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“Las capacidades no dependen de tu género” se podía leer en la pared de un polideportivo madrileño. La frase presidía los retratos de quince grandes mujeres del siglo XX: Frida Kahlo, Rosa Parks, Rigoberta Menchú, Valentina Tereshkova.... Era un mural pintado en el 2018, siendo alcaldesa Manuela Carmena. Pero en enero del 2021, Vox, Partido Popular y Ciudadanos pidieron que se borrara y se sustituyera por retratos de deportistas. No contaban con la reacción popular. Protestas vecinales, recogida de firmas, campaña en Twitter con el hashtag #ElMuroSeQueda... Tanto, que Begoña Villacís, vicealcaldesa de Madrid por Ciudadanos, cambió de opinión, y el mural, finalmente, no se va a tocar.
Pero ¿por qué la misma Villacís se había opuesto al mural en un primer momento? Porque en él, dijo, “solo están las mujeres que defienden el feminismo y que además son de izquierdas”, y no “otras mujeres, también abanderadas del feminismo, que han defendido otra ideología, como Santa Teresa, Concepción Arenal o Margaret Thatcher”. Unas declaraciones que ponen el dedo en la llaga, porque parece que hoy día todo el mundo es feminista, pero eso ¿en qué consiste? ¿Significa ser de izquierdas? ¿O existe un feminismo de derechas, o por lo menos, liberal?
“La reivindicación del feminismo liberal de los años sesenta de que las mujeres podían salir al mundo del trabajo asalariado, la política, la cultura... ya está aceptada, al menos en Occidente”, explica Alicia Puleo, editora del libro colectivo Ser feministas . “Por eso hoy hay mujeres de derechas que reivindican la igualdad con los hombres en el mundo tal cual es”.
Ese, justamente, es el caballo de batalla de otro libro publicado hace poco en español: Teoría feminista: de los márgenes al centro, de la afroamericana bell hooks (que escribe su nombre así, en minúsculas, para indicar que lo importante no es su persona, sino sus ideas). Ser iguales a los hombres implica preguntarse: ¿a cuáles? Las feministas blancas burguesas, dice hooks, aspiran a tener las mismas oportunidades que los hombres blancos burgueses. Pero entonces, observa, hay que preguntarse: ¿quién se encargará de las tareas mal o nada pagadas (trabajo doméstico, cuidados...) tradicionalmente asumidas por las esposas? Un feminismo como el liberal, que no cuestiona el capitalismo, necesita que mujeres pobres y migrantes sigan siendo siervas de una clase dominante que será, eso sí, más igualitaria internamente. Por eso Rosa Cobo, una de las editoras del Breve diccionario de feminismo, cree que asistimos a una creciente alianza entre capitalismo y patriarcado, interesados ambos en convertir a las mujeres (sobre todo las pobres y/o no blancas) en servidoras domésticas, laborales, sexuales y reproductivas. Un verdadero feminismo, corrobora su coeditora Beatriz Ranea, tiene forzosamente que ser de izquierdas, porque aspira a emancipar a todas las mujeres, no solo a las que por sus privilegios de raza y clase pueden beneficiarse, casi tanto como los varones poderosos, de la explotación de las de abajo.
Publicados casi a la vez, el libro de Cobo y Ranea, Breve diccionario de feminismo, y el de Puleo, Ser feministas, tienen mucho en común. Son obras colectivas, con una amplia nómina de autoras (algunas coincidentes, como Beatriz Gimeno, Luisa Posada, Alicia Miyares, o las mismas Cobo y Puleo), que repasan brevemente los principales conceptos que la teoría feminista ha trabajado en las últimas décadas: misoginia, feminización de la pobreza, género, cosificación, ecofeminismo, ética del cuidado, prostitución, mansplainin g, vientres de alquiler... por citar algunos términos que hallamos en los dos. El primero, gráficamente más elegante, pero también más breve (41 entradas), toma como punto de partida de cada texto (acompañado de una ilustración) frases famosas: “ Votes for women” , “ Yo te creo”, “ Lo personal es político”, “ No se nace mujer, se llega a serlo”... El segundo, más académico, es también más completo: sus 87 entradas incluyen una gran variedad de conceptos, como informe de impacto de género, iusfeminismo, epistemología feminista o currículum oculto de género.
Esta coincidencia entre ambos libros sería tranquilizadora (vendría a demostrar un avance sólido y coherente del feminismo)... si no fuera porque hay un elefante en la habitación. Transactivismo, identidad de género, transfeminismo, teoría queer, transgenerismo queer, autodeterminación de género... hasta el nombre está en disputa: elegir uno u otro ya implica una toma de postura. Ni el Breve diccionario ni Ser feministas lo abordan de frente. Alicia Puleo considera que lo verdaderamente importante en el feminismo actual son otras corrientes, como el ecofeminismo, el feminismo radical o los feminismos del Sur. Rosa Cobo, por su parte, destaca el avance en los temas que la cuarta ola feminista ha puesto sobre la mesa: violencia sexual, pedofilia, prostitución, pornografía... estos últimos, grandes negocios cuya abolición, señala, exige al feminismo ser anticapitalista. Y explica que el diccionario coordinado por ella y por Beatriz Ranea, aunque dedica una entrada a la teoría queer, no incluye, deliberadamente, otros términos, como diversidad o identidad de género, porque a su entender no forman parte del feminismo.
Pero lo que esos dos libros soslayan, lo cogen por los cuernos otros tres, publicados en los últimos meses. La veterana feminista y crítica de cine Pilar Aguilar titula Transactivismo la segunda parte de Feminismo o barbarie (Vol. 2) , una colección de artículos. La primera parte, titulada Hombres, es festiva: se dedica a destripar artículos de algunos eximios escritores españoles actuales que han polemizado con el feminismo, y hay que reconocer que lo hace con mucha gracia. En Transactivismo se pone más seria, criticando lo que considera una deriva del actual Ministerio de Igualdad. Le reprocha que dé prioridad a la agenda trans por encima de la agenda feminista, descuidando a colectivos mucho más numerosos, como los de amas de casa, discapacitadas o mujeres emigrantes, y coloca esa actitud en la misma línea –aunque sorprenda– que esos ayuntamientos que celebran el 8-M con talleres de peluquería y maquillaje o misas en honor de vírgenes: el resultado, en ambos casos, es “descafeinar y adulterar” el feminismo.
Y a todo esto, ¿qué dicen las interesadas, es decir, las personas transexuales y transgénero? (Aunque está de moda llamarlas trans sin más, habría que distinguir entre las primeras, que alteran su cuerpo para asemejarlo al del otro sexo, y las segundas, que no lo modifican). El libro colectivo Transfeminismo o barbarie recoge sus voces. Aunque la nómina de autoras/es es amplia (Lucas Platero y Nuria Alabao son quizá los nombres más conocidos), el texto clave de los que incluye la obra es sin duda el de Aitzole Araneta, pues aborda el quid de la cuestión: ¿qué es el sexo?, ¿en qué consiste ser mujer u hombre? La respuesta, asegura, no está en los genitales, ni en los cromosomas, cuya existencia no se descubrió hasta que se inventó el microscopio. Tampoco se trata de comportamientos: no hay que confundir, explica, “a niñas masculinas, niños femeninos, con niñas con pene y niños con vulva”. Las personas nacidas hombres que se sienten mujeres “SON mujeres”, afirma Araneta, con mayúsculas. Lo son, incluso, corporalmente: “El cuerpo de una mujer es el de una mujer aunque albergue ciertos caracteres que podríamos considerar masculinos, incluidos los genitales”. “Somos quienes somos, quienes hemos sido y quienes seremos”, insiste, “y no hay más”. Para quienes se sigan preguntando en qué consiste esa “identidad de género” que tanto el transactivismo como el borrador de ley trans consideran una evidencia, aunque no la definan ni la expliquen, Araneta cierra así la discusión: “¿Qué nos hace ser quienes somos? No tenemos respuesta”.
Quien sí ofrece algunas respuestas, apelando al contexto histórico y político, es Alicia Miyares en su libro Distopías patriarcales, subtitulado Análisis feminista del ‘generismo queer’ . Todas las olas del feminismo, señala Miyares, han provocado “discursos reactivos”: para oponerse al avance de las mujeres, se ha recurrido a la idea de la diferencia natural entre los sexos, a su complementariedad, al determinismo biológico o a la “mística de la feminidad”. Para esta filósofa, lo que ella llama “generismo queer” es la reacción contra la cuarta ola. Bajo la apariencia moderna y transgresora de las teorías de Judith Butler se oculta un peligro mortal para el feminismo, un verdadero caballo de Troya. Primero, porque la teoría queer propugna un individualismo (“ser yo es mi única ley”, sería su lema) indiferente al análisis del poder. No pretende cambiar la realidad social, sino solo lo personal y subjetivo. Y “no es lo mismo”, dice Miyares, “afirmar que lo personal es político, que afirmar que lo político es lo personal”. En segundo lugar, la agenda del transgenerismo coincide con la del capitalismo y la ideología neoliberal, cuando defiende, como es frecuente, la prostitución (en sí, como institución, no simplemente los derechos de las mujeres prostituidas), la pornografía y los vientres de alquiler.
Y el mural se quedó
Pintado por un colectivo de artistas urbanos llamado Unlogic Crew en el 2018, el ahora famoso mural pintado en un polideportivo del barrio de La Concepción de Madrid retrata a quince mujeres pioneras. Algunos rostros nos resultan familiares: la pintora mexicana Frida Kahlo, la novelista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, o Rosa Parks, la afroamericana que pasó a la historia por negarse a ceder su asiento a un blanco en un autobús de Montgomery (Alabama) el 1 de diciembre de 1955. También identificamos fácilmente a la guatemalteca Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz (1992) y Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional (1998), o a la ‘sacerdotisa del soul’ Nina Simone. De otras, el público, aunque quizá no reconozca las caras, sí conoce al menos el nombre. Así, la soviética Valentina Tereshkova, que el 16 de junio de 1963 se convirtió en la primera mujer en ir al espacio.
Además de celebrar las hazañas y logros de esas pioneras, el mural puede servir para que conozcamos mejor nuestra historia: no solo la de las mujeres, o de la Humanidad, sino la de España. Representada, entre otras, por la anarquista Federica Montseny, nuestra primera mujer ministra (de Sanidad y Asistencia Social, bajo la Segunda República), y por una correligionaria suya mucho menos conocida: Lucía Sánchez Saornil. Fundadora de la organización anarquista Mujeres Libres, poeta ultraísta, lesbiana, después de la guerra Saornil se refugió en el exilio interior; no es aventurado sospechar que nadie conocía su pasado cuando murió discretamente en Valencia en 1970.
Más polémicas son otras dos figuras: la soviética Ludmila Pavlichenko y la mexicana comandanta Ramona. La una como francotiradora del Ejército Rojo, la otra como dirigente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional de Chiapas, ambas manejaron armas. Lo que nunca ha sido óbice, por cierto, para que a militares o guerrilleros varones se les erigieran estatuas...
Pero hay algo que todas tienen en común: ser de izquierdas. ¿Por qué no incluir entre los retratos a otras mujeres “también abanderadas del feminismo, que han defendido otra ideología, como Santa Teresa, Concepción Arenal o Margaret Thatcher”? inquiría en voz alta la vicealcaldesa Begoña Villacís. Buena pregunta: ¿fue feminista Santa Teresa? Estrictamente hablando, no: desde un punto de vista académico, se considera que el feminismo empezó con Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft, publicado en 1792, dos siglos y diez años después de que muriera la santa. Aunque podemos pensar que con su fuerte personalidad y su actividad incesante, Teresa de Ávila hizo algo parecido a lo que han hecho más tarde mujeres que sí se llamaron a sí mismas feministas, como fundar empresas (en su caso, conventos), reformar instituciones o escribir libros.
Del feminismo, teórico y práctico, de Concepción Arenal, en cambio, no cabe duda, como nos recuerda la reciente biografía obra de Anna Caballé o la exposición, comisariada por la misma Caballé y Cristina Peña Marín que puede verse en la Biblioteca Nacional, en Madrid. “El lugar de una mujer en la sociedad marca su nivel de civilización”, declaró Arenal, que en 1869 dio a la imprenta una obra fundamental del feminismo español: La mujer del porvenir.
El tercer nombre que Begoña Villacís, militante de Ciudadanos, ofreció como ejemplo de “abanderada del feminismo” no de izquierdas sino “de otra ideología”, es el de Margaret Thatcher. Primera ministra británica, por el Partido Conservador, entre 1979 y 1990, Thatcher pasó a la historia por sus políticas privatizadoras y por la revolución ideológica neoliberal que acaudilló junto a Ronald Reagan. “No existe la sociedad, solo hay individuos y familias” es una de sus frases más famosas. ¿Podemos considerarla “abanderada del feminismo”? Dejemos que ella misma conteste: “Las feministas me odian, ¿verdad?”, declaró en cierta ocasión. “Y no se lo reprocho. Pues yo odio al feminismo”.