entre plátanos grandiosos, sintiendo el aire en la cara y, seguramente, cantando. Perucho la transforma: en lugar de un Dauphine es un carruaje, en lugar de un juez viaja en él el naturalista Antoni de Montpalau, en lugar de ir a resolver un litigio territorial (la labor de un juez comarcal) va a la aventura: salvar a una chica, neutralizar un vampiro, conocer a un general y descubrir que las diferencias ideológicas (el general es carlista, el científico, liberal) quedan a un lado cuando entran en juego la humanidad, el idealismo, la generosidad. Esto es Perucho: el gusto por la vida. Creación, imaginación y buen gusto.


Con mucha ironía: a causa del mal estado de la carretera, Montpalau y su primo Novau van temblando en el carruaje. “Apenas podían hablar porque el temblor afectaba, incluso, a las cuerdas vocales y las mandíbulas de los viajeros y les producía, circunstancialmente, un tartamudeo que a menudo convertía la conversación en algo ininteligible”. Es una escena de un humor negro total, surrealista, parece vista con rayos X. Perucho era así también: imprevisible y excéntrico, con tendencia a la exageración y lo grotesco.


El paisaje

Perucho saborea el paisaje. Estuvo destinado en La Granadella, en las Garrigues, en Banyoles, en Móra d’Ebre y en Gandesa. Habla de ello en las prosas de Diana i la mar morta (1953). En los años sesenta compró una casa en Albinyana, cerca de El Vendrell. Es el paisaje vinculado al individuo: un lugar de exultación personal. La imaginación de Perucho está dominada por el agua. En Banyoles se siente fascinado por las aguas del lago. Una vez se bañó en ellas y tuvo una sensación fluídica, como si entrara en contacto con el más allá. El lago de Banyoles está relacionado con las presencias del pasado, con la confusión entre lo real y lo imaginario, con la magia que le inspira poemas como El mèdium (1954) y cuentos como Amb tècnica de Lovecraft (1956). Por contraste, es un gran escritor de secano. En las Garrigues, en Gandesa (el Ebro aparece esporádicamente en sus textos), en Albinyana, Perucho descubre la nitidez de las cosas reales, concretas, bien recortadas. Cambia la marcha del Dauphine y adelanta un carro cargado de uvas que va hacia la cooperativa.


Los placeres de la vida

Perucho es un hedonista. Seguramente influye en ello el trauma de la Guerra Civil y de la posguerra. El 18 de julio de 1936 tenía 15 años. En la época de la universidad, a principios de los cuarenta, con su amigo el crítico Antoni Vilanova, se aficionan a las ediciones antiguas. Vilanova se especializa en la literatura del barroco español. Perucho colecciona libros raros y curiosos. Acaba teniendo una gran biblioteca, que sirve de base a su literatura. Sobre todo para las Historias apócrifas, que publica en La Vanguardia, en los años sesenta: una mezcla de artículo periodístico, cuento y ensayo. Botánica oculta o el falso Paracelso (1968) e Historias secretas de balnearios (1971) son cumbre de esta literatura erudita de broma.


Pasa frente al bar Esport. Para un momento el Dauphine, asoma la cabeza por la ventanilla y habla con el notario, que toma café en una mesa, en la terraza. Va al hotel a dejar las cosas y enseguida vuelve.


Con otro amigo de la universidad, Néstor Luján, Perucho es un pionero de la literatura gastronómica. El libro de la cocina española. Gastronomía e historia (1970) es un volumen muy divertido, con teorías y recetas, pero también con chistes y curiosidades sobre platos y cocineros. En esta vertiente Perucho y Luján conectan con los escritores gallegos, que en el mismo momento reivindican la relación entre cocina e historia. Son enemigos furiosos de la nouvelle cuisine. La imaginación, el ingenio y el humor forman parte también de la cocina. Álvaro Cunqueiro y José María Castroviejo llegaron a publicar la receta per guisar la sirena: de cintura para abajo, como pescado. De cintura para arriba, como caza mayor.


La vida de acción

En la mesa del bar Esport charlan el médico, el notario y el alcalde. Perucho llega muy perfumado. La tertulia de las autoridades es parte importante de la vida del pueblo. Todos son personajes inquietos, pintorescos, atados con la ­cadena de un oficio administrativo. Planifican un almuerzo en la Fonda Alcalá, una escapada a Horta de Sant ­Joan, una visita a Alcañiz, donde han localizado a un trapero que tiene muebles, libros y objetos antiguos. La última vez, Perucho le compró un puñal que ha resultado ser una pieza mudéjar rarísima.


Perucho quiere dar salida a este mundo personal y con la ayuda de sus amigos de la tertulia ha fundado la editorial Táber, que publica literatura fantástica, literatura gótica y folletinesca, libros de gastronomía, de erotismo, con una estética pop. El diseño corre a cargo de otro amigo: Joan Pedragosa, que también diseña la Biblioteca de Arte Hispánico de la editorial Polígrafa, que Perucho dirige. Tiene un problema: es de ideas avanzadas y no le dejan pasar una. Unas semanas atrás la censura le ha negado el permiso para editar el cómic Barbarella , que es un fenómeno internacional, una historia de ciencia ficción. Perucho, que nunca se mete en nada que tenga que ver con política, ha firmado un manifiesto quejándose de la censura: “¡No hay derecho!”.


La poesía

Según Perucho los poetas tienen la clave de la verdad. Empezó publicando libros de poesía. A partir de los años cincuenta se pasó a la prosa: novela, cuentos, periodismo, literatura gastronómica, crítica de arte. La poesía no se encuentra sólo en los versos. Sus artistas predilectos son poetas. Ramon Rogent, que transformaba, idealizándola, la vida cotidiana. Joan Miró, que explora el misterio de la vida de secano y la proyecta hacia el espacio astral. Los artistas de Dau al Set que, como Perucho, se interesan por médiums, fantasmas y demonios: todo lo que hay de oscuro en la existencia humana. Su gran amigo es Salvador Aulèstia, que, además de escultor, es mago y que tiene unas teorías extravagantes que le hacen reír. Perucho es inquieto y generoso y, en los años que fue crítico de arte de la revista Destino, entre 1960 y 1968, apoyó a muchos artistas jóvenes, figurativos: de Jordi Galí a Antoni Padrós y de Francesc Artigau al joven Albert Porta, que en años futuros será Zush y más tarde Evru.


La casa de la vida

Con todo esto, Perucho, que ha cambiado de coche y ahora tiene un Peugeot azul celeste, invita a sus amigos a ir a Albinyana a ver la casa que ha comprado. Es una de sus grandes pasiones: decorar con muebles antiguos y cuadros modernos, con objetos sacados de traperos y anticuarios, obras de bibliófilo y libros pop.


El mundo de Perucho confluye en dos casas, en Barcelona y Albinyana. En los últimos años sus amigos le decían siempre que tenía que escribir un libro como La casa della vita (1958) de Mario Praz, donde explicaba de donde habían salido los objetos y las obras de arte que había reunido en el Palazzo Ricci.

La casa de Albinyana se sostiene sobre una gran arcada gótica. Le han dicho que los pedruscos de la base podrían haber formado parte de un castrum romano. Fue bar, y en la parte de abajo conserva aún el mostrador. En el piso de arriba se celebraban bailes y recepciones. Ahora es una sala de estar muy agradable en la que, junto a un cuadro de Artigau, de la serie La Paloma y el Papagayo, que era una crítica a los ricos de los años sesenta, y un gran óleo abstracto de Erwin Bechtold, el diseñador de Destino, hay una caja de madera con el diorama de un barco, un marco con un abanico del ochocientos, un globo terráqueo y una maleta de médico, como la que debía de llevar Antoni de Montpalau, el protagonista de Les històries naturals, cuando perseguía por Catalunya al vampiro Onofre de Dip.


El teatro

Es un gran escenario para un gran personaje. Más allá del valor de sus novelas, traducidas y reeditadas una y otra vez, la gran creación de Perucho es él mismo. Esa ­figura inesperada, imaginativa, divertida, locuaz, siempre a punto para compartir y hacer participar a los amigos de sus descubrimientos. La literatura es una proyección de esta personalidad exuberante, como lo son las casas. En una escena al comienzo de Les històries naturals, Perucho describe con muchos detalles el gabinete del naturalista. Entonces, Montpalau tose discretamente y aparece en la sala. Es como un actor que entra en el escenario. Es Perucho entrando en su ficción.


El notario, el médico, el alcalde y propio Joan bajan del Peugeot azul celeste frente a la casa de Albinyana. Maria Lluïsa, que les estaba esperando, ha preparado un banquete. Los niños corren a esconderse en las habitaciones. Perucho, en mangas de camisa, sudoroso y brillante, abre la puerta: “¡Ya estamos aquí!”.





Julià Guillamón
Comissari l'any Perucho
La Vanguardia



   
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