Jueves, 21 de noviembre de  2024



Català  


Carlos Vitale, VI Premio José Luis Giménez-Frontín
acec27/11/2015



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Mi agradecimiento a la Junta Directiva de la ACEC por haber tenido no sé si el tino o el desatino de concederme este Premio, que estimo excesivo, pero que me honra enormemente. Gracias también a todos ustedes por su presencia. Es un placer estar acompañado por tantos amigos queridos.

¿Qué puedo decir de Carles Duarte? Poeta admirado, orador excepcional, persona entrañable. Que haya aceptado presentar a este humilde servidor habla a las claras de su categoría humana. 

 En José Luis Giménez-Frontín confluían dos condiciones que, ya por separado, son muy poco frecuentes: talento y don de gentes. Juntas no es que sean poco frecuentes, es que son casi inverosímiles. José Luis fue editor, poeta, novelista, traductor, crítico literario, profesor y ensayista. Por si fuera poco, fue cofundador y presidente, durante muchos años, de la ACEC, Juez sustituto en los Juzgados de distrito de Barcelona y Director de la Fundación de la Caixa Catalunya. Una verdadera fuerza de la naturaleza. Hablo del José Luis que yo conocí, porque la calidad de su poesía es fácilmente apreciable leyendo su La ruta de Occitania. Poesía reunida, publicada por Igitur, que recomiendo encarecidamente. Por descontado, no digo esto en desmedro del resto de su obra, es solo que cada uno sabe de qué pie cojea, y no es necesario explicar cuál es el mío. José Luis era una persona que, cuando pasabas a su lado o hablabas con él, esperabas que se te contagiara algo: su señorío, su distinción, su urbanidad, su educación, en resumen, su finura y elegancia, pero era más sencillo contagiarse la gripe. De todos modos, siempre te quedaba algo, aprendías de un gesto o una palabra. Era un maestro que tal vez no sabía que lo era. Recibir, pues, un premio, dedicado a su memoria y otorgado por una razón tan inabarcable como haber contribuido “al acercamiento entre culturas diversas” es un compromiso y una responsabilidad. Sobre todo teniendo en cuenta las prestigiosas personalidades del mundo de la cultura que lo han recibido con anterioridad.

Procurando hallar un motivo que justifique este Premio compruebo que, desde 1983, he traducido más de 60 libros de poetas italianos y catalanes. Entre muchos otros: Eugenio Montale, Sandro Penna, Umberto Saba, Dino Campana, Sergio Corazzini, Andrea Zanzotto, Giuseppe Ungaretti, Mario Luzi, Antonella Anedda, Gerardo Vacana, Joan Brossa, Josep-Ramon Bach, Joan Vinyoli, Antoni Clapés y Jesús Aumatell. Aparte de, quizá, más de 200 poetas publicados en plaquettes, revistas, periódicos, hojas de poesía e Internet. No lo digo por arrogancia, porque los números son solo una estadística y lo importante para mí sería no haberlo hecho, sino haberlo hecho bien. Pero la cantidad por lo menos explica la voluntad de tomarse en serio el propio empeño y esto sí puedo afirmarlo con absoluta rotundidad.
Nací en Buenos Aires, de familia italiana, y vivo en Barcelona desde hace más de 30 años. Como casi todos los argentinos, una buena mezcla. O, como mínimo, una mezcla. Desde la adolescencia amaba la poesía italiana, en especial Ungaretti, Montale y Pavese, que tanto han influido luego, particularmente Ungaretti y Montale, en mi poesía. Pero entonces en Argentina no era el único atraído la poesía italiana, es más, había una gran curiosidad por ella, y eran numerosísimos los poetas publicados por las grandes y pequeñas editoriales en libros bilingües, en traducción, casi siempre, de Horacio Armani y Rodolfo Alonso.

Grande fue mi sorpresa cuando, en el año 1981, llegué a Barcelona y vi el desinterés que había por la poesía italiana contemporánea. Se traducía mucha poesía, sí, pero del inglés, omnipresente, del francés y hasta del alemán. ¿Y la poesía italiana? ¿Quizá los grandes nombres: por ejemplo, Ungaretti, Campana, Montale, Quasimodo, Saba, Pavese o Pasolini? Tampoco, o casi. Campana: absolutamente desconocido. Ungaretti: algunas poesías en antologías, pero ningún libro. ¿Y Montale? Sí, ¡gracias Premio Nobel! Pero tampoco demasiado, los Huesos de jibia y alguna breve antología. Al mismo Premio Nobel podía agradecer Quasimodo su escasa difusión en los años ochenta. Y luego Cesare Pavese y Pier Paolo Pasolini. El primero con una antología ya agotada, por tanto, en realidad, ausente, y el segundo, un récord, con tres libros en el “mercado”. Y, por desgracia, digo bien “mercado”, porque había sido precisamente la muerte violenta y nunca del todo esclarecida del autor la que había hecho la fortuna de la divulgación de su obra, una fortuna con un total de apenas tres libros traducidos. Pero pagar esta notoriedad con la muerte me parece un precio demasiado alto. ¿Y Saba? No he dicho nada de Saba: Saba no existe. Recapitulando, ¿qué nos queda? De siete grandes nombres: Campana, Ungaretti, Montale, Saba, Quasimodo, Pavese y Pasolini, solo tres tienen algo que decir y, sin duda, por razones “no poéticas”: dos premios Nobel y un asesinato. Causas, por consiguiente, extraliterarias, que no dependen de la voluntad del autor y tampoco de la relevancia de su obra. Un panorama desolador, al menos para mí que no solo amaba la poesía italiana del siglo XX, fértil y vigorosa, sino que también había hecho de ella, de algún modo, la linfa de mi poesía.

 ¿Qué podía hacer un joven poeta extranjero, y no es coquetería, hablo de hace más de treinta años, recién llegado, que no era nadie y no conocía a nadie? La ambición era demasiado grande, superior, desde luego, a mis medios, pero decidí traducir la poesía italiana del siglo XX, por más que hasta aquel momento no había hecho ninguna traducción. Por suerte, con los años, se han sumado a este propósito, cada uno por su cuenta, muchos magníficos traductores. En aquella época, en cambio, solo parecían interesarse por la poesía italiana el poeta y traductor Antonio Colinas y algún otro.

Hoy la poesía italiana tiene el lugar que se merece. Esta podía ser mi modesta contribución al acercamiento entre culturas diversas. Era inconcebible que dos poesías tan próximas se dieran la espalda.
Pero ya en Barcelona, acaso ayudado por su proximidad, descubrí el Mediterráneo: la poesía catalana. Sabía, claro, de la existencia de la lengua catalana, pero pensaba que era una lengua doméstica, familiar. Ignoraba por completo la existencia de una poesía cuya excelencia, en el siglo XX, aunque también antes, era homologable a las grandes poesías occidentales. No es preciso que me extienda demasiado en este punto. Bastan algunos nombres, un poco al azar: Brossa, Vinyoli, Anglada, Martí i Pol, Abelló, Marçal, Espriu, Ferrater, Jaume, Leveroni, Bartra, Foix, Torres, Verdaguer, Maragall o Riba. Estos son los que me vienen ahora a la memoria, pero podrían ser muchos más.

El primero en cruzarse en mi camino fue Joan Brossa, hacia el año 1985, gracias a los dados del destino, tirados en este caso por el poeta italiano Adriano Spatola, de visita en Barcelona, que quería ver de nuevo, después de 20 años, a Brossa. Me pidió que contactara con él y así nos encontramos a la salida de su caótico, por usar un eufemismo, estudio de la calle Balmes, saltando del italiano al catalán y del catalán al castellano.
 Joan Brossa fue el primer poeta catalán al que traduje. Incitado por él. No me negarán, vanidad de vanidades, que esto es comenzar por lo más alto. Tuve el privilegio, alcanzable solo cuando no hay dinero de por medio, de que a continuación no me vi obligado a bajar el nivel. Traducir por gusto es una maravilla. Poder elegir con la máxima libertad a los poetas que te agradan o con los que tienes más afinidad tiene valor, pero no precio, como decía el maestro Machado. A partir de entonces he traducido a decenas de poetas catalanes, muertos y vivos, jóvenes y maduritos, como yo.

En estos meses he podido poner en marcha un proyecto largamente acariciado: un blog de traducciones de poesía catalana. De este modo, nació “Carrer Barcelona”, que demuestra que la poesía no tiene tan pocos lectores como se cree.  Considerando mi analfabetismo informático, esto no hubiera sido posible sin el auxilio de Jesús Aumatell y su editorial Emboscall.
 Las poesías catalana y castellana deberían fluir libremente en ambos sentidos. Dos lenguas que conviven a diario no pueden desdeñarse. Hay que impedir que las cuestiones políticas, políticas en el peor sentido de la palabra, suponiendo que en la actualidad tenga algún sentido positivo, nos nublen la visión.

Termino. Sin ánimo de entrar en polémica, deseo expresar, una vez más, mi perplejidad ante el hecho de que, en Cataluña, se organicen lecturas de poesía deliberadamente solo en castellano o solo en catalán. En mi opinión, la indiferencia no conduce más que al empobrecimiento mutuo.
Muchas gracias.

 

 

Crónica de la entrega
El pasado día 25 de noviembre tuvo lugar la entrega del  VI Premio  Giménez-Frontín al poeta, ensayista traductor y hombre de letras en sentido amplísimo  Carlos Vitale. Nacido en Buenos Aires en 1953 y residente en Barcelona desde 1981  donde completó sus estudios de Filología Hispánica. Desde sus comienzos como escritor  siempre se preocupó de ser un puente entre culturas y entre escrituras desde el italiano de su origen familiar al  castellano y el catalán de adopción.

Tras la entrega del galardón consistente en una pequeña escultura hecha por el artista Antonio Beneyto por parte de la viuda de Giménez-Frontín, Pilar Brea, el también poeta Carles Duarte  presidente del CONCA pasó a glosar la figura del premiado.

Duarte comenzó su disertación recordando a Giménez-Frontín, explicó que su poemario Albada de vespre parte precisamente de un poema que le dedicó a José  Luis al que admiraba como escritor. Para Duarte,  Carlos Vitale tiene en su obra y en su trabajo literario una mirada filológica y una conciencia histórica del lenguaje que le hace concebir su obra como poeta y su trabajo como traductor como un eslabón más en la cadena de la cultura y de la historia. Hombre de infinitas lecturas, humanista que asume una perspectiva densa sobre nosotros como sujetos de un determinado tiempo,  Vitale es un puente que tiene varias columnas firmes y robustas, italiano de origen, argentino de nacimiento, catalán de adopción.

Carlos Vitale es también un escritor reflexivo que ha sabido integrar en su poesía lo mejor de sus tres tradiciones. Como traductor ha traducido a la gran mayoría de los poetas catalanes:  Vinyoli, Abelló, Marçal, Jaume, Brossa y tantos otros que sería demasiado prolijo detallar. Y también ha vertido al castellano los grandes poetas italianos: Montale, Saba, Ungaretti, Quasimodo. Traducir es un acto de amor, según Duarte, y Vitale lo demuestra en cada uno de sus trabajos  ejecutados con gran delicadeza y pulcritud.

Por su parte Carlos Vitale leyó un escrito en el que agradeció el premio que la Junta de la ACEC le concedió por unanimidad. También agradeció la presencia de los asistentes al acto de entrega. Comenzó su parlamento recordando la figura de Giménez-Frontín fundador de la ACEC y como él mismo también poeta, ensayista, novelista. Para Vitale un premio de esta naturaleza comporta un enorme compromiso y responsabilidad. Habla de su labor como traductor manifestando que ha traducido a más de sesenta poetas italianos y otros tantos catalanes y ha publicado a sus expensas plaquettes en las que ha divulgado estas traducciones cuando no han sido encargos editoriales. Recuerda que a su llegada a Barcelona le sorprendió el desinterés que había en los círculos poéticos de la poesía italiana del siglo XX por lo que decidió traducirla y darla a conocer.  Después se sumergió en la poesía catalana y tuvo el “atrevimiento” de traducir en 1985 a Joan Brossa y desde entonces es un divulgador de los poetas catalanes en distintos medios y sobre todo en internet a través de su blog Carrer Barcelona.
Ma. Cinta Montagut



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