La que es ya una grande de la literatura se define como chiquitita y se quita importancia. Pilar Quintana (Cali, Colombia, 1972), premio Alfaguara 2021 con su última novela ‘Los abismos’, nos cuenta al teléfono que no tiene imaginación y asevera que, de poder elegir, sería una escritora de ciencia ficción, alguien capaz de escribir sobre utopías y temas de abducciones y extraterrestres. Quintana deja también claro desde un principio de la conversación que ella escribe de cosas pequeñas, que a menudo han sido despreciadas por ser “cosas de mujeres”.
En Los abismos retrata la vida de Claudia, una niña que vive con sus padres, un matrimonio malavenido, rodeada de precipicios, los suyos; los de la “selva” de una casa de dos pisos en los que la vegetación es densa y casi humana, y los creados por los silencios de su entorno construidos sobre adulterios y fantasmas que transitan con normalidad por la familia, especialmente entre madre e hija, tocayas, Claudias las dos.
Pero el vértigo y fuerza de esta violenta y tierna novela radica en que no habla de narcotráfico ni de la guerra de un país desigual que lleva décadas desangrándose, sino de las pequeñas vivencias de una cría a las que la autora pone la lupa para mostrarlas con precisión, cuidado y realismo. “Me gusta esa idea de que a veces no entendemos de lo que somos capaces. Me interesa ese lugar literario, lo oscuro de una persona normal, un ama de casa insatisfecha. Pero ese monstruo no sólo está en ella. También lo vemos en el personaje del padre, dulce, siempre atento y disponible, y en el que de repente la hija descubre que carga con una violencia insospechada. Nos olvidamos de mirar al monstruo que todos llevamos dentro. En mi literatura yo me vuelvo para mirarlos y les doy un lugar. Mi intención no es idealizarlos, pero sí nombrarlos y convertirlos en literatura. Al final hablo de lo que se contaría en terapia a un psicólogo”, apunta desde Bogotá.
La maternidad como precipicio
En este caso, el precipicio es la maternidad y la relación madre e hija. Y aquí valen todos las definiciones de abismo. Porque la escritora habla de esa profundidad grande, imponente y peligrosa, esa realidad inmaterial inmensa e insondable que puede ser un precipicio. Ese infierno que también puede suponer ser madre: “Lo novedoso ahora es que estamos abordando cierta monstruosidad dentro de la maternidad”. Y al hacerlo, Quintana señala que cuando ella empezó, hace 20 años, escuchó decir a editores y escritores que escribía temas femeninos, asuntos menores, cosas de casa y poco importantes. “No se les daba el lugar importante que merecen. Por eso, cierta literatura actual hecha por mujeres parece tan rompedora. Ahora, por fin, la maternidad ocupa el lugar que merece. Con toda su complejidad”.
Tejer los abismos le costó cuatro años. Y al entrar en ellos se entiende, porque a pesar de la sencillez del texto, todo está perfectamente hilado para que, según se avanza, sintamos cómo cada frase es una puntada que va construyendo un relato, el de las distintas piezas que componen un traje, todas desbaratadas entre sí hasta que la escritora las pone en orden y da sentido. Y el sentido no es otro que el abismo que produce asomarse a un balcón de 18 pisos, al tiempo que masticamos la angustia de una niña que escucha las noticias de la prensa rosa que entretienen a su madre y hablan de una Grace Kelly que se despeña por un precipicio con su hija.
Seguramente por eso Quintana dice que le gusta escribir a mano (en cuadernos) y en el móvil. De esa forma, obligatoriamente, se fuerza a tomar más tiempo para encajar todas las piezas que van apareciendo en la novela, plagada de selva y vegetación, la que está entre los dos pisos de la casa, en los paisajes que describe y en la cabeza de sus protagonistas: espacios densos, frondosos y poblados de especies que no dejan apenas respirar.
La fuerza de su texto quizás esté en la normalidad de sus personajes. “Mujeres atadas a la rueda de una noria de la que no pueden o no saben escapar”, señalaba el acta del jurado del premio. Quizás por eso resulte una obra feminista, porque rompe estereotipos y se sale de ese mundo que la autora define como “esas letras tan blancas y masculinas”. Al preguntarle, la artista se ríe: “Yo sigo siendo sexista y machista. Mi feminismo consiste en señalar mi propio machismo y decir: `esto tiene que cambiar´. Nacemos en una sociedad tremendamente machista y por eso le damos poco valor al trabajo doméstico y normalizamos conductas sexistas”. Ella las vivió, las vive e intenta cambiar poniéndolas negro sobre blanco y siendo consciente de ellas.
Escribe sobre mujeres no como apuesta, sino “porque es lo que soy y lo que me interesa”. “También aparecen hombres en mi literatura, pero como creadora soy muy realista y me baso en mi propia experiencia. No soy una escritora de mucha imaginación; hablo de las cosas que me pasan a mí y las transformo en literatura y al final no se distingue lo que es mío y lo que no. Como narradora, me interesa el interior. Otros autores y autoras en Colombia buscan entender la violencia estructural de la sociedad. Yo, no”.
Y aquí es cuando la autora, capaz de hacer hablar a una muñeca y narrar la oscuridad del mundo de los adultos, dice que ella no tiene imaginación y que si pudiera elegir quisiera saber inventarse universos, viajes en el tiempo, abducciones extraterrestres y hasta el fin del mundo. Mientras, no para de escribir. Ahora está trabajando con unos amigos en una película, en la promoción, cerrando unos cuentos para publicarlos como libros y tiene en la cabeza una novela con la que espera ponerse pronto.