Ha muerto Juan Gelman, uno de los mayores poetas de habla castellana de la segunda mitad del siglo xx hecho que le fue reconocido con el premio Cervantes de 2007. En estos momentos en que muchos volverán a leer sus versos y derramarse en loas que nos hacen pensar que no hay nada más grande que el poeta cuando éste ha muerto, es necesario, al menos para mí, centrarnos en su figura. Ella encarnó como pocas la idea del poeta como voz civil. Si, como decía McLuhan, "el medio es el mensaje", Juan Gelman mismo era el mensaje de una conciencia que se manifestaba extramuros del poema incapaz de traducir las dimensiones del horror y las heridas de una experiencia personal desgarradora. Fue su fuerza moral, su ética, la armadura con la que se enfrentó a los agentes del mal y con la que elevó su voz por encima de tanta poesía sin lenguaje y de tanto zureo desvalido.
Todo poeta ha de ser alguien valiente no sólo para enfrentarse a sus propias adversidades personales, como cualquier individuo corriente, sino también para asumir las peripecias de su comunidad, y este tipo de valentía congració al hombre que fue Juan Gelman y nutrió de verdad su poesía llena de esos grandes destellos que sólo avistan los poetas que se han asomado al abismo y oído las voces de los seres amados: esas voces que escapan al silencio de la muerte y encuentran en su corazón el duelo y la tumba que les escamotearon los ángeles del mal.
Parafraseando la letra de "Las sevillanas del adiós" de Manuel Garrido y Manuel García -los Amigos de Ginés-, diría que cuando un poeta se va, algo muere en el alma. Es cierto. Pero, como Juan Gelman ejemplificó humana y poéticamente, antes que llorar su pérdida, conservemos su memoria y celebremos su poesía más allá de los preceptivos días de duelo.
Antonio Tello