Aunque gusta de renegar modesta y bienhumoradamente de ello, el pensador poeta y ensayista es sin duda uno de nuestros más preclaros sabios, como demuestra su nueva obra ‘Filosofía y consuelo de la música’ (Acantilado), el trabajo de una vida donde condensa la sapiencia milenaria sobre sus dos grandes pasiones.
Decía
Eugenio Trías en 2008, cuando publicó
El mundo en el oído, que el gran mérito de
Ramón Andrés (Pamplona, 1955) era «internarse en la espesura del origen de la música en la cultura», un origen remoto e insondable ya que se pierde en la noche de los tiempos de la humanidad. Y es que trazar esas líneas que atraviesan los siglos conectando la cultura del pasado con nuestro presente es a lo que ha dedicado su vida intelectual el pensador y poeta navarro, como refleja un nutrido corpus de títulos, siempre eruditos, como Oculta filosofía, Diccionario de música, Semper Dolens o Pensar y no caer, que dan muestra de la universalidad de la mirada del autor y la riqueza de sus intereses, bajo los cuales late un muy refinado humanismo y un afán de conocimiento iniciado.
Por ello era esperable un libro como Filosofía y consuelo de la música (Acantilado), una monumental conversación de más de 1.000 páginas con los autores del pasado, que tiende puentes entre el pensamiento y la música, la pasión y la razón que condensan la esencia del ser humano. “Uno, no sólo como escritor, siempre es sus obsesiones, y en este asunto de la filosofía y la música hace muchísimos años que vengo recopilando material, tomando notas, guardando datos… Todo esto va creando un poso y te prepara para el momento en el que sientes que puedes empezar a escribir sobre algo, pero es verdad que es una obra de muchísimos años”, explica el autor, que visita este pasado, no desde la nostalgia, sino desde el deseo de luchar por no perder lo que realmente merece la pena de este legado, muy oportuno para un presente ante el que se muestra combativo, y quizá incluso optimista.
Su viaje, cuyo inicio se pierde en las brumas de la historia, llega únicamente hasta el siglo XVIII ¿por qué decide detenerse ahí, lo posterior, como a Goethe, no le conmueve y le perturba?
Al contrario, me interesa muchísimo. Soy un gran aficionado a la música contemporánea y estoy bastante al día también de la filosofía actual, pero me detuve por varias razones. La primera por cansancio, porque he estado sentado tres años para escribir esto y ya no podía más. Pero la razón más seria, más objetiva, es que a partir del XVIII ya hay mucho escrito. Antes también, pero son estudios musicológicos más restringidos. A partir de Kierkegaard, Nietzsche, Schopenhauer, esta relación ya está contada, y muy bien, por cierto. Creí que era coherente transitar todo el repertorio y detenerme ahí.
Habla de su pasión por la música actual, pero ¿ve quizá una quiebra, un sentido diferente entra la música clásica canónica y la hecha desde comienzos del siglo XX?
Sí, es cierto que hubo esta ruptura aparente con la tradición, pero incluso en Schönberg y la Escuela de Viena —si dejamos aparte a Webern, que fue el más moderno e innovador— hay una nueva concepción armónica pero todavía está la necesidad de narrar, de describir. Mientras que a partir de Webern la música es otra cosa más abstracta. Y después de la Segunda Guerra Mundial hay una nueva búsqueda de sonido, de relaciones armónicas, la incorporación del silencio dentro de las partituras… Con autores como Maderna, Nono y sobre todo Ligeti, es una música más intelectual, si se quiere, pero paradójicamente más desnuda.
Enhebra un hilo ininterrumpido desde los orígenes de la humanidad hasta lo más granado de la tradición occidental. ¿En qué momentos de la historia ha relucido más esa afinidad entre filosofía y música, quiénes han sido sus máximos exponentes?
Fue crucial el pitagorismo. Pitágoras aprende mucho de Oriente, de Babilonia y de los caldeos, que tenían una concepción matemática, y por tanto musical, del universo. Él traslada todo esto con la célebre teoría de la armonía de las esferas, que decía que cada planeta emitía una nota y el mundo se sostenía en un fluido de melodías, haciendo de este modo de pensar algo espiritual. Y quien retoma todo esto es sobre todo Platón, cuya descripción del universo es netamente musical. Es gracias a su herencia y su peso en la filosofía que en el Renacimiento vuelva a ponerse en valor este pensamiento y que surjan filósofos músicos que tocaban muy bien como Marsilio Ficino, que tocaba la lira de brazo o el propio Descartes, subyugado sin duda por la música, que trató de tocar el laúd. No era infrecuente este matrimonio desde el Renacimiento.
Además de la conexión que usted explora, música y filosofía han tenido también arduos combates, que se reducen, como ejemplifica con Kant en la lucha entre razón y pasión, ¿cómo es posible el equilibrio entre ambos elementos tan intrínsecos al ser humano?
Es curioso ver como Kant, ciertamente poco amigo de la música, escribe contra ella con argumentos que podemos rastrear incluso hasta San Agustín varios siglos antes. Él al principio quiere desechar la música porque la considera una debilidad humana que aparta al hombre de Dios, pero poco a poco en sus Confesiones reconoce que se le saltan las lágrimas cuando oye determinados cantos y al final reconoce que le acercan a la divinidad. Volviendo a Kant, él trata de razonar todo y la razón le basta, por lo que da la espalda a ese sentimiento espiritual que creo que es el complemento que los seres humanos necesitamos, porque allí donde la razón no llega están las pasiones, y la música es la mejor llave para abrirlas.
Hace poco Víctor Gómez Pin nos decía que no todas las civilizaciones han tenido filosofía, pero como usted comenta todas han tenido música, ¿es esta uno de los rasgos que nos hace humanos, que definen nuestra humana conditio?
Sin duda. Yo no conozco civilización, por primitiva que sea, que no tenga música. La tienen los pueblos más desfavorecidos y pobres de África, en Australia los aborígenes conservan todavía un legado muy importante y hay noticias de instrumentos musicales de hace más de 50.000 años. La música es danza, cuerpo, ritmo, movimiento, y por eso esta en el núcleo de todos los pueblos.
En la nota final habla de la escritura como una Linea Maginot frente “al mundo del empujón y la barbarie, de la ignorancia y la bestialidad”. ¿Realmente ese ese el papel de la literatura, de la cultura, resistir?
En cierto modo sí lo es, y ahora creo que especialmente, porque no es por ser refractario o reaccionario, pero es verdad que el mundo de la tecnología está borrando mucho la memoria, lo que hemos sido y lo que somos. La técnica viene con un aire de conquista que anula lo anterior y nosotros procedemos de lo anterior. Por eso creo que los libros, el pensamiento, la música, el poder estar en silencio, son pequeñas formas de intimidad y de resistencia frente a una barbarie y a una ideología del consumo desorbitadas.
El silencio juega un papel clave en su obra, por ejemplo, en su último poemario, donde da voz al silencio de la naturaleza, ¿cómo se contraponen o conviven éste y la música, además de la escucha?
Siempre digo que la música no es el reverso del silencio, sino que está contenido en ella. La música surge de una meditación, de una preparación de la obra que se va a crear y eso nace desde el silencio. Hay música, como la romántica, donde el compositor necesita contar su vida, pues las obras románticas son grandes autobiografías y ahí no hay lugar para el silencio. Pero como he comentado antes, la música contemporánea tiene en cuenta el silencio, que si no es explícito en las partituras, sí lo es en su abstracción, en su no narración. Todo el arte contemporáneo, la pintura, por ejemplo, ha recuperado el silencio.
Es un gran defensor del presente, y más que como nostalgia, en sus páginas el pasado está presente como algo vivo, como reivindicación de todo lo bueno que debemos heredar de él. ¿Qué nos puede enseñar todo este saber antiguo, los clásicos?
El presente está hecho de pasado pues la memoria interviene, aunque no nos demos cuenta en nuestra ecuación. Yo soy defensor del presente pero no entendido como un carpe diem sino en el sentido de que Occidente, desde hace unos tres siglos, está actuando siempre como una preparación del futuro y ha presentado el mundo como algo insatisfactorio. De ahí ha surgido un individuo que siempre espera algo más, porque el presente y el mundo parecen poca cosa, siempre hay que aspirar a una realidad superior, lo cual es una utopía crónica. Y no nos damos cuenta del presente, de lo que tenemos aquí y ahora.
Debemos “ir hacia atrás para modernizarnos”, proponía en abril en estas páginas. Meses después y visto lo visto, ¿cree que desaprovecharemos las posibilidades de reinicio que parecía ofrecer la pandemia?
Hubo mucha ingenuidad a la hora de pensar que esta situación nos iba a cambiar, a hacer más abiertos, más humanos, más comprensivos con el prójimo y con uno mismo. No ha sido así, siempre he dicho que, si dos guerras mundiales que se saldaron con más de 60 millones de muertos no han tenido la capacidad de hacernos mejores, poco podía hacer esto.
«Si somos objetivos, vemos que los cambios que están ocurriendo son de orden económico, de organización del trabajo, etc. Si los Estados no se toman más en serio otros temas —tampoco hay que ser ecologista para darse cuenta del deterioro del planeta— y no se crea una conciencia política para mantener un cierto orden de sostenibilidad o si nos apegamos a una enseñanza de aplicación práctica esto no irá bien«, defiende el pensador, siempre muy crítico con la configuración utilitarista de la sociedad actual, planteada, según ha dicho, como un negocio. «Hace poco la ministra de educación decía que la enseñanza debe ser eminentemente práctica y que no debería haber nada de conocimientos enciclopédicos ni memorización. Quizá no haga falta conocer la lista de los reyes godos, pero tampoco se puede olvidar todo lo que ha sido el pasado y centrarse en el utilitarismo, porque somos algo más. Somos complejos y llevamos el pasado en nosotros y tener presente la historia es muy importante».
Durante estos meses parece que ha habido un aumento de la filosofía como recurso, ¿qué recomendaría a un lector primerizo que se adentre en estas lides? ¿Y en el plano musical, qué música es reivindicable para el melómano en ciernes?
Aconsejaría a cualquiera, si es que puedo hacerlo, que sepa estar en silencio, aunque sea un cuarto de hora, y escuchar. Escuchar música con tranquilidad, que no le dé miedo la llamada música clásica, ni le dé miedo ir más atrás, a la medieval o a la de los siglos XV y XVI, que es maravillosa. También que tenga tiempo de abrir un libro de arte y ver como se pintaba en el siglo XVII, porque detrás de eso hay toda una declaración sobre el tiempo, el tiempo para pensar, para el detalle, algo que hoy nos ha sido arrebatado. No recomendaría grandes libros de filosofía, sino empezar por la escucha, por empaparse de esta cultura que es nuestra herencia.
Achaca a la sociedad haber renunciado a asumir dos cuestiones principales: la responsabilidad y el sacrificio. ¿En qué se nota su falta y por qué son capitales?
El sacrificio es algo que forma parte de la espera, el que las cosas cuestan si se quiere conseguir algo, cualquier obra, cualquier trabajo. Pero hoy la espera ha sido eliminada y la gente muy joven la desconoce, pues todo está disponible a golpe de clic, todo es inmediato. Saber esperar está en los mismos orígenes del ser humano cazador. Y luego está la falta de responsabilidad, exigimos mucho de los políticos, del Estado, pero la gente no se toma muy en serio la responsabilidad individual. Nos hemos cargado de derechos y no de tantas obligaciones, y la responsabilidad es una manera de vivir éticamente que crearía un tejido social más coherente, justo, amable y mejor para todos.
Ahora que alude a la política, decía también en aquel texto que “casi nadie da la talla”, pero que “los errores políticos tienen consecuencias dolorosas”, una afirmación que hoy vemos crudamente cierta. ¿Es imposible que la política reme a una ni en este contexto?
Creo que se ha agotado el lenguaje político tal como lo conocemos. Se está trabajando sobre unas estructuras muy caducas, esa tensión dialéctica entre derecha e izquierda es algo muy anticuado y ni los partidos, digamos, más progresistas lo advierten. La política necesita otra manera de proceder y de pensar porque si no la democracia se va a volatilizar como está haciendo. No hay un nuevo lenguaje político que sea capaz de interpretar, no el mundo que se avecina, sino el que tenemos ya aquí. Los discursos de los políticos son muy anticuados, manidos, estrechos y de muy poca imaginación.
También alude al infantilizado y egoísta individualismo actual. ¿Cómo hemos pervertido el ideal de individualismo nacido en el Renacimiento humanista? ¿Qué significado le damos hoy y por qué éste es errado?
El Humanismo fue muy importante porque a partir de finales del XV, un siglo crucial porque es ahí donde nace la modernidad, comenzó a hacer de cada habitante un mundo cerrado. Esto se refuerza con la Ilustración, tan importante para tantas cosas, pero con algunos puntos negros, como es el fomento de un individualismo extremo, que en un momento determinado fue muy importante, porque fue de liberador para la sociedad, pero que en el siglo XX se fue transformando en un declarado narcisismo, en un olvido del prójimo, por muy solidarios que nos proclamemos. Ese individualismo del que hablaba Nietzsche, que servía para el pensar, para abrir la mente, hoy se ha convertido en un culto a lo personal, a una intimidad mal entendida y sobre todo a un egoísmo que lo está arrasando todo.
Todas estas carencias o desvíos que diagnostica nos llevan siempre a la solución de más humanidades o más cultura, pero estos saberes, la filosofía, la música antigua, la poesía y los escritores clásicos, atraviesan una época difícil. ¿Cómo se puede revertir esto, es pesimista el futuro de la cultura en la sociedad?
Es muy difícil revertir esta tendencia porque el saber, el conocimiento, requiere, como dices tiempo. Y se da la paradoja de que el ciudadano que se siente cada vez más libre resulta que cada vez tiene menos tiempo. No soy futurólogo, pero creo que hay una parte de la cultura que es indestructible, porque cultura significa necesidad de pensar, de saber qué somos y qué llevamos dentro, una necesidad que nunca desaparecerá. Mientras haya una sola persona que se detenga, piense y no funcione como un autómata, la cultura, esa defensa de lo humano, resistirá.
Andrés Seoane