Se ha dicho de la Barcelona de los 70 que fue una ciudad libre y abierta en la que todo el mundo hubiera querido estar. Otros creen que aquel periodo fue el origen de la ciudad diversa que es hoy. Para algunos, la auténtica revolución fue el Madrid de la Movida. Las versiones varían. No hay nada más difícil que intentar encapsular el espíritu de una década. ¿Cómo prendió el underground de los 70? ¿Cuándo y por qué se acabó? ¿Qué enseñanzas podemos extraer? ¿Hasta qué punto era subterráneo aquel underground? ¿Había de verdad tantas orgías? Cada sobreviviente contará siempre su versión, deformada por el vuelo libre de la memoria.
Aquel periodo quedaba pendiente de una revisión a fondo. El Macba se aproximó a la época en el 2016 con su exposición Gelatina dura, historias escamoteadas de los 80, pero su mirada tenía otra óptica.
A diferencia la Movida madrileña, que ha merecido varias exposiciones –la última, a cargo de Foto Colectania, en la propia capital catalana– el underground barcelonés no ha sido objeto en su globalidad una gran revisión. Ha habido muestras parciales, como las de Ajoblanco o la que el MNAC dedicó a El Víbora. Pero no un aterrizaje ambicioso y pormenorizado en los múltiples underground que convivieron en la ciudad en los 70.
En contraste también con el Madrid de los 80, la Barcelona canalla de la década anterior no contaba con altavoces mediáticos que la proyectaran por España. Ni siquiera en la propia Catalunya se cuidó y divulgó como se merecía. La cultura institucional del primer pujolismo pasó como una apisonadora sobre aquel legado, y el resto lo pusieron la soberbia y la desidia de una ciudad que a partir del éxito de 1992 se creyó que había dado con la piedra filosofal de la excelencia.
El legado se dispersó. Al coleccionista cántabro José María Lafuente le resultó fácil hacerse con archivos muy representativos del underground barcelonés. Aunque cueste creerlo, ninguna institución ni ningún otro coleccionista se habían interesado por ellos. Sus propietarios accedieron a vender. En su nuevo destino santanderino están muy bien cuidados y dignificados, pero lo cierto es que fotos, carteles, revistas, correspondencia, libros y originales de aquella época se fueron para no volver.
Quien trata ahora de reivindicar aquella Barcelona contracultural y de situarla en el lugar que se merece es el Palau Robert, que ha encargado al periodista y escritor Pepe Ribas que sea comisario de una exposición sobre el tema que en principio abriría sus puertas en mayo del 2021.
Jordi del Río, director general de Difusió de la Generalitat, hizo el encargo a Ribas “porque es alguien de consenso y porque es la persona ideal para asumir el reto de zanjar la deuda pendiente que teníamos con una generación muy creativa pero que también fue autodestructiva, una generación de la que nunca hasta ahora se ha ocupado la cultural oficial”.
La iniciativa sobre el underground en Catalunya se enmarca en la línea expositiva que ha impulsado Del Río en un Palau Robert que hasta no hace mucho era una mera oficina de turismo. El underground seguirá así la estela de muestras como las dedicadas a America Sánchez, a Bocaccio o, actualmente, a los feminismos.
Ribas, fundador de la revista Ajoblanco, responde desde su refugio en el Empordà que lo que intentará en mayo es “mirar hacia esa década con honestidad y trabajar solo con materiales del momento, sin interpretar, para mostrar a la gente joven de hoy que se puede crear y vivir en el margen, sin necesidad de subvenciones”.
Esta sería una de las aportaciones de la exposición. Otra, constatar que el underground barcelonés fue en realidad muy catalán, ya que su onda expansiva prendió en otras muchas ciudades. Y Ribas no se refiere solo a Canet de Mar, sede del festival de música y del grupo Comediants: “La fiesta libertaria se extendió por todas partes, más de lo que imaginaba entonces. Terrassa, Reus, Salt, Sallent, La Floresta son solo algunos ejemplos de lugares donde pasaban cosas muy interesante y creativas”.
Y una enseñanza más: un espíritu colectivo que Ribas ve perdido. “Ahora mandan la competencia y el sectarismo, mientras que la solidaridad de los 70 era sentida”.
Para preparar la exposición, Ribas se apoya mucho en la labor de investigación que ha realizado el músico, poeta y dibujante Canti Casanovas, creador de La Web Sense Nom, una apasionante inmersión en la contracultura de los 70 que acumula más de una década de trabajo.
Esta documentación y la que ha recabado a lo largo de los años el propio Ribas –autor de un libro titulado Los ‘70 a destajo– permiten trazar tres períodos en los que se basará la exposición del Palau Robert. El primero arranca a finales de los 60, muy influido por el rock, la música psicodélica y la progresiva y por “unos viajes prematuros a India”.
Una segunda fase se inicia con hitos como la apertura de la sala Zeleste (1973) y la salida de revistas como Ajoblanco y Star (1974), y está marcada por preocupaciones como la ecología, el feminismo, la libertad sexual, en antimilitarismo o la antipsiquiatría. Y la tercera surgiría al calor del punk y de su nihilismo, con el festival del Casino Aliança del Poblenou de 1977 como momento fundacional.
¿Cómo acaba la fiesta? ¿Fueron la heroína y el pujolismo, como a menudo se ha sostenido, sus enterradores?
“Es más complejo que todo eso. El pujolismo influyó, pero el propio regreso de la democracia obligó a institucionalizar la cultura, que es algo imposible, porque los creadores tienen que ser libres, y esta es una lección para hoy en día, cuando todo se ha institucionalizado. Contracultura y democracia son incompatibles. Se apagó el foco. Luego llegó la movida y se borró la huella”.
“En Madrid –prosigue Ribas– se divulgaba la movida, y aquí se prohibió divulgar el underground. Sobre la heroína, el trabajo de documentación que estoy haciendo me ha demostrado que esta droga no fue la causa del fin de la fiesta, sino la consecuencia del desencanto de ver cómo el marketing había domesticado el movimiento contracultural”.
¿Y las orgías? ¿Son un mito?
“La libertad, en ese siglo de moral victoriana, catolicismo integrista y franquismo trajo la sensualidad. Y toqueteos varios. Había que experimentar y hubo efectivamente sexo en grupo”. Pero de estas experiencias no habrá fotos en la exposición. “Lo que se vive de verdad no se fotografía”, concluye Pepe Ribas.
Miquel Molina