¿Por qué escribes?
Supongo que escribo porque, para empezar, de pequeña tuve junto a mí a grandes narradores orales que me cebaron con sus historias y me inocularon para siempre el vicio de leer, que es un modo de ser otra persona y hacer saltar en pedazos nuestros límites personales y espacio temporales. En cuanto a escribir, supongo que es mi modo de tratar de entender algo, aunque sea remotamente, en medio de todo este absurdo galimatías. Mientras vivimos, todo sucede demasiado rápido y la mayor parte del tiempo te sientes perfectamente idiota. Por escrito, en cambio, puedes ser mucho más inteligente que en la vida. Sí, en cierto modo escribo para desquitarme de mi burricie, de mi ineptitud para vivir. Y para ensanchar mis límites.
¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a la hora de escribir?
Últimamente he desarrollado un método muy eficaz contra el bloqueo creativo. Antes de ponerme a escribir, me largo a dar un paseo a grandes zancadas, no importa dónde. Será porque caminar activa la circulación sanguínea; el caso es que, pasado un rato de veloz caminata, empiezo a “escribirme encima”. Es el momento de regresar y encerrarse en casa frente al ordenador. En cuanto a las manías, en los últimos tiempos he luchado por combatirlas y ahora mismo, si es necesario, incluso puedo hacer algo tan asquerosamente antiestético como escribir… ¡con bolígrafo! Y donde sea. En cuanto a la hora, de más joven escribía preferiblemente de noche y ahora mi mejor momento es la mañana.
¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
El azar, la amistad, el carácter esencialmente tragicómico de la realidad, las relaciones materno filiales.
¿Algún principio o consejo que tengas muy presente a la hora de escribir?
No te cortes: pásate siempre diecisiete pueblos. Si sólo te pasas dos pueblos, te quedarás corto.
¿Eres de las que se deja llevar por la historia o de las que lo tienen todo planificado desde el principio?
La verdad es que trabajo de las dos maneras. En general los cuentos aparecen, como venidos de la nada, en plan meteorito avasallador, y se me imponen. Es una sensación bastante mágica, desde luego. Aunque también hay cuentos ―los menos― que persigo afanosamente y planifico, nunca tanto como cuando escribo novela. Con la novela sí necesito planificar, apoyarme en una escaleta más o menos desarrollada que luego va cambiando según avanzo. Digamos que planificar es una manera de proteger el proyecto. Sin una idea clara antes de ponernos a escribir, es tan fácil fracasar…
¿Cuáles son tus autores o libros de cabecera?
Desde siempre me han tirado mucho los anglosajones. Entre los cuentistas, mis favoritos son Scott Fitzgerald, Dorothy Parker, Saki, Cheever y Maupassant. Entre los novelistas, adoro al gran Nabokov. Y a Stefan Zweig; su novela La embriaguez de la metamorfosis me dejó deslumbrada, boquiabierta, patas arriba. La recomiendo clamorosamente a quien no la conozca. Pero mi última gran pasión es Richard Yates: me vuelve loca y me mata de envidia esa extraordinaria ausencia de retórica y artificio en cualquier obra suya. Aunque quizá la obra que más veces he releído a lo largo de mi vida es Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell.
¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
Mi último libro publicado es Media docena de robos y un par de mentiras, un libro impío e indecente donde se incita al plagio y al saqueo literario.