El éxito de la exposición Underground i contracultura a la Catalunya dels 70, comisariada por Pepe Ribas, ha prorrogado su estancia en el Palau Robert hasta marzo del 2022. La muestra, de la que informó J.M. Martí Font en este suplemento (22/05/2021), se ve acompañada ahora por un nutrido catálogo con textos de una quincena de autores repasando temas claves: el viaje a Asia, la contracultura, el comix, el activismo ecológico, la libertad sexual, la utopía y sus contradicciones....
Esta completa e indispensable exposición ha estimulado una mirada diferente al pasado próximo, a través de tendencias que estuvieron apartadas del “mainstream” social pero influyeron decisivamente sobre él. En el marco más amplio, las ideas y sensibilidades recogidas en el Palau Robert convivieron o dieron paso a otras, de peso en la cultura de la democracia, con las que es ilustrativo contrastarlas.
Suele decirse que cuando el underground barcelonés cerraba su edad de oro, a finales de los años setenta, es cuando empieza la Movida madrileña, con una estética más punk, un apartado musical más extenso, mayor protección institucional y menor voluntad de transformación social. En la práctica hubo cruce de figuras entre ambas orillas: creadores como El Hortelano y Ouka Lele destacaron en ambas; Radio Futura actuaba en Barcelona y Sisa en Madrid en 1979, etcétera.
Hasta el pasado día 12 la galería madrileña Ansorena mostraba la exposición “ Los felices 80 y la Movida de Madrid”, comisariada por José Tono Martínez, en su día factotum de la revista movidesca La luna de Madrid. Su texto en el catálogo recuerda aquel “movimiento creativo vital, cultural y social de participación que cambió las reglas del juego”, a través de las músicas modernas, la historieta, la moda, el arte, las performances... En Ansorena, obras de Martín Begué, Pérez Mínguez, García Alix o Ceesepe mostraban la viveza creativa de ese periodo.
La Movida ha dado pie recientemente a novelas de autores que no vivieron la época: Todos estábamos vivos , de Enrique Llamas (Zamora, 1989) o Los años radicales, de Alberto de la Rocha (Madrid, 1979). Y hasta una Guía del Madrid de la Movida, a cargo de Jesús Ordovás y Patricia Godes, con énfasis en sus locales musicales (El Sol, Rock Ola, Universal...).
Dejemos ahora Madrid y su Movida. De vuelta a la Barcelona de los años ochenta, surgió una nueva tendencia-marco que impregnó el periodo preolímpico. Tuvo una parte reactiva, como contraposición a la cálida informalidad contracultural y hippiosa. Los “Años del diseño”, de fría y refinada estética, florecieron en locales nocturnos como Zig Zag, Nick Havanna, Bijou o Velvet; en tiendas como Vinçon, en la arquitectura del periodo y en la producción de objetos seriados por sellos como BD o Santa&Cole.
El boom del diseño influyó en disciplinas próximas, estuvo presente en el cine de Bigas Luna y en las revistas DeDiseño, Ardi y Diagonal. Junto a representantes jóvenes como Javier Mariscal -venerado simultáneamente por la contracultura y la Movida- , la disciplina contó con veteranos profesionales tutelares. Entre ellos Miguel Milá o André Ricard, recientemente objeto de documentales de Poldo Pomés, con guión de Xavier Mas de Xaxas.
Mientras la Movida ha sido muy estudiada, y el Underground empieza a serlo, los años del Diseño barcelonés han sido poco abordados más allá de la disciplina estricta. Están vinculados a la noción de postmodernidad, a su recuperación lúdica de la tradición, su esteticismo innovador y su mirada irónica. Y a la cauta actitud individualista frente al impetu colectivo de la contracultura.
De ese mundo de los 80 queda ya muy poco. En la primera mitad de aquella década el escritor Ramón de España y el dibujante Montesol plasmaron la atmósfera de época en dos cómics redondos, La noche de siempre y Fin de semana, protagonizadas por modernos del momento. Ambos han vuelto a reunirse para rescatar con humor y autocríticas notas “destroyer” a algunas de aquellas figuras, ahora definitivamente desnortadas, en el nuevo cómic Cuando acaba la fiesta (editorial Berenice), que ellos mismos califican como “una visión crepuscular y jocosa de aquella posmodernidad ”. Pero que constituye sobre todo una despedida melancólica.