No todas las novelas que contienen una historia de amor son novelas románticas. Un ejemplo: Drácula, de Bram Stoker. ¿Hay una historia de amor? Sí, la del conde Drácula y Mina. Todas sus páginas están escritas con la idea de demostrar que el amor verdadero va más allá de la muerte, la trasciende. ¿Es una novela romántica? No.
Si la condición para acreditar el dudoso honor de ser una novela romántica fuera la de que hubiera una historia de amor, la inmensa mayoría, desde el principio de los tiempos, lo sería: Cumbres borrascosas, Madame Bovary, Ana Karenina, El Gran Gatsby, Memorias de África, Doctor Zhivago, Lolita, El amor en los tiempos del cólera...
La novela romántica es otra cosa; la trama aporta poco más –por no decir nada más– que la historia de amor en sí y la pareja es casi siempre heterosexual, chico y chica. Él es potencialmente inaccesible: es demasiado guapo, o muy rico, es el novio de otra –que siempre cae mucho peor que nuestra protagonista–, el jefe o simplemente, parece no tener ningún interés en ella. Sin embargo, ella persevera y él acaba rendido a sus encantos. Otra posibilidad es la de que él sea un chico odioso, la némesis de la protagonista, pero poco a poco el roce hace el cariño y ella descubre que, no solo no es tan mala persona, sino que, muy al contrario, acumula más virtudes ocultas que un gadgetosombrero. El final siempre es el mismo: El Amor gana.
Teniendo en cuenta esta premisa principal, se puede añadir cualquier atrezzo: policías o detectives investigando un asesinato; guerreros, vampiros, elfos, que defienden a su clan y se enamoran de alguien que pertenece al otro; el espacio y el amor interplanetario... Pero el leit motiv es siempre el mismo, la búsqueda y el triunfo del amor.
Que la novela romántica no sería el género que acumula las críticas más entusiastas de la historia de la literatura es un hecho, y que sin embargo, es uno de los que más ejemplares vende, también.
La novela romántica se empeña en fabricar bestsellers, uno detrás de otro y por eso todos los grupos editoriales tienen uno o más sellos dedicados a ella. Pero muchos y muchas la ven como un producto para gente simple,–casi siempre mujeres–, que no se da cuenta de que lee bazofia escrita por simples juntaletras –de nuevo mujeres en su mayoría-, y tampoco de que, aunque viene servida en formato de libro, no es literatura.
A pesar de ese estigma, una vuelta por las redes sociales nos revela que hay infinidad de cuentas de Instagram o de Twitter dedicadas a la novela romántica en las que se reseñan y recomiendan estos libros y, además, algunas tienen miles de seguidoras. Pero si se observa detenidamente, también se puede comprobar que últimamente, entre los ejemplares comentados se cuelan los de Chimamanda Gnozi, de Sylvia Plath o de Lola Vendetta, por citar algunas de las autoras relacionadas con el feminismo. Y entonces: ¿es compatible ser consumidora de novela romántica y ser feminista?
El feminismo denosta este género literario, –razones para hacerlo no le faltan– y desenmascara y expone los peligros del amor romántico, de la alienación que conlleva para la mujer comprar la moto que dichas novelas proclaman a grito pelado: que el amor es lo más importante en la vida, que lo puede todo y que ella debe de luchar por ese amor y hacer sacrificios y renuncias con generosidad –que para eso es una mujer– y alegría; que debe de ser la compañera ideal de su amado y a cambio él, en su magnanimidad, se enamorará y (¡Oh!) la querrá para siempre jamás.
Por lo tanto, la respuesta obvia a la pregunta de antes debería ser que no; no se puede suspirar por un amor que trata a la mujer de complemento, acompañante o trofeo y afirmar que se es feminista. El debate está servido.
Yo en ese sentido subscribo a Caitlin Moran; cito de su libro Cómo ser mujer:
Porque el propósito del feminismo no es hacer un determinado tipo de mujer. La idea de que hay “tipos” de mujer inherentemente buenos o malos es lo que ha jodido al feminismo durante tanto tiempo; la creencia de que “nosotras” nunca aceptaríamos chicas fáciles, chicas poco inteligentes, chicas criticonas, chicas que contratan señoras de la limpieza, chicas que se quedan en casa con sus hijos, chicas con un mini Metro rosa con pegatinas de “¡Impulsado por polvo de hadas!” en el parachoques, chicas con burka, o chicas a las que les gusta imaginarse casadas con Zach Braff de Scrubs, con el que se acuestan a veces en la ambulancia mientras el resto del reparto mira y luego aplaude. Pues ¿sabes una cosa? En el feminismo entramos todas.
¿Qué es el feminismo? Solo la convicción de que las mujeres deben ser tan libres como los hombres, por muy chifladas, estúpidas, crédulas, mal vestidas, gordas, menguantes, vagas, engreídas que sean.
¿Que si eres feminista? Ja, ja, ja. Por supuesto que sí.
Y también soy de la opinión de que la novela romántica tiene entre sus retos convertirse en La Nueva Romántica que, sin dejar de tener una relación amorosa como centro absoluto de su galaxia, le dé una vuelta de tuerca a los estereotipos femeninos que fomentaba la antigua.
Unas sugerencias:
La primera: ¿Se podría evitar llamar lagarta y mala pécora y zorrón a las mujeres con las que las protagonistas creen competir por un hombre? Y de paso, estaría también muy bien que en La Nueva Novela Romántica las mujeres dejaran de competir por los hombres, así, en general.
La segunda: Abandonar la idea de que los hombres protegen, salvan y validan a las mujeres. Este es un modelo que no debe de perpetuarse ni a través de La Nueva Novela Romántica ni de la literatura en general ni de las series ni de las películas; nos hace parecer bobas y nos convierte en necesitadas e indefensas, poco resolutivas y pasivas.
La tercera: En la novela romántica, la pareja suele ser heterosexual y monógama. Un desperdicio, la verdad, habiendo tantas y tantas posibilidades. En La Nueva Novela Romántica existirían orientaciones sexuales más allá de la de toda la vida de Dios: gays, lesbianas, bisexuales, asexuales –hay historias de amor sin sexo–, transexuales, pansexuales... Habría relaciones poliamorosas, parejas híbridas. En fin, todo un mercado a conquistar por las escritoras. El romanticismo no es exclusivo de las parejas heterosexuales y puesta a decirlo todo, la toxicidad en la relación, tampoco.
Y cuarta y última: Estaría de diez que, La Nueva Novela Romántica, ampliara el catálogo de veinteañeras y treintañeras guapas, delgadas o guapas y rellenitas, torponas, bienintencionadas, simpáticas y nada inclinadas a ofender y sí mucho a sufrir, y añadiera a mujeres de cuarenta, de cincuenta, de sesenta y más allá. Y ya puestos a astutas, ambiciosas, egoístas cuando se trata de sus sentimientos y de su vida, cojas, tuertas, calvas, gordas, desvergonzadas, promiscuas. Portia la listilla, Desdémona la vengativa, Grace Marks la manipuladora, Doña Milagros la adúltera, Constance Kopp la giganta, Christine Hoflehner la ambiciosa, Eleanor Oliphant la huraña y fea...
La Nueva Novela Romántica necesita protagonistas potentes que jueguen según sus reglas y no las que les impongan los demás –sean del género que sean–. Viva las feas, viva las raras y viva las malas, también en el amor.