Ensayista y pensador de la modernidad desde los sesenta, escapó siempre a la ruta de la autoprotección atrincherada y rencorosa contra los cambios en la vida de Occidente
En el impulso originario hubo ya una naturalidad aplomada y mechada de ironía y perspicacia con un título formidable, El arte ensimismado. Lo escribió a los 24 años y estaba dedicado de forma emocionante y desacomplejada “Als de casa” (A los de casa): esa forma ya no desaparecería de casi ninguno de sus trabajos, entre la insubordinación y la plegaria de la modernidad, ni desaparecería tampoco la ironía ni el humor ni la destrascendentalización de la filosofía moral y la estética. Ese jovencísimo Xavier Rubert de Ventós ha muerto este sábado en Barcelona a los 83 años, pero entonces era prácticamente el único heredero de una clase de tradición culta, liberal y modernizadora que destrozó el franquismo y que él descubrió en su casa.
Perteneciente a una familia de indianos enriquecidos en Puerto Rico durante el siglo XIX, su abuelo paterno regresó a España y se instaló en la parte alta de Barcelona y compró terrenos en el Empordà. La conexión de los Rubert de Ventós con la clásica villa de Empúries es fundamental. Su padre Juan Juanín Rubert López de Tejeiro, casado con Conxita Xita Ventós, fue uno de los universitarios privilegiados que asistían a las reuniones, a finales de los años veinte, alrededor del catedrático de filosofía Joaquim Xirau. Eran los Eduard Nicol, Josep Calsamiglia, otro jovencísimo, Josep Ferrater Mora, sin duda Jordi Maragall —hijo del poeta y padre del alcalde—. El franquismo abortó la continuidad de una escuela catalana de filosofía y ese grupo se dispersó entre el sector editorial o el exilio. Xavier Rubert de Ventós, nacido en 1939, era hijo de este mundo y un espíritu que durante veinte años pudo sobrevivir en la privacidad o en reductos minoritarios de resistencia.
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El joven Rubert era un habitual de la casa de los Maragall, donde se respiraba catolicismo progresista, interés por la filosofía y cada vez más por la política, con algunos de los fundadores del Front Obrer de Catalunya, vertiente catalana del FLP, como Narcís Serra o José María Urenda. En sus memorias, Maragall lo recordaba imprimiendo pasquines de protesta o pintando consignas revolucionarias de noche mientras de día escribía aquel primer ensayo: El arte ensimismado.
El libro, escrito tras acabar la carrera en Madrid bajo el magisterio de José Luis López Aranguren, concentra múltiples claves para comprender el desarrollo de su trayectoria y, al mismo tiempo, para comprender cuáles fueron los mecanismos que impulsaron la refundación de una tradición filosófica en España sincronizada con la modernidad. Se publicó en la editorial Ariel, un reducto de ese mundo familiar e intelectual donde había crecido y que lo identificaba como su continuador. Apareció en la colección Zetein, dirigida por el gran pensador marxista Manuel Sacristán. Lo prologaba el poeta José María Valverde, prestigioso catedrático de estética. Y ganó el Premio Ciudad de Barcelona de ensayo, primero de los muchos reconocimientos que Rubert sumaría a lo largo de su fecunda trayectoria intelectual. En la sobrecubierta una foto suya: gafas de pasta, mirada infantil, sin corbata. Es un rostro de un tiempo nuevo que, desde el ensayismo y en la cultura española, Rubert encarnará mejor que nadie. No es casual que una de las frases de promoción reproducidas debajo de su fotografía fuese del cantautor Raimon. Los dos eran ejemplos prototípicos de que los tiempos estaban cambiando.