Más allá de recordar el nacimiento de Andersen, el Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil, que se celebra el 2 de abril, lanza este año un mensaje de esperanza para los lectores que experimentan la compleja realidad de ser niño en momentos de crisis.
Como ha ocurrido con todo, las limitaciones derivadas de esta crisis pandémica en que vivimos desde hace un año han dificultado en este Día del Libro Infantil y Juvenil los encuentros con escritores, las presentaciones y actividades de otros años. Y a pesar de ello, el informe de Hábitos de lectura que elaboró la Federación del Gremio de Editores para 2020 nos sigue trasladando cifras alentadoras: un 74,4 % de los encuestados reconoce leer a los más pequeños de la familia y, entre los 6 y los 9 años, un 88,8 % se consideran lectores. Algo pasa, sin embargo, cuando se llega a la adolescencia pues a partir de los 15 la proporción de lectores se reduce notablemente, hasta un 50,3 %.
Los jóvenes siguen siendo el talón de Aquiles. La prescripción en estos años suele llegar a través de los youtubers, sus círculos cercanos o bien desde el ámbito escolar, pero aquí las recomendaciones todavía remiten a títulos clásicos de Ruiz Zafón o Laura Gallego. Y a pesar del esfuerzo de premios que refuerzan los mejores libros del año (Gran Angular, Anaya o Edebé juvenil…), la adolescencia no termina de encontrar referentes literarios que fidelicen sus lecturas.
Frente al escenario anómalo que vivió el mercado del libro a lo largo de 2020, la librería se mantuvo como principal canal de venta. No obstante, el sector ha tenido que reinventarse hacia el comercio digital, mejorando el servicio a través de las webs, potenciando los encuentros on line (famosos son los Cuentacuentos a domicilio de Laura Vila en la Librería Alberti) y trasladando a formato virtual certámenes tan señalados como la Feria de Bolonia. Dicen que los momentos de crisis también lo son de oportunidades y así hemos visto nacer nuevos proyectos como la librería Menudos infames, especializada en poesía y libro infantil.
Algunos autores e ilustradores confiesan que los meses de confinamiento fueron especialmente creativos (Begoña Oro escribió casi en tiempo real Los días en casa y Patricia García-Rojo continuó con la segunda entrega de su exitosa saga juvenil El asesino de alfas), pero lo que nadie cuestiona es que, para infinidad de niños, la lectura ha sido un refugio valioso, una oportunidad para viajar a otros mundos y entender la extraña realidad en la que estábamos inmersos.
No hemos tenido grandes cambios en cuanto a las tendencias generales de edición, pues los grandes sellos siguen apostando por valores seguros como las series de éxito que ya contaban con seguidores fieles: si en SM encontramos nuevos episodios de Los forasteros del tiempo de Roberto Santiago y la Princesas Dragón de Pedro Mañas, el Grupo Anaya tira de Liz Pichon, una de sus autoras estrella, para publicar La guerra de los zapatos (Bruño).
Curiosamente transgresora resulta la recuperación de clásicos en cuidadas ediciones que desafían la corrección política de nuestros días y subrayan cómo las buenas historias son eternas. Prueba de ello serían las excéntricas aventuras de Pippi Calzaslargas (Kókinos) o relatos como Tiffky Doofky de profesión basurero, rescatado por Blackie Books para su biblioteca de William Steig. En esta misma línea El gran libro verde, un texto poco conocido de Robert Graves editado por Corimbo que cuenta con las irónicas ilustraciones de Maurice Sendak.
El cómic infantil se posiciona como un género en alza para introducir al pequeño lector en historias algo más extensas. Así se aprecia en la divertida serie de Supercaribú (Beascoa) o en Ariol. Mosquita da en el clavo de Harper Collins. Formato que encuentra su paralelo juvenil en la novela gráfica, con libros de gran calidad que abordan la vida en un campo de refugiados, Cuando brillan las estrellas (Maeva), o la biografía de Concepción Arenal La mujer del retrato (Nórdica). Y en el marco del álbum ilustrado seguimos contando con casas especializadas como Kalandraka, conocida por el primor estético de sus ediciones (a destacar Ocultos en el bosque, un clásico de la ilustración japonesa) o Libros del Zorro Rojo, igualmente cuidadosa en su factura y con historias vanguardistas.
Frente a géneros menos transitados como el teatro o la poesía, los álbumes informativos de gran formato e ilustraciones espectaculares son otra constante en los catálogos. Ahora también se dirigen a un público prelector (Si vienes a la tierra, Anaya) y tratan de ir inculcando la conciencia ecológica, rescatando la figura de algunos personajes femeninos (Hildegarda, Edelvives) o introduciendo a civilizaciones antiguas (Grecomanía, Maeva).
Por último, no podemos olvidar el peso de los libros dedicados a las emociones del niño en esta época de inseguridades y cambios. Desde Las cajas de Berta (Nubeocho) a Así es la vida del gran Tomi Ungerer (Blackie Books), una de las mejores opciones ante las grandes preguntas de la existencia. No en vano, el humor siempre suele ser la mejor respuesta.