El Quincenal ha conversado con Ana Becciu, ganadora del XI Premio de Traducción Ángel Crespo, sobre el trabajo de traducción de la obra galardonada, el escaso reconocimiento de los traductores en España y la importancia de este premio.
¿Qué puede explicarnos de Lecciones de tinieblas?
Es un libro “eminente”, como dijo Magris, bellísimo, que produce en el
lector una suerte de extrañeza frente a sí mismo, y que tal vez por eso
conmueve sin que atinemos a saber muy bien por qué. Son relatos
autónomos, pero que están relacionados entre sí por temas y personajes
imaginarios y a veces históricos. Están contados en primera persona,
pero la voz cambia, unas veces es masculina, otras femenina. Hablan de
artistas asomados a la noche oscura de sus almas. Runfola habla de la
vida y de la muerte, de las emociones que se rebelan ante lo
ineluctable del destino, describe paisajes de la naturaleza como quien
describe paisajes del alma. Su prosa es sensual y a la vez elevada. Una
música que resuena en todo el libro, la de los oratorios evocados en el
título: las lecciones de tinieblas de Charpentier, o las de Couperin
para el Miércoles Santo.
Uno de
los factores más sugerentes de la obra es que su autora, Patrizia
Runfola, fue una mujer muy destacada en el mundo de la cultura. ¿Qué
lectura realiza de su perfil?
Patricia Runfola participó activamente en el mundo del arte en Italia y
Francia. Enseñaba en la Academia de Bellas Artes de Brera y fue una
gran conocedora de las vanguardias artísticas del siglo XX. Como
refiere quien fue su esposo, Gérard-George Lemaire, en el posfacio a Lecciones de Tinieblas, la pasión de Runfola por Praga y sus artistas fue fundamental. Le consagró un primer trabajo, un ensayo espléndido, Praga en tiempos de Kafka,
que Bruguera publicó hace unos tres años y cuya traducción también
cometí. Fue sin duda una personalidad intelectual de primer orden, de
excepcional sensibilidad. Desgraciadamente murió demasiado joven. No
alcanzó a ver publicados ni las Lecciones ni el Palacio. Los tres libros que dejó, los dos mencionados más un tercero, El palacio de la melancolía,
dan cuenta de su enorme talento. Cuando conocí a Gérard-George Lemaire
en París, me habló de ella y me dio a leer sus libros, y me confió su
vital interés porque la obra de Patrizia Runfola se conociera más allá
de sus fronteras. Amé esos libros en cuanto los leí y me propuse
traducirlos al español. La traducción, ya se sabe, es una forma de
enriquecer nuestra propia cultura.
También suele resultar difícil que una editorial decida apostar por un proyecto tan concreto como éste. ¿Cómo fue en su caso?
Sí, es verdad. En este caso, mi entusiasmo me condujo a hablarle y
contarle los libros a Ana María Moix, quien en esos momentos asumía la
dirección de de una Bruguera que había sido mítica para nuestra
generación. Ana María no dudó ni un segundo, la personalidad de Runfola
la maravilló tanto o más que a mí y se propuso poner su obra al alcance
de los lectores en español. Es uno de los misterios de la edición,
cuando los libros se encuentran con su editor.
¿Cuál ha sido la máxima dificultad de la traducción?
Conseguir trasponer al español la atmósfera y la música que hacen a la
belleza de este libro. Que el lector en español sintiera la misma
emoción que yo sentía cuando lo leía en el original.
En
ocasiones ha comentado que en Argentina la labor del traductor siempre
se destacaba en los medios y era objeto de crítica. ¿Sigue siendo así?
Me parece que ya no. Hace poco estuve en Buenos Aires y comprobé que,
si bien en las reseñas figura el nombre del traductor, el reseñador
nunca se refiere a la traducción de la obra que reseña, ni para bien ni
para mal. Es extraño, como si se olvidaran que las traducciones también
son parte de la literatura.
La
profesión del traductor, sin embargo, en nuestro país pasa totalmente
desapercibida y su trabajo está poco reconocido social y
económicamente. ¿Por qué cree que pasa esto? ¿Por qué estas diferencias
con otros países?
Pero hemos
mejorado mucho. Antes ni siquiera se mencionaba al traductor. El
reconocimiento social en España es mucho mayor de lo que era hace
treinta años. Prueba de ello es que existen premios importantes a la
traducción de obras literarias, como es éste, el Ángel Crespo, y el
Premio Nacional. Económicamente ya es otro tema. A veces pienso que es
porque el traductor ama su trabajo y, aunque viva de ello y apenas
llegue a fin de mes con lo que le pagan, buscará hacerlo muy bien. Y
las editoriales lo saben; a lo mejor piensan que los traductores, como
los poetas, vivimos del aire, y que los dioses nos proveerán. Esto, en
el ámbito de nuestra lengua, es muy sorprendente, puesto que el 80% de
los libros que se publican son traducciones. En otros países de Europa,
como en Francia, por ejemplo, donde también se traduce mucho, las
tarifas son más altas, y mayor el reconocimiento de la importancia que
tiene la traducción para la lectura de obras literarias.
¿Cuál cree que es la manera para corregir esta situación?
Un paso importante sería que a la hora de reseñar un libro, los
críticos hablen de la traducción, digan al lector lo que les ha
parecido esa versión al español de la obra que están reseñando. Los
editores comprenderán entonces que la venta de un libro depende de su
traducción, porque es eso lo que están vendiendo, y que no porque se
ahorren dinero en traducción habrán de ganar más con el producto-libro
que comercializan, sino todo lo contrario.
El
premio Ángel Crespo, para una pesona dedicada a la poesía y a la
traducción como usted, se percibe como un reconocimiento a su trabajo…
La poesía y la traducción son mis dos únicos oficios, y ambos obedecen
a una misma pasión, que me gobierna: el lenguaje. Desde muy joven, en
la Argentina, yo me fijaba mucho en el traductor o la traductora del
libro que estaba leyendo. El traductor era alguien cuya labor era
siempre destacada y objeto de la crítica en todos los medios. Recibir
hoy este premio, que lleva el nombre de uno de los grandes traductores
literarios en nuestra lengua y cuya labor he admirado siempre (recuerdo
cuando compraba un libro sin conocer a su autor o de qué se trataba,
sólo porque figuraba “traducido por Ángel Crespo”, y la dicha frente al
descubrimiento), significa un honor, y a la vez una responsabilidad: a
partir de ahora deberé merecerlo siempre, pero será una muy grata
responsabilidad.