Seix Barral publica «Castillos de fuego» del escritor zaragozano, afincado en Barcelona.
Cuando, gracias a la gentileza de los responsables de esta revista, tuve acceso a Castillos de fuego, tuve la certeza de que pronto sería nuevamente subyugado por la prosa de Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), como ya me había ocurrido anteriormente con otras de sus novelas anteriores: “Dientes de leche” o “El día de mañana”.
Sostiene un buen amigo mío que Martínez de Pisón es un escritor de peso y de poso; puesto que además de sus indiscutibles virtudes literarias, su estilo claro y el nervio que imprime a sus tramas, nos deja siempre un rescoldo en la memoria que mueve a la introspección y a la reflexión.
En esta ocasión, Martínez de Pisón nos ofrece una novela coral sobre la inmediata posguerra española, que coincide en el tiempo con la segunda guerra mundial y las consiguientes derivas o variaciones del régimen de Franco.
No han sido muchos los escritores que se han atrevido con este periodo, uno de los más tenebrosos de nuestra historia; aunque podemos destacar a Camilo José Cela (La Colmena), Carmen Laforet (Nada), Ángel María de Lera (La noche sin riberas), Darío Fernández Flórez (Lola, espejo oscuro), Francisco Umbral (Madrid 1940) o José María Gironella (Ha estallado la paz).
Ignacio Martínez de Pisón divide las casi setecientas páginas de esta novela en cinco libros que abarcan periodos de entre seis y ochos meses desde 1939 a 1945.
En el relato aparecen múltiples personajes característicos muy bien estructurados: el arribista falangista, el guerrillero del maquis, el profesor depurado, la costurera con familiares en la cárcel, el estraperlista…
Todos ellos se mezclan con personajes reales como los falangistas Dionisio Ridruejo – en el inicio de su disidencia -, José Luis Arrese o Felipe Ximénez de Sandoval y los comunistas Jesús Monzón, Heriberto Quiñones o Gabriel León Trilla.
Madrid es el escenario donde confluyen todas las historias que se entrelazan en la novela, narrándose perfectamente sensaciones tan asfixiantes como el hambre, la ruina y especialmente el miedo. El miedo es el verdadero motor de la vida de casi todos los personajes de la novela: el miedo a las represalias – lo que incluía el más que probable fusilamiento – de los vencidos y el miedo de los vencedores a caer en desgracia o perder influencia, en función del pasado de cada uno y de la evolución de la guerra en Europa.
Debe destacarse también la fenomenal descripción de la sordidez de las cárceles franquistas, la lamentable falta de medios en los locales del Auxilio Social o la rapiña desvergonzada de algunos de los miembros de la Comisión revisora del patrimonio incautado durante la guerra, que dará origen a una serie de historias estremecedoras.
El miedo imperante durante la época despierta el encanallamiento y los instintos más bajos de algunos de los personajes que se manifiestan en forma de crueldad, delación o demás vilezas que afectan tanto a vencedores como a vencidos; pues entre los propios represaliados muy pronto surgen la desconfianza, los reproches y los pequeños sectarismos. Como contrapartida, los personajes femeninos como Cristina, Avelina, Gloria, Alicia o Rosalía, pese a la caída en desgracia de estas dos últimas, conservan cierto candor y una bondad que nos hace percibir la esperanza en un futuro mejor, pese al desaliento imperante en los años posteriores a nuestra guerra civil que, con magnífico oficio describe el escritor zaragozano.
Con “Castillos de fuego”, Ignacio Martínez de Pisón se reafirma como uno de los grandes de nuestra narrativa. Una novela imprescindible, llamada a convertirse muy pronto en un clásico; ya que como decía Rafael Gómez, el Gallo: “Lo clásico es lo que no se puede hacer mejor”.