Se reedita Crónica sentimental de la transición, ensayo sobre los convulsos años en que el país pasó de Franco a Felipe y Los Pecos
El escándalo del aceite de colza, el 23-F, pero también las múltiples asonadas siempre a punto de estallar, Naranjito y Sandro Pertini en el Mundial de fútbol del 82, el esperpento del Palmar de Troya, el Nobel ex aequo para Aleixandre y la Generación del 27, la matanza de los abogados laboralistas de Atocha, la voracidad sangrienta de ETA, la Alianza Popular de los Siete Magníficos, Ramoncín autoproclamado como Rey del Pollo Frito, la pasión y muerte de Grace Kelly (también reina del Principado/casino de Montecarlo) y la no menos lánguida de Romy Schneider, el desencanto (político y el de Chávarri), la guerra de las Malvinas, series (ya había series) como Dallas y Dinastía, aunque también Los gozos y las sombras, casi más de Charo López que de Torrente Ballester…
Todo cabe, como una sopa de letras Campbell de aquella UCD que no llenaba un taxi, en las 440 páginas de este ensayo que Vázquez Montalbán escribió para todos y para él mismo y que se publicó en El País de 1985 y ahora, recuperado por la editorial Folch & Folch, resuena entre «Libertad sin ira» y «Háblame de ti», de Los Pecos. Leído hoy impresiona y asombra cuánto ocurrió entre 1975 y 1982. Y no sólo en España.
Crónica sentimental de la transición es un repaso vibrante, tupido como el tupé de Elvis e irónico de aquellos años en que España se limpiaba las legañas y se creía a sí misma, aunque a trancas y barrancas. Un ajuste de cuentas con sus demonios particulares y que puede leerse, también y en parte, como continuación de aquella «Crónica sentimental de España» que publicó en la revista Triunfo en 1969 y que provocó que los más avisados se preguntaran con envidia por su autor, quién era aquel muchacho de 30 años que también acababa de ser reconocido como uno de los «Nueve Novísimos» de Josep Maria Castellet y Pere Gimferrer, no se sabe bien en qué orden.
Lo del ajuste de cuentas venía a cuento por el número de páginas en las que aparecen dos personajes: si Franco figura en 45 de ellas, Carrillo le disputa la foto finish con 39. Al primero le dedicó Autobiografía del general Franco (1992), todo un tour de force para el escritor. Al segundo lo «mató» en otra novela, Asesinato en el Comité Central (1991), con todas las sospechas acechando a su detective Pepe Carvalho. Nada raro si recordamos que Vázquez Montalbán no sólo militó en un incipiente FLP sino que luego ingresó como soldado raso del PSUC (y después como miembro de su Comité Central), brazo no armado pero sí díscolo del PCE en Cataluña.
Sigamos haciendo memoria. Su padre, de nombre Evaristo, estaba en una cárcel franquista condenado a 20 años por comunista cuando Vázquez Montalbán nació hijo único en la calle Botella de Barcelona, puro Barrio Chino sin chinos, hoy edulcorado como el Raval. Evaristo no pisó la casa hasta que el futuro Premio Nacional de las Letras (y de la Crítica y del Nacional de Narrativa y del Planeta y de otros europeos) tenía cinco años. Pero este niño “de balcón más que de calle” estudió, se hizo bachiller por libre y luego acabó Filosofía y Letras y Periodismo, todo un logro social para una familia humilde (la madre, de origen murciano, era modista de Singer y el padre, gallego, ejerció de mozo de almacén, vendió sombreros y en los ratos libres cobraba “primas de seguro de entierros”). El año y medio que pasó el escritor en la cárcel de Lérida siendo aún estudiante junto al letraherido Salvador Clotas le cundió más que la universidad. Y hasta hoy, o el anteayer de hace 20 años, en que cayó fulminado por un infarto en Bangkok. Contaba 64 abriles (su mes fetiche, su mes metáfora, por el poema de Eliot y no sólo).
Veamos este botón de muestra de esta «Crónica» como tono del libro y marca de la casa:
—“Si la vida española de aquel verano de 1981, primer verano posgolpe de Estado, se hubiera podido traducir en un cómic lleno de personajes de cómics, la imagen se habría reducido a millones de cuellos tragándose los congojos y sobre las cabezas un único sonido colectivo: ¡Glup!”.
Más sobre cuellos: “Un orador de Chumy Chúmez proponía al público de su conferencia: Si alguien no está de acuerdo, que levante el cuello”. Un encartelado de Perich paseaba esta propuesta: “Quiero una Opustinidad”. Otro de Perich: “Un albañil le muestra a su hijo la escuadra, la plomada, la paleta y le dice: Hijo mío, cuando seas mayor todo esto será tuyo”.
Montalbán tenía mucha ley a Perich. Juntos impulsaron la revista Por Favor, que con El Papus o Hermano Lobo, entre tantas, se jugaban el pescuezo o el mal humor de jóvenes airados de la derechona. El caso era molestar, estirar la cuerda, poner a prueba al juez. Mucho sentido del humor no había. En las verbenas de 1974 se coreaba la canción «En la fiesta de Blas», de Fórmula V: “En la fiesta de Blas / todo el mundo salía / con unas cuantas copas de más”, así que Joan de Sagarra hizo una alusión a un mitin del “notorio notario” (MVM) Blas Piñar. Resultado, proceso por injurias.
En esta «crónica», Montalbán explica que la frase “contra Franco vivíamos mejor” fue suya, la escribió en un artículo que apareció en la combativa revista La Calle. En él se preguntaba si con el general se estaba mejor y razonaba que no, que “contra Franco” no se estaba mejor. Así se tituló aquel texto y así fue aceptada por la izquierda y por la propia calle. Lo que hicieron los más exaltados de la acerca de enfrente fue darle la vuelta: “Con Franco se vivía mejor”. Cada uno escucha y lee lo que quiere.
En este detallado vademécum que pone a prueba a cualquier Funes el memorioso se detalla cómo “cayeron por la trampilla del escenario” político los innumerables hijos de San Luis de aquel paisanaje. Los Areilza, Gil-Robles, Ruiz-Giménez, Abril Martorell, Garrigues Walker, Ignacio Camuñas (también conocido como «Nacho de noche» o el «Kennedy de la Moncloa») o la esperanza de Tierno Galván como presidente de la Tercera República, que quedó en “el mejor alcalde de Madrid”, con sus bandos rimbombantes, la proclama “el que no esté colocado que se coloque, y al loro” y fue coprotagonista de una de las fotos de la época: el primer edil posa con su chaqueta cruzada junto a la vedette Susana Estrada con un pecho al desgaire. Tenía sus motivos.
Fueron años alocados, a los perfectamente podría haberse referido Dürrenmatt cuando dijo: “¡Qué tiempos éstos en los que hay que luchar por lo que es evidente!”. Tiempos revueltos aquí y fuera. En 1976, el Yankee Stadium de Nueva York reunió a 40.000 devotos de la secta Moon, que llegó a tener dos millones de seguidores en sesenta países, que pasaban por caja para mayor regocijo de su fundador, un coreano que aseguraba haber sido señalado por el Señor. Para no ser menos, aquí teníamos las consecuencias de la estafa inmobiliaria Sofico y al eterno Martín Villa, que le dio carta blanca al policía Roberto Conesa, Billy el Niño, para que recuperara a Oriol y Villaescusa por el GRAPO, tan activo. Oriol era Antonio María de Oriol y Urquijo, ex ministro de Justicia de Franco, que afirmó cuando le dijeron que las cárceles estaban hacinadas: “El mal existe”. Villaescusa era el teniente general Emilio Villaescusa Quilis. El superagente 007 cumplió.
En ese sinvivir, Vázquez Montalbán desliza por estas páginas la disyuntiva que Peter Weiss planteó en Marat/Sade, el conflicto entre el individualismo o la agitación colectiva política y social, la revolución individual o la colectiva, la reafirmación del individuo ante cierto hartazgo y desencanto o una conciencia social iluminada por sueños utópicos. Claro que siempre hubo y habrá una tercera vía.
Vázquez Montalbán siempre pensó, tal y como escribe en este libro, que “con el tiempo se descubre que no hay otra victoria que la de la memoria, compensación melancólica al fracaso inevitable del deseo”. En otras palabras: “La memoria ha sido siempre, es, será la única compensación al fracaso del deseo”, traducción de Memoria y deseo, que es como tituló sus poesías completas.
Eso sí, muy taurino Montalbán no era. En alguna página se desliza ”cornadas de los mihuras”, con h de Miguel Mihura. ¿Errata, despiste, provocación? Con Montalbán nunca se sabe.
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