Se cumplen cien años de la primera edición de uno de los grandes libros de la poesía de vanguardia española, me refiero a Poema de la rosa als llavis (Barcelona, 1923), del poeta catalán Joan Salvat-Papasseit. Con excelente criterio, este libro ha sido incluido en su totalidad en la antología bilingüe que acaba de publicarse en la editorial Cátedra, preparada y traducida por el poeta y catedrático barcelonés Jordi Virallonga, bajo el título Me he cruzado con un hombre que pasaba.
Resulta curioso constatar que los mejores y casi únicos embajadores, por así decirlo, de la literatura en lengua catalana en el resto de España hayan sido, precisamente, los autores catalanes que han escrito, y escriben, total o parcialmente, su obra en lengua castellana. Son ellos los que han intentado establecer los puentes que no han sabido ni han querido construir nuestros políticos, de allí y de aquí, en ya casi medio siglo.
Estoy seguro de que Virallonga se siente orgullosamente heredero de otros poetas de su ciudad natal que, como él, iniciaron hace años esa labor.
No hay espacio aquí para hacer justicia a tantos autores de Barcelona que, al margen de las políticas oficiales —de los ciegos gobiernos centrales y autonómicos de turno—, y guiados exclusivamente por su amor a la poesía, en catalán o en castellano, han intentado que nombres de una literatura maravillosa y milenaria llegaran a todos los españoles. En el caso que aquí me ocupa, ya en los años setenta el poeta, editor y librero barcelonés José Batlló, tradujo al castellano y editó una parte de la poesía de Salvat-Papasseit. El propio Virallonga publicó en 2008 su poesía completa, traducida al castellano, en una edición de menor difusión que esta.
Sin duda, un factor relevante de esta nueva edición del poeta de la rosa als llavis es, precisamente, el que haya aparecido en un sello de la importancia y proyección académica de la colección Letras Hispánicas de la editorial Cátedra. En el documentado, ameno y extenso prólogo de Virallonga, vemos desfilar a figuras fundamentales del vanguardismo catalán que son sólo nombres, o ni siquiera eso, en las historias de la literatura española al uso: J.V. Foix, Carles Riba, Josep Maria Junoy, Tomás Garcés, Josep Pla, Eugeni D’Ors o Joaquim Folguera. Uno respira feliz al encontrar en estas páginas estos importantes autores de nuestra literatura puestos en relación, como estuvieron en vida, con otros escritores españoles de lengua castellana como: Humberto Rivas Panedas, Isaac del Vando-Villar, Guillermo de Torre —con quien Salvat mantuvo una intensa correspondencia— o Ramón Gómez de la Serna, que en 1920 reseñó su libro Poemes en ondes hertzianes. También es una fiesta leer aquí sobre la estrecha relación que el malogrado poeta tuvo con pintores tan importantes de la vanguardia como Joaquín Torres García, Rafael Barradas, Josep Obiols o Salvador Dalí.
Como todo gran poeta vanguardista, Salvat-Papasseit fue más allá de las vanguardias. Él también hubiese podido escribir la decisiva frase de J.V. Foix: «Me encanta lo nuevo y me enamora lo viejo». En la poesía de Salvat conviven el billete de autobús y la canción de amor cortés; el erotismo del Cantar de Cantares y la airosa presencia de una mujer que trabaja en el mercado. Por ello, en él, la cotidianidad auténtica (tan rara o espuria hoy en nuestra poesía) parece anunciar a ese gran y epifánico poeta que fue nuestro añorado Joan Brossa, ya desde el título elegido para esta antología. Porque en Salvat, que apenas vivió treinta años, la poesía es vanguardia, sí, pero vanguardia siempre desde lo humilde, desde el mundo obrero al que el poeta catalán perteneció. Por ello, con excelente criterio también, Jordi Virallonga incluye además en el libro una selección de textos en prosa, que nos permiten conocer al extraordinario personaje que fue Salvat-Papasseit. Un hondísimo poeta surgido de las clases populares más pobres, huérfano de padre a los siete años, que tuvo su universidad en las calles de la convulsa Barcelona de las primeras décadas del siglo xx, al que la tuberculosis se lo llevó en su joven plenitud, y que en 1916 escribió: «Por encima de las banderas y de los altares, encubridores de crímenes y pillajes, están los que trabajan y no pueden comer».