Paco Villar
Ahora que el true crime vive su momento más álgido, llegando a todo tipo de públicos y generaciones –el éxito del programa de radio y televisión Crims , presentado por Carles Porta, es sólo un exponente–, Paco Villar (Barcelona, 1961) ha recogido, en el libro El asesino anda suelto, diez crímenes sin resolver que, durante la posguerra, conmocionaron Barcelona.
El trabajo de Villar es interesante porque, además de acudir a la hemeroteca, trabaja minuciosamente los archivos, y comparte todo de tipo de datos –e imágenes– extraídos de los sumarios de los crímenes, todos ellos cometidos entre 1940 y 1958. Los asesinatos se convierten en una herramienta útil para dibujar el retrato social de una ciudad que quería dejar atrás el dolor y el hambre de la Guerra Civil. El lector sigue, así, los pasos de la policía, los giros de cada historia, la obstinación de los jueces, y cómo el paso del tiempo va sepultando los nombres de las víctimas.
Acostumbrados a las series de televisión contemporáneas, donde los equipos de investigación tienen a su disposición todo tipo de artilugios para hallar indicios y huellas del delito, Paco Villar nos recuerda que la policía de la época contaba, para la inspección ocular, con un precario maletín con reactivos físicos (sangre de drago y carbonato de plomo) y químicos (yodo metaloide), y poca cosa más. Incluso las fotografías seguían siendo en blanco y negro por el elevado coste del color –que se había introducido en 1942– y para preservar la confidencialidad, no enviando los archivos a laboratorios externos.
Entre los crímenes destaca el de Juan Pastallé Pastallé, de 45 años, jefe de explotación de la Compañía de Riesgos, quien acabó con un tiro en la cabeza en el ascensor de su casa. Tras muchas pesquisas, descubren que una misteriosa mujer le llamaba al trabajo cada vez más insistentemente. Después de su muerte, llegó el silencio. Y la supuesta amante desapareció para siempre del radar de la policía.
También es sorprendente el caso de la Laura (Antonia Santamaría Avellana), una prostituta que apareció asfixiada en el meublé del Barrio Chino al que solía acudir, y en él las compañeras la vieron con un individuo vestido con gabardina, gafas oscuras y guantes, y que parece que dejó el cadáver, sin desvestir, en la habitación, tras sustraerle las muchas joyas que la víctima llevaba habitualmente encima.
El caso más inquietante, sin embargo, es el de la baronesa Agnes von Fries, habitual de las fiestas organizadas por la aristocracia del momento, y quien aparentemente se suicidó en un piso de Barcelona tras ingerir una substancia letal. Vinculada con Dionisio Ridruejo –incluso la menciona en sus Cuadernos de Rusia–, los rumores aseguraban que, en realidad, había sido asesinada por agentes del servicio secreto alemán al enterarse de que “se había pasado a los ingleses”. En diciembre de 1948 el caso se cerró para siempre.
Jordi Corominas
Una matrioska es un conjunto de muñecas huecas, cada una de las cuales contiene otra en su interior. Es una buena metáfora para una ciudad real. Jordi Corominas (Barcelona, 1979) ha dado un original y documentado paseo por la historia de crímenes y bullangas de Barcelona, que interpreta por sus ecos. En el prólogo, Ignacio Martínez de Pisón plantea que cada episodio de violencia sea “un síntoma de una patología o un malestar previo de la sociedad, el espasmo con el que ésta trata de sacudirse un dolor oscuro”.
Corominas señala que la gran violencia política del siglo XIX casi ocultó la criminal, y que los asesinatos periféricos tienen mucha menos repercusión que los cometidos en el centro urbano, a causa de su condición social. Da cumplida cuenta de ellos, desde 1835 hasta nuestros días; detallando incluso los portales envueltos en esos sucesos. Hay serias desfiguraciones que han calado y se repiten sin más, como en el caso de la mítica Enriqueta Martí.
Entre 1920 y 1930, la población barcelonesa aumentó en más de 300.000 personas. Muchos de los recién llegados eran murcianos que construyeron el metro, un trabajo “indeseado para muchos obreros del Principado, transformados sin saberlo en señoritos”. “Así fue como empezó a anidar en la sociedad catalana un racismo nada encubierto”, suelta Corominas, quien se expresa con libertad y con datos. Y así se abrió paso la CNT, con una excepcional organización y cohesión interna.
Habla de mafias, bandas latinas, okupas y ensalza el Banc Expropiat. Resalta el alto índice de robos violentos, in crescendo desde hace cinco años. Los supuestos “antifascistas” no se libran de su desprecio: 200 alborotadores históricos, el opuesto a las 300 familias adineradas, con ataques bestiales contra el mobiliario urbano. Y denuncia el procés como reaccionario, desfigurador de la realidad, difusor de violencia y consignas falaces.
Los dos autores comentados en estas reseñas, Paco Villar y Jordi Corominas, participan junto a Mercè Balada en la mesa redonda sobre ‘Barcelona, ciutat de les pistoles’, que se celebrará el domingo 6 a las 11 horas en El Molino, moderada por el redactor-jefe de ‘Cultura/s’, Sergio Vila-Sanjuán. Se trata de uno de los actos programados dentro de la semana BCNegra que se está celebrando del 3 al 13 de febrero.