¿Quién fue Hipatia?
En el 321 a.C., Alejandro Magno fundó —y diseñó junto a Cleómenes— una nueva ciudad en el antiguo puerto de Rhakotis (Egipto), conocida a partir de entonces como Alejandría, y a la que su sucesor, Ptolomeo I, convirtió en un centro cultural gracias a su famosa biblioteca —que llegó a tener más de 500.000 ejemplares en sus estanterías—. Por este enclave del norte de África pasaron sabios como Arquímedes, Euclides y Eratóstenes. Poco a poco, este lugar fue perdiendo esplendor y, lo que es peor, se fue convirtiendo en un campo de batalla para cristianos y paganos. En este contexto de rivalidades y enfrentamientos, nació Hipatia, una mujer de la cual está más documentada su vida que su muerte. De su biografía conocemos sus dotes como maestra y su gran interés por los estudios científicos y filosóficos, también su faceta como brillante oradora. Hipatia consagró su vida al estudio y a la enseñanza; no se casó y se mantuvo célibe, anteponiendo la cultura a su propia vida personal.
¿Por qué mataron a Hipatia?
Hipatia solía conversar con Orestes, el prefecto imperial, lo cual fue aprovechado por los cristianos para culparla por la mala relación de este gobernador con Cirilo, el arzobispo de Alejandría. El detonante de esta mala relación fue el castigo público al que fue sometido Hierax, un hombre de Cirilo, acusado por Orestes de conspirar contra los judíos. La frágil convivencia de la ciudad voló por los aires. Los judíos fueron perseguidos y asesinados. La siguiente en la lista fue Hipatia. La matemática fue asaltada y llevada a la iglesia de Cesáreo, donde fue desnudada y linchada. Después de asesinarla, despedazaron su cuerpo y quemaron sus restos. Tras ejecutar a la astrónoma dirigieron su furia contra la universidad en la que la académica impartía sus clases. Alejandría dejó de ser el epicentro de la intelectualidad. Cirilo fue recompensado por su lucha contra el paganismo y declarado santo por su labor.
«A la mañana siguiente, cuando Hipatia apareció en su carro frente a su residencia, de repente quinientos hombres, todos vestidos de negro y encapuchados, quinientos monjes medio hambrientos de las arenas del desierto egipcio (quinientos monjes, soldados de la cruz), como un huracán negro, se abalanzaron por la calle, abordaron su carro y, tirando de ella, la arrastraron por el pelo de la cabeza» (Mangasar M. Mangasarian)