Lladó es un periodista con alma de humanista, profesor de escritura creativa y co-coordinador junto a la filósofa Marina Garcés de la Escola de Pensamiento del Teatro Lliure de Barcelona. En su anterior novela, La travesía de las anguilas, nos trasladaba al barrio duro de la periferia donde creció y en su nuevo libro, Malpaís, vuelve a situarnos en Barcelona. En esta ocasión el emplazamiento de la acción es en el centro de la ciudad, pero de alguna manera vuelve a ser periferia: una periferia en el centro porque la acción se desarrolla en una casa okupada en el corazón de Barcelona, donde se encuentran esos personajes que forman parte de las orillas. Ahí será donde Chantal, al borde de los sesenta años, con un pasado de alcoholismo y en la cuerda floja de la vulnerabilidad social, se encuentra con Felipe Soto, que -a su manera- le mostrará el camino para alzar la voz y encontrar su lugar en el mundo en plena campaña del referéndum por la independencia de Cataluña. Finalmente, el gobierno central ha accedido al referéndum y está dispuesto a convertir España en una federación. El propio Soto, antiguo activista del 15M y activo tertuliano con una irresistible adicción al populismo, acabará llegando a la cima de la política catalana.
Como aperitivo a la conversación de esta tarde en Diálogos on line de ACEC, lanzamos a Albert Lladó algunas cuestiones.
En Malpaís nos sitúas dentro de una década y muestras que hay un referéndum por la independencia de Cataluña. ¿Es un futuro posible o ciencia ficción?
No me interesaba especialmente hacer una novela de ciencia ficción, sino trabajar un acontecimiento de un fututo más o menos inmediato —posible o no— para que dialogara la Historia en mayúsculas de las instituciones con la historia en minúsculas de los personajes, quienes aparentemente no tienen voz en la sociedad del momento.
Chantal, con su situación de vulnerabilidad, no está llamada a tener un papel importante en la sociedad… pero finalmente su voz importa. Nos llevan a votar cada cuatro años y a veces sentimos que no vale para casi nada ¿pero somos más importantes de lo que creemos?
Chantal descubre que se puede hacer política desde un lugar aparentemente periférico, casi invisible, que suele ser un punto ciego para la política institucional. Su descubrimiento más radical es la amistad. De lo que no es consciente del todo es que una ciudad, además de ser un espacio físico, es un lugar de encrucijadas, incluso de combates simbólicos. Y todos encarnamos esos conflictos, aunque sea de manera voluntario o involuntaria.
¿Cuál es esa idea-fuerza germinal que querías hacer llegar a los lectores que te hizo sentarte a narrar esta historia?
El personaje de Chantal, que es actual y ancestral al mismo tiempo. Encarna la vulnerabilidad más extrema, pero también un coraje difícil de explicar simplemente a través de diagnósticos psicologistas. Ella es la ciudad, con sus anhelos y con sus heridas, hecha cuerpo. Y arrastra un pasado más o menos velado —como el de Barcelona— que puede incendiarse de nuevo en cualquier momento.
Hablas de la mezcla de información y propaganda.
Exactamente es así. Safranski dice que, hoy, “la información ya no se transforma en experiencia”. Lo estamos viendo. Hay una confusión dogmática entre actualidad y presente. Mientras la actualidad viene cerrada, con el instante como gran espejismo de la verdad, el presente deja afectarse por el pasado y el futuro, que siempre son más imprevisibles de lo que solemos creer. Por eso la ficción sigue siendo tan importante. A través de un pacto con el lector, podemos viajar del pasado al presente, y al futuro, para seguir experimentando el tiempo como lo que es, una poética. Cuando decimos que el tiempo fluye no es una boutade New Age. La memoria, que también mira hacia delante, es un artefacto de la imaginación.
La gente clicka (clickamos) más en las noticias de curiosidades, polémicas ruidosas y morbo que en los artículos de investigación que resultan mucho más costosos para los medios y, por tanto, menos rentables. ¿Cómo puede sobrevivir el periodismo en los tiempos del «click»?
Estamos más en un problema de sostenibilidad del negocio que de crisis del periodismo. La gente quiere seguir leyendo entrevistas y reportajes de actualidad, pero hay que encontrar fórmulas para que un freelance que se está jugando la vida en Kiev no gane veinte euros al día. Si no, dejaremos la información exclusivamente en manos de los monopolios. Y ya sabemos qué sociedad nace cuando eso ocurre.
Tú coordinaste un Café Filosófico para gente en situación de desamparo social. ¿Qué aprendiste de ellos?
Perspectiva y matiz. No todo el mundo está dispuesto a pensar juntos, a dejarse afectar por las preguntas del otro. La única consigna que teníamos en el grupo era no intentar convencer al compañero. Las preguntas llegan abiertas al Café Filosófico, y siguen así cuando concluye la sesión. Sin embargo, si la cosa ha funcionado, no nos hemos dejado llevar por la simple divagación, y esa pregunta se ha reformulado de tal manera que ya nos dice otras cosas, nos interpela diferente, desde otro lugar. Con la escucha atenta ya entramos en otra forma de conversación, que nos es la que nos propone el tertulianismo profesional.
Puede seguirse la conversación entre Albert Lladó y Jordi Corominas hoy martes 15 de marzo a través de los siguientes canales:
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