Jueves, 21 de noviembre de  2024



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Mujeres de miedo.
acec20/1/2023



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Cuando piensan en terror, muchos observan en sus mentes imágenes de monstruos homicidas y fantasmas que atrapan en su bucle de horror eterno a los nuevos incautos que entran en su radio de acción. Sin embargo, la sombra de su imaginario es tan larga que nos toca incluso en las horas en que el sol está en lo alto —o la luz es ausente— y estas desaparecen, hora en que los espíritus pueden caminar entre nosotros sin ser advertidos.


Ya lo dijo Sigmund Freud —padre del psicoanálisis— en su ensayo sobre lo siniestro, al apuntar que tal efecto se produce cuando el sujeto se siente desubicado, en el momento en que aquello que debería ser familiar y seguro nos causa el sentimiento contrario. Anteriormente a Freud, el filósofo idealista y romántico alemán Friedrich Schelling definió el término, refiriéndose a aquello siniestro como lo que está oculto y no ha de salir a la luz, lo que no ha de ser conocido y, sin embargo, nos es revelado.


¿Terror u Horror? Diversos estudios, del género y la estética que tratamos en este artículo deciden separar estos conceptos: el primero atañería a una impresión física que puede ser explicada de forma racional, un animal enloquecido —como en Cujo, de Stephen King— o unos psicópatas enajenados y violentos —véase por ejemplo Las colinas tienen ojos. Con el segundo, por el contrario, entraríamos en el terreno paranormal, donde son las emociones las que nos invaden y producen la sensación de espanto.


Fue H. P. Lovecraft quien rompió con el horror tradicional de monstruos demoníacos y fantasmas al crear el llamado Horror Cósmico, pues aseguraba que el miedo a lo desconocido era parte de la especie humana, esencial e intrínseco a nuestra manera de concebir el mundo, y sus creaciones, pese a ser de origen externo —de otra dimensión, galaxia o retornados de la muerte por medios científicos—, tienen una explicación racional dentro de la historia.


Habréis observado que, hasta ahora, todos los nombres son masculinos pues, durante largo tiempo, las voces de mujer no le parecían relevantes a la crítica literaria y los personajes femeninos dentro del género debían ser víctimas o resortes justificados, un cordero con piel de lobo que acometía vilezas a causa del horror vivido o la debilidad mental.


Pese a ello, la influencia de esas escritoras en las sombras siempre ha sido patente. Desde Mary y su Frankenstein, pasando por Los pájaros de Daphne y por la dama de Hill House, no podemos concebir el horror sin que ellas susurren las líneas de cada diálogo y descripción.


A partir de la época victoriana, las escritoras de terror han roto con los estereotipos y se han posicionado como maestras a la hora de provocarnos pánico y revulsión, adentrándose en experiencias vitales y hablándonos de violencia, represión y condiciones propias de la feminidad. Y, cuando viajamos en el tiempo, nos encontramos con que no es necesaria la justificación para que la imagen del ángel del hogar sea desmembrada y apedazada en un ser de rostro múltiple —como Hécate, guardiana de los portales y del inframundo—, que la locura no es precisa para la crueldad y que una madre puede ser la pesadilla que te busca desde las sombras, porque la asfixia social y el terror físico que vive una mujer pueden traducirse en lo más aterrador y escalofriante que quepa leer.


Por suerte, vivimos en una época de efervescencia en la que muchas voces son recuperadas y otras ensalzadas, en la que el mercado editorial se ha puesto las pilas para horrorizarnos a través de lo más íntimo y crudo, retratando desde el terror más truculento al horror y lo insólito. Entrando en el ámbito de la extrañeza, donde lo cotidiano es lo que debes temer, mediante autoras de todas las esferas y procedencias, disfrutamos de un boom de voces latinoamericanas y españolas que rompen patrones y resuenan en el imaginario colectivo creado por las grandes madres del género.


Hoy en día cabalgamos sin disimulos desde La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik a El señor de las muñecas de Joyce Carol Oates, de Un susurro en la oscuridad de Louisa May Alcott a El Huésped de Amparo Dávila, de La estatua de mármol de Edith Nesbit a Mandíbula de Mónica Ojeda, de La resucitada de Emilia Pardo Bazán a La cámara sangrienta de Angela Carter…


Pero como no podemos adentrarnos en todas ellas y, a fin de cuentas, me toca hacer una breve selección para abriros boca y adecuar vuestro paladar a aquello que está por llegar a vuestras papilas mentales, afilad cuchillos y rechinad los dientes, que iniciamos recorrido con cinco autoras básicas para vuestras librerías en las que el terror y el feminismo se dan la mano, como una bestia que se alimenta del dolor de su época, creando con este a la heroína del futuro.


El horror que quiebra el límite

Hija de un filósofo político y de la escritora del libro fundacional del feminismo, no es de extrañar que Mary Wollstonecraft Shelley rompiera con los estereotipos de su época y nos regalara obras que hablan de los límites de la moral, la ética y la ciencia humanas.


Mente gestadora de la criatura del Dr. Frankenstein, también es una de las voces más potentes de la literatura gótica —de la que surge el género de terror propiamente dicho; hemos de tener en cuenta que dos de las criaturas más emblemáticas del género nacieron al mismo tiempo y en el mismo lugar: durante el frío verano de 1816 en la Villa Diodati, tras la erupción del monte Tambura, fue cuando vieron la luz el monstruo de Frankenstein y el vampiro de Polidori— y, según los expertos, precursora de la ciencia ficción.


He de confesar que Frankenstein o El moderno Prometeo es una de mis novelas preferidas —y de las primeras obras largas que leí de niña—, por lo que no puedo ser imparcial al respecto y, a cualquiera que pregunte, siempre le diré que si no lo ha leído ya está tardando. Si bien es cierto que esta es su obra más conocida —y versionada—, la autora cuenta con otras muchas obras que han despertado interés, tanto en el campo del estudio literario como por parte de los lectores. Dos de ellas son El mortal inmortal, que nos recuerda los temas y atmosfera de Frankenstein, y El último hombre, novela apocalíptica que vería la luz en 1826.


Las historias de Mary Shelley son reivindicativas, subversivas y políticamente radicales. Mary abogaba por la cooperación y la compasión como formas para reformar la sociedad, y en sus obras trabaja las emociones y la psique de sus personajes para que el lector entre de lleno en las problemáticas de sus criaturas, ya fueran seres humanos o no.


La autora no solo nos confronta con nuestro antropocentrismo y necesidad de romper y manejar las leyes naturales —y divinas—, sino que también propone personajes femeninos fuertes y con carácter, resolutivos, y personajes masculinos vulnerables ante sus propios deseos y miedos, así como ante aquello que escapaba a su comprensión, cuestionando los roles de la época.


Durante el siglo XIX, Mary Shelley no fue la única fascinada por lo sombrío y, de estas pioneras, surgió una corriente victoriana llamada “Feminismo Gótico” donde elementos como el monólogo interior, las heroínas femeninas y las innovaciones científicas eran las claves que rompían con el realismo para internarse en una fantasía oscura, camino de la ciencia ficción.


“Me vengaré de mis sufrimientos; si no puedo inspirar amor, desencadenaré el miedo”.


Lo pavoroso intuido

Conocí a Daphne du Maurier a través de Alfred Hitchcock. Como muchos amantes del género, las películas del director, productor y guionista británico me fascinaban, en concreto Rebeca y Los pájaros. Cuál fue mi sorpresa al descubrir —tras leer sobre cómo Hitchcock torturaba a sus actrices para lograr respuestas emocionales— que ambas historias eran de una escritora que, además, contaba con muchas otras obras que cabalgan entre lo extraño y el horror más espeluznante.


Por supuesto, en cuanto me enteré, busqué ambas obras y me embelesaron, pues lograban la tensión, la atmósfera agobiante, el misterio y el terror físico que podemos ver en la pantalla, añadiéndole la calidad narrativa de Du Maurier, capaz de hacerte sentir el peso de un fantasma y toda una casa solo con un nombre.


Existen dos relatos clave que debéis leer para iniciaros en su universo: Los pájaros —ya mencionado, pero que, excepto por las aves, poco tiene que ver con la versión de Hitchcock—, historia que nos hace sufrir claustrofobia y verdadero terror sensorial, y El manzano, que se encamina hacia el horror paranormal y psicológico. En el caso de Rebeca, la novela condensa las cualidades de las dos historias cortas mencionadas, entrelazándolas con un amor imposible, una casa encantada —inspirada en Menabilly House, en Fowey, casa en la que vivió la autora con su familia durante una larga temporada— y una protagonista femenina que deberá evolucionar para vencer las frías manos del pasado, que la van ahogando poco a poco. Tiene otras obras igualmente interesantes, como los relatos No mires ahora o Las lentes azules, pero para iniciarse y abrir el apetito, dejaos seducir por Manderley.


Daphne genera inquietud a través de historias basadas en las problemáticas diarias. A veces ha sido catalogada como autora romántica pero, más allá de esta etiqueta, sus tramas sorprenden al lector con quiebros e intuiciones, con resoluciones que causan ruptura del statu quo y generan una continua sensación de desasosiego.


Un paseo nocturno o un nuevo hogar pueden dar pie a situaciones inverosímiles en que personajes siniestros nos guíen a través de nuestras aprensiones y anhelos más íntimos. Porque si algo caracteriza a los personajes de la autora es la obsesión, ya sea por un muñeco sexual masculino o por el árbol preferido de su mujer fallecida; sus pensamientos, recuerdos y emociones les pueden llevar a cometer actos inenarrables y a perder del todo la cabeza. En sus historias nos sentimos atrapados entre la curiosidad y una tormenta de emociones intensas de la que no podemos escapar.


“No contribuye a la cordura, vivir con el demonio”.


El miedo en lo cotidiano

Si hemos de hablar de autoras que han sido infravaloradas, tanto en vida —por sus maridos y familiares—, como tras su deceso —ausentes hasta hace relativamente poco—, hay que ensalzar a Shirley Jackson.


Autora de novela y relato de terror, la popularidad la alcanzó tras escandalizar a sus lectores con La lotería, cuento que nos muestra una perversa tradición oculta de un pueblo de la Norteamérica profunda. Si la autora tiene un don, este es el de incomodar, mostrando realidades que quieren ser enmascaradas por la sociedad, por lo que el relato fue tomado por cierto y la autora tuvo que enfrentarse a un alud de cartas y acusaciones al respecto.


Uno de mis fetiches son los espacios y las casas, de ahí que Shirley Jackson se convirtiera para mí en una autora de referencia cuando empecé a internarme en sus paisajes narrativos; atmosferas donde lo doméstico, desde el menaje de cocina al follaje del jardín o las dimensiones de un dormitorio, pueden denotar maldad, una premonición de catástrofe en lo cotidiano.


Para la autora, los objetos y los espacios son personajes sintientes y capaces de motivar el avance de la historia, creando universos de terror entre cuatro paredes que, tras su aparente normalidad, esconden un aliento ponzoñoso, una energía que atrae a las protagonistas de sus historias hacia la perdición o el desenlace que nos quiebra por dentro.


Sus protagonistas son mujeres que buscan la pertenencia y la aceptación —o que rompen totalmente con la sociedad—, algo que en vida la autora también anheló. Y es que Shirley saca a la luz las verdades incómodas, sirviéndose de las convenciones y roles sociales, de la idea edulcorada de la familia y del hogar perfecto; y cuidado con ella, porque los dulces no son siempre lo que parecen en sus historias, como tampoco lo son las personas y sus palabras.


Su extensa y brillante bibliografía la convierte en una de las grandes escritoras del género del siglo XX, con novelas como La maldición de Hill House y Siempre hemos vivido en el castillo, y relatos como, el ya mencionado, La lotería y el ingenioso y truculento cuento de La bruja. Todas ellas historias que han inspirado a autores como Stephen King y Neil Gaiman, entre otros, y han sido adaptadas en distintos formatos. Recientemente ha llegado a las librerías su novela Hangsaman (Minúscula), que ya me espera en la mesita de noche entre cantos de sirena.


Si buscáis una autora capaz de adaptar el terror gótico al siglo XX a través de familias malditas y mansiones embrujadas, de haceros sentir claustrofobia en la comodidad de vuestros hogares y mirar de reojo a cada vecino, esa es Shirley Jackson.


“Ningún organismo vivo puede mantenerse cuerdo durante mucho tiempo en unas condiciones de realidad absoluta”.


La pasión por lo terrible


Pilar Pedraza es la gran dama oscura moderna del género en España. Autora de novela, relato y ensayo, compagina la investigación y la escritura con la docencia universitaria, al tiempo que iza la bandera del feminismo sin pelos en la lengua. Inquietante y siniestra, siempre cruzando el límite de lo fantástico, Pedraza nos seduce y nos arroja a un pozo de enajenación, donde lo sobrenatural es real, los muertos caminan y hemos de temer, no solo aquello que se oculta a simple vista, sino el hechizo que puede poseernos con un objeto cotidiano.


Fascinada por el realismo y naturalismo francés y ruso del siglo XIX, también se considera influida por las vanguardias culturales de los años veinte y especialmente por Sidonie-Gabrielle Colette, pionera del erotismo desde un punto de vista femenino.


Sus personajes buscan la libertad personal, contradiciendo la moral puritana, y no temen dejarse llevar por el libertinaje sadiano. Como dice la autora: “Son figuras radiantes, pertenecientes a lo que podríamos llamar luciferismo, como forma de seguir la luz de la autenticidad”.


Para iniciaros en su lectura existen muchos caminos posibles, pero la novela corta Pánikas —que nos atrapa entre alucinaciones y sueños lúcidos, un terror vívido entre la depresión y el éxtasis— es una buena opción, como también lo son los relatos incluidos en Arcano 13. Cuentos crueles —cuyo tema principal es la muerte, arcano mayor número 13 del Tarot; una serie de cuentos góticos y barrocos cargados de humor negro y fantasía macabra. Así como su última obra publicada: Nocturnas. Historias vampíricas —una colección de relatos fantásticos de raíz clásica e intención moderna.


Al margen de las modas y mostrando su predilección por temas como la misoginia, el mito de la belleza, la locura y la muerte, el erotismo y el placer sadomasoquista, su relación con el arte y, por supuesto, el cine, su obra mantiene una continuidad que la convierte en una unidad en sí misma.


“El relato, como hijo del mito, ha sido siempre imprescindible en todas las culturas”.


El monstruo oculto en lo humano

Y el oleaje nos arrastra hacia el terror contemporáneo, en cierta medida alejado del gótico más clásico, donde destaca la autora argentina Mariana Enríquez.


Mariana es periodista cultural y, cuando avanzamos en su lectura, descubrimos hasta qué punto se nutre de la historia de Argentina, del vaivén de la humanidad, de la cultura y del arte, de personajes como Silvina Ocampo y aquellos que la rondaron —el escritor Adolfo Bioy Casares y su gran amigo Jorge Luis Borges, por ejemplo-.


En su obra encontramos referencias históricas, literatura, música y arte, dando forma al universo por el que se mueven los personajes e invitándonos a transitarlo con ellos, a buscar esas referencias y a empaparnos de su mundo. Y es que la música es tan importante en la obra de Enríquez que no solo podemos encontrarla en sus relatos —como en aquel en que dos jóvenes deciden exhumar y devorar los restos de su cantante predilecto—, sino que es protagonista en su novela corta Este es el mar.


Leer a Mariana Enríquez es entrar en la crónica de un mundo oculto, de una realidad ignorada frente a nuestras narices. Apagones, militancia, dictadura, pobreza, esclavitud, VIH, arte, música, drogas, ocultismo, poesía… Sus personajes están vivos y recorren las calles dando aliento y reviviendo estampas pasadas, como en Ese verano a oscuras.


Su obra toma como asidero lo real y lo que se vive en el día a día para hablar de demonios internos y también externos, del horror patriarcal, siempre con una mirada puesta en el género, donde el terror adquiere dimensiones sociales y se instaura en lo cotidiano. Bajo la inspiración de Shirley Jackson, podemos observar cómo, por ejemplo, el relato de La casa de Adela —historia que también forma parte de su novela Nuestra parte de la noche— bebe de El Reloj de sol, La maldición de Hill House y Siempre hemos vivido en el castillo.


Desde fantasmas, sacrificios y casas encantadas, a dioses lovecraftianos y realidades mordientes que son demasiado reconocibles, Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego —para mí, la mejor obra de la autora y, si debéis empezar por una, esta es mi recomendación— son dos libros imprescindibles para quien quiera adentrarse en el universo de la autora.


Y, con Nuestra parte de la noche, Mariana afila sus tabúes y fetiches, recuperando personajes e imágenes de sus mejores relatos. Repleta de simbolismos, nos habla de los cuentos populares y los mitos que persiguen a los hombres. La oscuridad se cierne sobre sus frases, del mismo modo que una ironía afilada y sin ánimo de ser observada nos estalla en la cara.


“La gente triste no tiene piedad”.

Por supuesto, nuestra travesía por los océanos oscuros del horror no finaliza aquí, podríamos seguir y seguir, hablar de mujeres pasadas, presentes y futuras, de sus miedos y del terror que pueden infligirnos, de todas esas verdades que brillan demasiado como para sacarlas a la luz y por ello hay que disfrazarlas de monstruos y perderlas en los pasillos intricados de una casa encantada. Sin embargo, deseo que este breve paseo os sirva para encender la llama que alumbre nuevos nombres y títulos, alimentando así vuestras pesadillas.






   
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