A sus 73 años, este barcelonés es uno de los grandes escritores viajeros de este país con una lista de libros excepcionales a la que ahora hay que sumar 'Dibujos de Siwa', que recupera los dibujos que él mismo realizó en el legendario oasis egipcio en los cinco años en los que residió en aquel país
Aquel niño, vástago de una familia burguesa "nada cariñosa" en la que todo estaba bien si "ibas bien comido, bien cenado y sacabas buenas notas", solía acercarse a la bola del mundo y, cerrando los ojos, dejaba caer su índice en un punto perdido entre África y Arabia. "Yo quiero ir ahí", decía para sí el barcelonés Jordi Esteva, que a sus 73 años es hoy uno de los grandes escritores viajeros de este país con libros excepcionales como Los árabes del mar, Socotra, la isla de los genios y más recientemente sus dos entregas memorialísticas, El impulso nómada y Viaje a un mundo olvidado (Galaxia Gutenberg).
A la lista hay que sumar Dibujos de Siwa (Àfriques Edicions), que recupera los dibujos que él mismo realizó en el legendario oasis egipcio en los cinco años, entre 1980 y 1985, en los que residió en aquel país. "De niño me fascinaban los gitanos que acampaban cerca de la casa de mi abuela en el Vallès. En casa, cosas de la época, me decían que los gitanos se me llevarían si no me portaba bien y eso para mí era fascinante, yo lo que quería era irme con ellos".
Así que no sorprende que, a las primeras de cambio, en plena época hippie, y tal como relata en El impulso nómada, tras habérsele revelado su homosexualidad –"ser gay era lo peor que se podía ser durante el franquismo y mi familia sencillamente no hablaba de eso siguiendo aquello de que de lo que no se habla no existe"– se dejara llevar por los vientos de cambios de la contracultura, tras las voces de Allen Ginsberg y Jack Kerouac.
Fue a la India, parada obligada del hippismo, a Yemen, a Sudán, hasta recalar en El Cairo, donde descubrió la tradición oral y de donde acabó siendo expulsado tras haber sido acusado falsamente de tramar un complot contra el Gobierno egipcio.
¿Viajero?
Esteva, que fue también una de las piedras angulares de la revista Ajoblanco, en su segunda etapa, no se siente del todo identificado cuando lo llaman viajero: "Es que no sé si lo soy. Yo no voy de aquí para allá. Elijo siempre los mismos temas y lugares, no demasiado extensos, porque la isla de Socotra, entre el mar Arábigo y el Índico, no es más grande que Mallorca y lo que hice fue profundizar en mis intereses, digamos antropológicos, ahondar en el animismo y la espiritualidad, y para eso tienes que vivir mucho tiempo allí, dormir en cabañas y cultivar amistades. Si no hubiera sido amigo de una sacerdotisa que estaba poseída por un espíritu femenino del agua, no habría podido participar en sus ceremonias de iniciación".
A Socotra le costó mucho llegar, porque la isla, antes de la unificación del Yemen, era un lugar de entrenamiento del terrorismo internacional. Y en Los árabes del mar certificó con nostalgia que las viejas rutas marítimas de los comerciantes yemenís seguían los derroteros del mismísimo Simbad. "Siempre me han interesado los mundos olvidados, la memoria oral de los ancianos que los hijos no quieren escuchar y se perderá irremisiblemente". Quizá por eso, para que nada se pierda, Esteva, además de escribir es también un excelente fotógrafo y en los últimos años, documentalista (sus películas están en Filmin).