El camino no se hace solo. Así que quedamos para pasear. Un jueves; rompiendo la rutina de la jornada laboral. Cargándonos los horarios. La cita a las 15:15 h., esa hora casi muerta, a medio camino entre la siesta y la jornada la laboral vespertina. Ninguno llega a su hora. Yo antes (pero hice trampa, vine en taxi porque se me hacía tarde). Unos minutos después de la hora acordada llega Marc Caellas (Barcelona, 1974) y unos cuantos minutos después es Esteban Feune de Colombi (Buenos Aires, 1980) quien aparece, espigado y risueño, saliendo de la boca del metro, ataviado con un poncho mejicano.
La idea es pasear arriba y abajo el Passeig de Sant Joan, en Barcelona. Comenzando en Arc de Triomf y llegando hasta la Diagonal, y de ahí hasta Gran vía de les Corts Catalanes. Y la excusa: Dos hombres que caminan (Menguantes, 2022), el libro que ambos acaban de publicar. Vamos, pues, a caminar un libro. Esto no será una entrevista, sino una caminata que generará palabras, preguntas: Vamos a poner en práctica el ideario de estos dos artistas, aquel que asegura que «lo importante, lo difícil, es estar presente, vivir, respirar».
Marc Caellas y Esteban Feune de Colombi fundaron en 2011 la Compañía La Soledad, una curiosa empresa generadora de ideas que acaban tomando diferentes formas y en las que se juntan siempre varias artes (danza, música, literatura, videoarte), pero cuyo distintivo mayor es el aliento poético y la voluntad performática. Así, aunque en ocasiones realizan obras en espacios canónicos, lo que caracteriza a sus piezas es la querencia por la calle, por volver verdaderamente públicos los así llamados espacios públicos de las ciudades. «Nuestra filosofía es ocupar el espacio público para que sea un lugar poético y no peligroso», comenta Marc Caellas, según dejamos a nuestras espaldas el Arc de Triomf.
El 06 de septiembre de este año se cumplirán 10 años de la primera representación de su obra más longeva y más repetida: El paseo de Robert Walser, que ya cuenta con más de 150 funciones por todo el mundo (se ha podido ver en más de treinta ciudades). Una obra de teatro site-specific, basada en el libro El paseo, del escritor suizo y paseante Robert Walser, interpretado aquí por Esteban Feune de Colombi, y guiado, secundado y respaldado por las indicaciones silenciosas de Marc Caellas, que ejerce de director de la obra en la sombra (aunque siempre acompaña a Walser/Feune de Colombi en los paseos, confundiéndose entre el gentío). Una obra en la que un grupo cerrado de personas (unas quince o veinte, según el lugar y las circunstancias) sigue a Feune de Colombi por la ciudad, deleitándose en el pasear pausado y meditabundo, atendiendo a las observaciones de Walser. Una obra acotada, pero libre, siempre cambiante, siempre sorprendente e imprevista, pues Feune de Colombi improvisa constantemente, se deja sorprender y, con ello, invita al paseante a que se sorprenda, asimismo.
Esta es la obra que sirve de disparadero de Dos hombres que caminan, un libro generado espontáneamente, a 4Km/h, que no es «una reflexión teórica sobre el caminar», sino más bien «es caminar para que las propias caminatas generen narraciones en movimiento», como escriben en el prólogo Caellas y Feune de Colombi. La excusa walseriana ha permitido a los autores explorar otras miradas poéticas, unas más arrebatadas (como el paseo que los autores se dan siguiendo en México DF las huellas del poeta Mario Santiago), otras más melancólicas (como el paseo en las Azores siguiendo las últimas horas de vida del poeta Antero de Quental) u otras más cercanas, pero no por ello menos sugerentes: caminar un atardecer, un amanecer, caminar el silencio, los olores, el metro o un jardín botánico.
«Caminar permite una ociosidad que es contrario a ser productivo», dice Feune de Colombi, mientras paseamos por la parte derecha del Passeig de Sant Joan, tranquilamente, según nos acercamos a la plaza Tetuán. El caminar ofrece siempre la posibilidad de encontrar algo distinto, excéntrico, pero que tiene que ver también con el hecho de cargar a cuestas con la mirada walseriana, comenta el performer argentino, mientras señala a un hombre que hace estiramientos sobre un banco, en el centro silencioso de la plaza. Un hombre elegante, vestido con americana y perfectamente peinado que, en un visto y no visto se está desabrochando la bragueta y se pone a mear contra un árbol, y se queda absorto mirándonos, pero sin inmutarse.
Nos fijamos en el monumento que hay en medio de la plaza, una plaza que es un oasis en el infierno del tráfico circundante de Gran Vía. A Marc le llama la atención la gran estatua del centro, y dice que ya no se hacen cosas así; razón no le falta porque es de 1910. Un homenaje al doctor Bartomeu Robert Yarzábal, nacido en México, pero que acabaría siendo alcalde de Barcelona durante apenas 6 meses. Nos acercamos y lo más llamativo de todo es que está hueco por dentro, el conjunto escultórico. Gritamos y se escucha el eco. Fantaseamos con si se podrá subir a la cumbre de la escultura con alguna escalera interna. Miramos hacia el cielo y soñamos. «El problema es que la gente no mira hacia arriba, no mira más allá de un piso», observa Feune de Colombi, mientras buscamos esa improbable salida de la escalera que nos permitiera coronar el monumento del doctor Bartomeu Robert.
Mientras abandonamos la plaza de Tetuán, Feune de Colombi señala un banco, y piensa en la siesta. Y recuerda un viaje a Finisterre con Marc, donde se echaron una siesta en un lugar insólito, de forma alterna, veinte minutos cada uno. Antes salió a colación un paseo por Montevideo, uno más reciente en el Besós, otro por el DF… evidencia de que toda caminata es palimpsesto de mil caminatas previas. Y el recuerdo de anteriores placeres provoca que los dos caminantes me compartan su deseo secreto de que tanto este libro que acaban de publicar como toda su obra sea un compendio de «ciertas sutiles instrucciones del buen vivir».
Feune de Colombi saca a colación a Federico Peralta Ramos y su célebre sentencia «My life is my best work of art». Y añade: «Me ocupo de que mi vida sea en lo posible una pequeña obrita de arte, dicho con toda la humildad del mundo». Si de ahí, en esa forma de vida, de esos paseos, el lector, el espectador, quien observa, es capaz de espejearse, de sacar algo que le llame la atención o pueda resultar inspirador, tanto Feune de Colombi como Marc Caellas se sentirían alegres. Porque, al fin, Dos hombres que caminan no pretende sistematizar una filosofía ni ser libro de instrucciones, sino que oscila entre lo sensorial y lo contemplativo. Es un libro que hibrida la crónica, el diario y el epistolario, pero que se pretende aliento y no instancia evangelizadora. Es un partir desde los dos performers para ir diseminando su onda paseante hacia el exterior, para que, quien quiera y pueda, la adopte también.
A su vez, Dos hombres que caminan, me dicen los dos al unísono, es un elogio de la disponibilidad. «Todo el mundo va de que está muy ocupado», dice uno o el otro, pero nosotros, sin embargo, «aunque trabajemos un montón, siempre estamos disponibles», continúa el otro o el uno. En este libro, «hay algo conectado con el goce, con el placer, hay un hedonismo austero que tiene que ver con todos estos años que hemos hecho la obra de El paseo; o sea: disfrutar de lo mínimo y poder narrarlo», sentencian ambos. Y es que, «el no estar disponible te hace perderte las buenas cosas chiquitas de la vida, que son gratis», me dicen.
Poco antes de llegar a la Diagonal nos encontramos con el colegio en el que estudió Marc Caellas, los Maristas de la Inmaculada, donde pasó doce años. Escuela donde también estudiaron Enrique Vila-Matas y Joan Laporta (a quien expulsaron). El conjunto está formado por el antiguo convento de las Salesas (convertido en 1943 en colegio) y la iglesia, edificada entre 1882 y 1885, que es en la actualidad la parroquia de San Francisco de Sales. Observamos a esta última desde fuera, tras las rejas, y a Feune de Colombi le llaman la atención las erratas del texto que adapta, en castellano, el texto original en catalán (donde se explican las características de la iglesia) y el hecho de que la obra contara con la participación de Gaudí. Pero también un cartel, que dice, en letras grandes: «Asistencia Espiritual Urgente». Después de meditarlo un poco, Feune de Colombi (que no para de decir «me dan muchas ganas de llamar») llama al teléfono que aparece en el aviso. Pero nadie responde. Y nos dice, perplejo, al cabo de varios minutos: «Pues parece que tan urgente no es».
Mientras discurrimos por el otro lado del Passeig Sant Joan, en esta ocasión en la dirección inversa, Marc Caellas recuerda su juventud, cuando, en el colegio, iban al bar Más Birras, a jugar al futbolín y al billar (y a veces a hacer campana). A ratos hablamos y a ratos no, mientras nos vamos acercando, otra vez, a la plaza Tetuán, abordándola, empero, desde otro ángulo. Ambos me confiesan que, a ellos, en sus paseos, pero no solo (también cuando van en coche, en alguno de sus múltiples viajes) les sucede que el silencio, cuando se produce, es una presencia agradable, porque han conseguido un estado de complicidad en el que no existe la obligación de hablar. Hay momentos en los que caes en ensoñaciones y ya retomas la charla luego, me comentan. Esos momentos te permiten meditar. Y estos momentos dan fe de su simbiosis, de su complicidad, que se halla en el germen de su asociación conjunta; «somos dos soledades que se juntan», me dice Marc Caellas, mientras ambos se despiden según llegamos a la Gran Vía, al ruidoso bullicio de Gran Vía de les Corts Catalanes.
Foto: cedida por los entrevistados