Dijous, 21 de novembre de 2024



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Montserrat Roig: la voz insumisa
acec13/6/2023



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Álvaro Acebes Arias traza la semblanza de una escritora cuya muerte en 1991 causó una auténtica conmoción en Cataluña, pero cuya voz se ha ido apagando.



Entre el exilio republicano el sueño más repetido era: «Cuando muera Franco…», una ilusión compartida por otros tantos que, desde la clandestinidad, luchaban contra el régimen. Pero en 1969, treinta años después de abandonar el país, Max Aub regresó a España con el fin de hacer acopio de materiales para un libro sobre Luis Buñuel y el resultado de esa estancia de tres meses fue un diario de viaje arisco y desengañado titulado La gallina ciega en el que, además de mostrar el contraste entre la memoria republicana y democrática de la que él era representante y la realidad franquista, deja entrever un pensamiento sombrío sobre el futuro: «Quinielas, lotería, fútbol. Ni un soldado ni un guardia civil. Abundancia, despreocupación. Turistas, buenas tiendas, excelente comida, el país más barato de Europa. ¿Qué más quieren? No quieren más».


Tiempo de cerezas (1977) de la catalana Montserrat Roig (1946-1991) se abre también con un viaje de vuelta: el que hace Natalia Miralpeix tras doce años de ausencia en París y Londres. Dos días antes de su llegada a Barcelona se ha producido el asesinato de Puig Antich. Hablamos del 2 de marzo de 1974, cinco años después de la visita de Aub, y, como constata pronto la protagonista tras contactar con antiguos amigos y compañeros de universidad, aquí nadie ha movido un dedo por salvar al estudiante anarquista. La efervescencia política que, desde el exterior muchos imaginan, no es más que una quimera. De este modo, la mirada de Natalia sobre el paraíso de la infancia y la adolescencia vira pronto hacia el desencanto, aunque a eso llegaremos luego. Lo que interesa destacar ahora es destacar cómo Montserrat Roig consigue captar la atmósfera de aquella época en su novela, la descripción de un tiempo lleno de sueños e ilusiones que, sin embargo, acabará convertido en un desierto. Su mirada a la escena contracultural de Barcelona, protagonizada por una juventud que se rebela contra sus mayores, contrasta con la descripción del mundo adocenado, frío y decadente de la burguesía catalana, la que visita todas las semanas el Liceo y presume de patriotismo, y que tan bien satirizaría años más tarde en Catalanes todos (2014) un charnego irredento como Javier Pérez Andújar. Por encima de todo ello, el retrato apasionado de una ciudad que es mucho más que un espacio físico y que se convierte en la otra gran protagonista de la novela, una Barcelona moderna y arcaica a la vez, llena de secretos, contradictoria, luminosa y cambiante.


Tiempo de cerezas no fue el primer libro de Montserrat Roig. Antes ya había escrito otra novela, Ramona, adiós (1972), que constituye la primera parte de una trilogía, y una colección de relatos, Molta roba i poc sabó… i tan neta que la volen (1970), traducidos al castellano bajo el título de Aprendizaje sentimental. También, en 1977, había publicado una investigación sobre los catalanes prisioneros en los campos nazis, una de las primeras obras que descubría la memoria de aquella barbarie y que, a pesar de su interés, fue vetada por TVE. La autora guardó toda su vida un ejemplar medio quemado de este libro, recuerdo del ataque que sufrió el almacén donde se guardaba la segunda edición. Periodista, militante del PSUC y curtida en los movimientos estudiantiles de los sesenta (la noticia de que había ganado el Premio Victor Catalá de narración le llegó a través de los monjes del monasterio de Montserrat, donde se había encerrado junto a otros compañeros para protestar por las penas de muerte en el proceso de Burgos), Montserrat Roig se definió a sí misma como marxista, feminista y catalanista. Los tres adjetivos encierran, en realidad, distintas formas de contemplar la realidad que le tocó vivir y permean todos sus libros, pero, más allá de las etiquetas que empleara la autora, lo importante es la mirada que atraviesa sus novelas, su curiosidad y respeto por una memoria silenciada y reprimida y el hilo de un discurso que se rebela contra la amnesia imperante y en el que se entrelazan lo social y lo afectivo, ideología e identidad.


Su condición de mujer no fue un obstáculo para hacerse un lugar en la literatura del tardofranquismo, superando el ámbito lingüístico catalán, y no hay duda de que estaba orgullosa de ello. La dedicatoria con que se abre Tiempo de cerezas dice así: «A mi madre, que mucho antes que las feministas, me hizo sentir el orgullo de haber nacido mujer. A mi abuela Albina, que fue feminista sin saberlo». Como Esther Tusquets, Lourdes Ortiz, Rosa Montero y, por supuesto, Mercè Rodoreda, la autora de La hora violeta, libro con el que culmina su trilogía sobre el franquismo y la Transición, recreó los problemas con que sintonizaba toda una generación de mujeres que buscaba a comienzos de los ochenta allanar los caminos de la emancipación, logrando el retrato perspicaz de una memoria histórica y de una identidad oprimida durante décadas por los abusos y dominaciones de una cultura que, con sus jerarquizaciones, impedía a las mujeres dotarse de un discurso propio y alzar su voz.


La hora violeta (1980), que toma su título de un verso de Eliot, constituye precisamente un reflejo de esos contextos en plena metamorfosis, pero, más allá de su recreación histórica, con la que desmitifica la historia social y androcéntrica de la España de Franco, lo interesante del libro es la indagación que realiza Roig de una identidad femenina en la nueva sociedad democrática. A través de la historia de tres generaciones de mujeres, que abarca desde los tiempos de la Segunda República hasta la Transición, la autora realiza un ajuste de cuentas con su propio mundo personal y desentraña las relaciones de poder y sexualidad que han marcado el pasado cercano. A partir de ese examen íntimo compone, a su vez, un juego de espejos que mira al presente y ofrece unas claves para interpretar el papel y la imagen de la mujer en la realidad contemporánea. Por cierto que, al margen de esa reivindicación feminista, La hora violeta es también una obra valiosa por la forma en que Montserrat Roig incorpora todo un caudal de experiencias y materiales narrativos de variada procedencia a su relato, moviéndose entre la novela, el periodismo de investigación y el ensayo histórico. El resultado, en fin, no es solo una historia de mujeres, sino un completo estudio sobre el desamor y la incomunicación, tamizados ambos asuntos por la relación dialéctica entre memoria y olvido, y en el que es imposible no advertir algunas problemáticas que continúan vigentes.


Volvamos al tiempo de las cerezas. Le temps des cerises, la canción escrita por Jean-Baptiste Clément que fue la banda sonora de la Comuna de París de 1871 y que hizo inmortal Yves Montand. Montserrat Roig tituló así su segunda novela para hablar de un tiempo de esperanzas, el de las postrimerías del franquismo, que serán devoradas por el desencanto, por el amargo sabor de las eternas promesas y una plenitud no alcanzada. Natalia, como ya intuyera Max Aub, comprende pronto que tras la ilusión con que se prepara el cambio de régimen se agazapa el acomodo a una vida democrática que comportará la disolución de la militancia antifranquista y una fase de regresión caracterizada por el escepticismo ante el futuro, cuando no por una amarga resignación. En el relato hay un continúo vaivén hacia atrás y hacia delante que, al fin, compone una visión de conjunto, lúcida y amarga, del devenir de Cataluña en el siglo XX. La historia incorporada al entramado de la literatura para explicar las tensiones que gobiernan el destino de unos personajes inolvidables. El tiempo de las cerezas es el final de los sueños de juventud, concluye Natalia, y, por ello, su narración se nos hace tan agria hoy, porque nos recuerda que hubo un tiempo no tan lejano en que la sociedad española soñó eufórica con transformar el país, pero acabó dando un portazo a ese horizonte utópico para aposentarse en un terreno estrechamente acotado o, lo que es lo mismo, aceptó el trueque de la verdad a cambio de los espejismo del bienestar. No es extraño que la novela se cierre con la huida de Natalia de esa realidad, una huida que, a pesar de todo, es imposible porque toda evasión, tarde o temprano, termina por perder su sentido ante la realidad y porque sabemos que no existen los paraísos fuera de la historia.


Tras la publicación de La hora violeta, como si hubiera quedado liberada de una necesidad de autocomprensión, Montserrat Roig dio por finalizada la primera etapa de su trayectoria y a lo largo de los ochenta su mirada se abre al exterior, sin prescindir, no obstante, de muchos de los temas que había cultivado hasta entonces. Una prueba de ello es El águila dorada (1985), documentado libro-reportaje sobre el sitio que sufrió San Petersburgo a manos de los nazis y que no tiene nada que envidiar a los trabajos de Anthony Beevor, o las novelas La ópera cotidiana (1982) y La voz melodiosa (1987), títulos que recuperan a algunos de los personajes de su primera etapa y que, además de combatir la literatura analgésica y de mesilla de noche que comenzaba a inundar el mercado editorial en los ochenta, continúan examinando la escisión entre hombres y mujeres o los problemas de transmisión de una herencia cultural tan rica como compleja. A ello hay que añadir dos obras imprescindibles que documentan el pensamiento poético y feminista de Montserrat Roig: ¿Tiempo de mujer? (1980) y Dime que me quieres aunque sea mentira (1991). Si el primero es una colección de entrevistas y artículos donde desmitifica algunos de los tabúes y lugares comunes de la sociedad de entonces, el segundo, escrito cuando la autora ya sabía la gravedad del cáncer que acabaría con su vida, brilla como una especie de testamento poético en el que se desgrana una memoria cultural y las claves de su pensamiento literario y feminista. Un apunte más: la excelente biografía sobre la autora de Betsabé García, Con otros ojos, muy útil para conocer mejor su figura y el relieve que tuvo en su época.


Montserrat Roig falleció el 10 de noviembre de 1991 a los cuarenta y cinco años. Su muerte causó una auténtica conmoción en Cataluña. Todo el mundo conocía a aquella periodista y escritora que tenía un aire a la Seberg de Al final de la escapada. Sin embargo, fuera de Cataluña, hoy su voz se ha apagado. Tal vez, entonces, porque estamos en un momento donde el ruido nos impide oír otra cosa que no sea una música descafeinada, urge recuperar la obra de Montserrat Roig. Tiempo de cerezas y La hora violeta nos hablan de los paraísos perdidos, de la imposibilidad de los regresos, pero, a pesar de su melancolía, contienen también algunas lecciones sobre cómo encarar el presente y reivindicar una sociedad más justa, humana y libre.




Álvaro Acebes Arias (León, 1990) es licenciado en filología hispánica y profesor de Educación Secundaria. Doctorando en la Universidad de León con una tesis sobre la obra del escritor Rafael Chirbes, ha realizado además estudios sobre los distintos cauces de la narrativa española, con especial interés en figuras como Belén Gopegui, Marta Sanz, Isaac Rosa o Ricardo Menéndez Salmón. También ha participado en revistas, medios literarios y en organizaciones culturales como el Club Cultural Leteo de León o el Seminario Permanente Claudio Rodríguez de Zamora.





   
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