Jorge de Cominges se nos ha ido. Nació en Barcelona en 1943 y se definía, antes que español o catalán, como barcelonés militante. Estudió Derecho porque era un hijo razonablemente obediente de una familia buena de Barcelona en la que los niños comían en la cocina con las criadas hasta que eran mayores y sabían comportarse en la mesa. Pero lo que siempre le gustó fue el cine y la literatura. En su juventud se enroló como secretario de rodaje en varias películas de directores entonces emergentes como Bigas Luna pero también proyectos despendolados como las películas de los Hermanos Calatrava. Lo cuenta con esa mezcla de pulcritud e ironía que tenía en todo lo que escribía en Mis años de cine: entre el destape y la “Qualité”.
Después entró en la senda de la crítica cinematográfica y fue durante muchos años redactor jefe de la revista Fotogramas. Allí lo conocí en 1993. Era un dandi pero sin impostura, cercano, afable. Además de redactor jefe de Fotogramas era el subdirector editorial de Comunicación y Publicaciones, dirigida con mano firme por Elisenda Nadal. Jorge contrapesaba a una Elisenda con tendencia al arrebato a la que en la Redacción se la respetaba y también se la temía. Cuando había que solventar algo se recurría a él: era la voz templada, el gesto suave, el sí por delante del no. Acudíamos en busca de abrigo los redactores, pero también la recepcionista, los maquetadores o cualquier auxiliar de archivo. La puerta de su despacho siempre estaba abierta. Escuchaba a todos.
Formó un tándem de vida muy bien pedaleado con Margarita Rivière, periodista luchadora de carácter fogoso. Pocas veces he visto a una pareja tan bien compensada, que fuesen tan distintos y se respetaran tanto. Margarita se nos fue en 2015 y no se la olvida.
Jorge compaginó el periodismo cinematográfico con el de libros y fue director de la innovadora revista Qué Leer durante doce años. También se dedicó a la escritura. Publicó novelas valiosas como Un clavel entre los dientes, Las adelfas, o Tul ilusión, donde realizaba un agudo retrato de la alta burguesía catalana que él conocía desde dentro y mostraba, tras la elegancia de la fachada, una trastienda de secretos, mentiras y vacíos. En su autobiografía de juventud, Memorias de un extraño, explica que “Toda mi vida me he considerado un extraño. Extraño a lo que me rodeaba, nunca integrado en grupo social o profesional alguno. Un desclasado que cuando se dedicaba al cine era visto como un universitario; en el sindicato se le consideraba un burgués; en el periodismo, un marginal: en la literatura, un aficionado. Jefe para los empleados, subordinado para los dirigentes, me he sentido siempre como fuera de ambiente, en estado de perenne provisionalidad”.
Jorge de Cominges era un mundo en sí mismo. Pero un mundo generoso, que pese a sus incertidumbres interiores, que las tenía, siempre recibía hospitalario al que llegaba a él. Incluso en los últimos tiempos, con el cáncer muy avanzado, se ponía al teléfono con una voz neutra, como si no pasara nada, tratando de no incomodar al interlocutor como si a quien hubiese que cuidar era al que llamaba en lugar de al enfermo que era él mismo. Seguía poniendo en Twitter comentarios de series y de películas con la misma agudeza elegante de siempre, sin un ápice de rencor hacia ese destino que se le torcía. Sin lamentación alguna, con esa distinguida discreción con la que siempre repartió buena onda entre quienes lo trataron.
Dice en Memorias de un extraño que “La vida es, en realidad, lo que uno recuerda de ella”. Dice que no perteneció a ningún grupo social ni profesional de manera absoluta, pero en realidad perteneció a todos porque fue muy querido en muchos sitios y mucho ámbitos. Muchos lo vamos a recordar mucho.
Antonio Iturbe - Librújula
Foto: Humberto Rivas
Velatorio: Tanatorio de les Corts a partir de mañana 18 de enero por la tarde
Despedida: Día 19 de enero a las 13,00 horas en el mismo lugar