Animaliza a sus personajes, latinoamericanos bohemios, en Barcelona
Son personas, viven en la Barcelona de nuestros días, pero parecen perros rabiosos, sapos, cerdos, hormigas, abejas... Los personajes de Una fábula sencilla (Candaya), la nueva novela de Matías Néspolo (Buenos Aires, 1975) deambulan por la ciudad metiéndose en líos, traspasando la frontera de lo delictivo, pero también buscando con todo su ímpetu el arte y el amor.
Al autor, barcelonés desde hace varias décadas, no se le conocen relaciones con los bajos fondos que refleja en su obra. “Bueno, no sé cómo responder –afirma, en un encuentro con este diario–. Hace 20, 25 años, en la época de Aznar, por ejemplo, los migrantes latinoamericanos o de cualquier procedencia tuvieron difíciles las cosas, más que habitualmente. La relación con los bajos fondos se daba de manera natural. Muchos de mis amigos no eran conscientes de que estaban rozando la exclusión social, simplemente porque eran indocumentados, porque tenían trabajos muy precarios, porque sufrían los mismos problemas de vivienda de ahora o incluso peores, y había que buscarse la vida”.
“Muchos de mis amigos no eran conscientes de que rozaban la exclusión social, solo se buscaban la vida”
Lejos de ser una fábula fantástica, la obra –narrada por Gabriel, un postadolescente a la deriva– se adscribe al realismo “pero con este juego metafórico, las figuras de animales funcionan a nivel simbólico”. Un apego a lo real que se da, por ejemplo, en el lenguaje de los diálogos, pues “hubo un anhelo de reflejar de la manera más clara, honesta, el habla en Cataluña, esa riqueza y heterogeneidad de las hablas y de las lenguas. Aquí se mezclan las lenguas. Y el español que se habla a pie de calle, una especie de panhispánico, es mucho más rico de lo que podemos leer en los medios o en la literatura de autores locales”.
Ambientada en el Raval, el Eixample y La Bonanova, Néspolo, cual un Marsé del siglo XXI, describe el contacto entre dos mundos, el de los catalanes con segunda residencia y el de los chicos de barrio latinoamericanos, en una trama policial de “un grupo de amigos que se meten en problemas. Ellos siguen ese circuito de tertulias poéticas de micrófono abierto y tienen cierta aspiración por hacer una cosa perdurable, una ambición estética, literaria, no material, sino que entregan todo a la poesía. Invierten todo y transitan por el lado salvaje de la vida para llegar a ello”.
Los líos vienen “por esta ineludible combinación entre las necesidades materiales de subsistencia y el anhelo poético tan exacerbado y bohemio de la juventud alocada”. En el fondo, el autor lo ve como una novela sobre “los años rotos, los anhelos frustrados, la derrota, el fracaso del ideario, una búsqueda siempre insatisfecha...”. Aunque, si los detectives salvajes de Bolaño se dedicaban a trapicheos de poca monta, estos animales de Néspolo se meten en operaciones de muchos kilos de cocaína que movilizan a las unidades de elite de la Guardia Civil.
“Yo me crié en el campo –explica el escritor–, sé domar caballos y sacrificar pollos, incluso mi padre en una época tuvo un criadero. He tenido mucho contacto con los animales y puedo decir que la crueldad está en el mundo humano, no es una cualidad de la naturaleza, como algunos creen. La perversión, en el sentido de hacer daño gratuitamente al otro, es solo nuestra”. Por todo lo demás, “seguimos siendo animales, somos animales parlantes”.
-¿Puede un vegetariano leer su novela?
-Pues... no, yo creo que no.