Domingo, 22 de diciembre de  2024



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Desde Leópolis (Ucrania) ‘Informe de una ciudad sitiada’’
acec4/3/2022



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No soy exactamente un corresponsal de guerra que, con las ojeras de una prolongada duermevela y una forzada serenidad, sirve su crónica salteada por un bombardeo naranja a través de un vídeo improvisado en la habitación de un hotel internacional sin nombre en una ciudad de difícil pronunciación con un imposible papel de fondo que decora una pared de dudoso diseño, pero me declaro en guerra contra los tiranos y contra la falta de entendimiento. No quiero ser neutral, me apunto a la resistencia contra los dos y me armo contra el fracaso diplomático, o sea, contra la falta de entendimiento cultural y contra Putin y la trágica situación en la que ha colocado a Ucrania, a Rusia y al mundo, nuestro pequeño mundo. Y me armo, además, contra la falta de acuerdo diplomático, porque, en esta guerra, estamos también ante un histórico, desorbitado y grave despecho cultural; ante dos modos de entender el mundo que han llegado a enfrentarse de forma irreconciliable, por ahora. Todo empezó porque el ministro de Exteriores ruso llamó repetidas veces a Europa «histérica». ¿No parece algo más que sospechoso? ¿No tenía mejores razones? Eso ha encendido a la vieja Europa, que ha reaccionado como se merece semejante falta de diplomacia. Si el ministro de Exteriores es así, ¡cómo será el de Interiores!


Desde Leópolis, Zbignew Herbert

Pero al escuchar estos días el nombre de la ciudad de Leópolis, también llamada Lemberg, en la Galitzia, por los austrohúngaros; Lwów, por los polacos; Lvov, por los soviéticos, y ahora Lviv, ya dentro de Ucrania, a unos setenta kilómetros de Polonia, me he acordado del extraordinario poeta y ensayista Zbigniew Herbert, que nació precisamente en Lviv el 29 octubre 1924. Tiene esta ciudad el poder seductor de la frontera, el interés de lo que está al borde, al límite, el encanto de ser el codiciado deseo de ambos lados, en este caso de Ucrania y de Polonia, de Europa y de la Federación de Rusia. Le pasa algo parecido a lo que le ocurrió a Trieste, ciudad fronteriza también, disputada a veces y deseada siempre por Italia y por el Imperio austrohúngaro. Claudio Magris, en El Danubio, defiende una teoría que conviene recordar ahora, aunque suenen las sirenas y caigan misiles de punta, pues se trata de una idea refugio. Magris recupera la idea de Mitteleuropa y sostiene que ese constructo cultural se ha elaborado por la combinación de dos fuerzas: la germánica y la hebraica. Y aquí echo yo mi cuarto de espadas a favor de la rama sefardita de ese edificio. Algo habrá puesto Canetti, por ejemplo, en la construcción de esa Mitteleuropa; o los Ephrusi, sefarditas que se expandieron desde Odesa por toda Europa. El río Danubio es para Magris el hilo que cose, que une esa construcción. Modestamente, lo mismo le pasa al Ebro, que atraviesa siete distintas comunidades autónomas, regiones, naciones, reinos, municipios y huertas, pero al Ebro le falta un Magris que lo escriba. El Ebro no tiene quien le escriba, pero es un buen ejemplo, a escala local, de las tesis que Magris plantea en términos internacionales para la Europa Central. Cada guerra, sin embargo, adopta la forma del país que la contiene. A Magris, en El Danubio, le empuja la idea tal vez utópica de superar las fronteras históricas, no para imponer ningún régimen autoritario, sino para integrar el melting pot que forma no solo la Mitteleuropa, sino toda Europa, la gran Europa, en la que la Federación de Rusia debería sentirse convocada. Magris considera la frontera como una raya, como una línea que hay traspasar para acabar encontrando lo que hay más allá, conocido o por conocer. Para Magris, este es el método con el que se construye una identidad. No trazar una raya insalvable ni levantar un muro, sino borrarla y derribarlo.


Que alguien le regale a Putin El Danubio de Claudio Magris o que su sluga se lo lea por la noche antes de acostarse, por favor. No piensen en que muera accidentalmente o se caiga por las escaleras deslizantes del Kremlin o resbale con una cáscara de plátano; insisto: que alguien le regale urgentemente El Danubio y que navegue algún tomo de El Don apacible, por ejemplo.


Como telespectadores que sois, esforzados lectores, habréis observado que Putin, con su paso marcial, parece zurdo, pero firma los tratados y las órdenes de guerra con la derecha. Eso no nos conviene, pero es más significativo de lo que parece y puede tener efectos irreparables para los europeos. Es lo mismo que si pensara con la izquierda, pero actuara con la derecha. O como si reaccionara con el lóbulo temporal izquierdo, pero gobernara con el derecho, lo que lleva a preguntarnos si tiene en cuenta la historia o se la pasa por el lado del olvido. La conclusión a la que uno llega, estos días en vilo y en armas, es que efectivamente la historia, como las fronteras, se las pasa por debajo de la pelvis y como consecuencia está haciendo que el mundo retroceda en el tiempo, no al momento Románov, con aquellas zarinas rubias, abandonas en un sofá, sino directamente a la Conferencia de Yalta y Potsdam. ¡Qué retrogusto! Los rusos tienen buenos palacios, amplios salones inmaculados, con pomposos cortinajes de mucha caída como para tener una monarquía como dios manda, pero se conforman con usarlos para intentar humillar a Macron sentándolo a una mesa grande, como si Macron no tuviera Le Grand y le Petit Trianon. ¡Qué falta de tacto!


Una estampa leopolitana

Probablemente Lviv, la antigua Leópolis, sea todavía una buena imagen y símbolo de aquello que se llamó Mitteleuropa,1 o Europa Central, un concepto geopolítico y cultural, creado y usado con fines diversos y, a veces, también perversos. Su centro urbano ha merecido, compitiendo incluso con Viena, el título de Patrimonio de la Humanidad. Viena desde luego ha producido un pensamiento y una literatura paneuropea que hoy, hasta donde yo conozco, todavía sostiene con desenvoltura un narrador y traductor contemporáneo: Adan Kovacsics, autor de dos geniales colecciones de relatos, El vuelo de Europa (2016) y Las leyes de la extranjería (2019),2 que son todo un manifiesto a favor de la alta literatura europea. En sus obras, Kovacsics habla con la recámara cargada de todos los maestros de la literatura y del pensamiento que han conformado la idea de Europa como cultura, al margen de sus diferencias políticas y prácticas. La reflexión, la ironía, el humor hasta el sarcasmo, la lección de esos grandes autores de la literatura en cada frase, en cada situación, en cada personaje, en cada aforismo, en una sintaxis larga, derramada, sin olvidar a los creadores latinoamericanos, que están también en su formación literaria.


Segunda crónica de Zbignew Herbert

Recuerdo que me acerqué a Zbigniew Herbert al leer Naturaleza muerta con brida.3 Mientras yo escribía El mono gastronómico,4 y tratando de abordar el denostado género del bodegón, me detuve en estos ensayos, en uno en concreto, «Naturaleza muerta con brida», que da título al conjunto y en el que Herbert analiza un cuadro de Torrentius. En manos de Herbert, el ensayo se convertía en una intrigante y apasionada investigación del género policíaco, en una indagación no ya del cuerpo del delito ni del móvil del crimen, sino en el descubrimiento del sentido que tiene, por ejemplo, un simple bodegón  o el significado de comprar pintura en los Países Bajos en el siglo XVII y XVII.


Pero si este ensayo resulta un elevado ejemplo de écfrasis, el estudio que emprende en «Tulipanes de amargo aroma» rompe los moldes del ensayo y la misma écfrasis como género clásico con el que abordar la interpretación de un cuadro. Analiza aquí la fiebre de los tulipanes, una verdadera psicosis colectiva que se propagó en Holanda hacia finales del XVI y principios del XVII, fenómeno que Herbert compara al crack de 1929 o a la fiebre del oro. Trataba yo de combatir en mi Mono gastronómico la insulsa y superflua manía de rematar los platos de la vanguardia gastronómica —¡Retroguardia mal cocinada!— con unas florecillas de colores sobre jarrete deconstruido o timbal de ciervo de los Alpes suizos madurado doce años, cuando me tropecé con este ensayo. La guerra económica de los tulipanes en Holanda ha sido largamente estudiada, pero Zbignew Herbert le pone su guinda particular al decir que a lo largo de los veinte primeros años del XVII, llevados por esa misma moda del tulipán, los gastrónomos intentaron convertir los tulipanes en «un manjar para mesas refinadas: en Alemania se comen confitados, y en Inglaterra con especias, aceite y vinagre». Sin embargo, remata Herbert, «el tulipán se mantuvo como era: poesía de la naturaleza, a la que el utilitarismo vulgar le es ajeno».


No vamos a repetir la historia de la ciudad de Leópolis, pero sí recordar que Zbignew Herbert, cuando su ciudad es ocupada en 1941 por el ejército nazi, decide incorporarse al Ejército Nacional y pasar a la clandestinidad. En 1944, la familia Herbert decide abandonar la Lemberg austrohúngara, que en unos meses sería reconquistada por los soviéticos y renombrada como Lvov, y se instala en Cracovia, donde comenzará a publicar y se mantendrá con trabajos ínfimos, incluso vendiendo su propia sangre para subsistir. Milita, además, en la disidencia política contra el régimen comunista, que trata de obstaculizar, si no impedir su éxito literario. La caída del comunismo hace que, en 1991, decida regresar a Polonia, donde se establecerá «manteniendo una actitud políticamente muy crítica y beligerante». Ese mismo año, Herbert, en una visita al Museo del Prado, se desvaneció ante los cuadros de Velázquez, lo que para Xaverio Ballester, el traductor al castellano de su Poesía completa, refleja una persona que jamás abjuró «de la verdad de la moral ni de la belleza del arte», pues «vivía erguido entre los que estaban de rodillas para dar testimonio de verdad artística y belleza moral frente a la sinrazón, la brutalidad o la barbarie».5 Herbert pertenece, por similares experiencias y cronología, al grupo que se ha llamado los «cuatro poetas del Apocalipsis» junto a Czesław Miłosz, Tadeusz Różewicz y Wisława Szymborska.


Informe de la Ciudad sitiada

Conviene recordar aquí, en medio de esta guerra inclemente contra Ucrania, las palabras de Churchill en 1946 al hablar de la iron curtain que se levantó tras la Segunda Guerra Mundial:


«Desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático, sobre el continente ha caído un telón de acero. Al otro lado de esta línea están todas las capitales de los antiguos estados de la Europa Central y del Este: Varsovia, Berlín, Praga, Viena, Budapest, Belgrado, Bucarest y Sofia, todas […] están bajo lo que se llama la esfera soviética, sometidas no solo a la influencia soviética, sino de forma creciente al control de Moscú».6


Leópolis o Lviv también quedó detrás de ese telón de acero, agazapada en la rigurosa belleza de su propio pasado. Pero al cabo de los años, estando en París, en 1984, Zbignew Herbert publicó Informe de la ciudad sitiada. Esta obra, la más combativa, es una denuncia de la ley marcial impuesta en Polonia, entre diciembre de 1981 y julio de 1983, mientras era primer ministro el general Jaruzelski, que pretendía frenar el avance social del sindicato Solidaridad, un movimiento de oposición, con suficiente apoyo popular como para pedir y exigir libertad política y la independencia de Polonia. Tras la revolución de 1989, el gobierno satélite de Moscú fue depuesto, Polonia votó una nueva constitución y se proclamó una república democrática.


En la poesía de Herbert sobresale un personaje, alter ego del propio autor, al que llamó Don Cogito en su obra de 1974 y que utilizará como un personaje que irá apareciendo en libros posteriores, también en el Informe de la Ciudad sitiada (1983). Este Don Cogito es un abierto homenaje a nuestro Don Quijote y como este, a menudo, tiene que enfrentarse a problemas peliagudos y a enemigos desmedidos. El propio Herbert dice que el personaje Don Cogito se apoya en dos piernas, «la izquierda comparable a Sancho Panza/ y la derecha/ emulando al caballero errante». Resulta innecesario decir que también alude al principio cartesiano Cogito, ergo sum, aquel «pienso, luego existo» que define al ser racional. Este libro de poemas, y en general toda la obra de Herbert, utiliza un lenguaje de frontera que roza la poesía prosaica o, como le gustaba sostener a él, la «prosa poética», por medio de la que ejerce un doble ejercicio malabar: «la banalización del mito y la mitificación de lo banal».7


Estos días que la televisión satura nuestros ojos con multitudes que huyen de sus ciudades buscando refugio en otros países, en otros lugares, en la aldea de sus padres, por ejemplo, «Don Cogito medita sobre el regreso a su ciudad natal» y dice que, si regresara, se encontraría con que


Lo único que sobrevivió
fue una lisa losa
con un círculo de tiza

[…]

el círculo de tiza va poniéndose rojo
como sangre vetusta
y alrededor van creciendo montoncitos
de cenizas
hasta alcanzar nuestros hombros
hasta nuestros labios.

Pero vuelve, regresa a su ciudad mientras los misiles pintan de amarga naranja la noche y todos corren hacia el refugio más próximo. Tal vez el poema más aleccionador y que mejor encaja en esta trágica guerra, sea «Don Cogito lee el periódico».

En primera página
la noticia de la matanza de 120 soldados
la guerra ya duraba mucho
uno puede acostumbrarse
justo al lado información
de un crimen espectacular
con retrato del asesino incluido
la mirada de Don Cogito
salta indiferente
a hecatombe de los soldados
para sumergirse con delectación
en la descripción de lo cotidiano

[…]

a los 120 caídos
es inútil buscar en un mapa
la excesiva lejanía
los oculta como si fuera una jungla
no estimulan la imaginación
son demasiados
la cifra cero al final
los transforma en una abstracción
un tema para meditar:
la aritmética de la compasión


Pero a quien la poesía le dice poco o no la entiende, una poesía como esta, que logra trascender la cotidianidad convirtiéndola en pensamiento, en mito, debe saber que Zbignew Herbert es, además, un extraordinario ensayista que aplica a la investigación que lleva a cabo cuando escribe, las condiciones de la poesía. Están vertidos al castellano y publicados, además de los «ensayos apócrifos» (2008) citados arriba, Un bárbaro en el jardín (2010), El laberinto junto al mar (2013) y El rey de las hormigas: mitología personal (2018). La reivindicación del mar común, de la Grecia clásica y la actual, el paisaje, la política, la literatura, los mitos clásicos contados de nuevo ponen en fuga cualquier intento de separar eso que seguimos llamando Europa, o sea, la cultura grecolatina.


No querría terminar esta crónica de urgencia sin reproducir el final de un poema, «El viaje» que, al igual que otros textos de Herbert, parece escrito en sintonía con el poema de Cavafis «Ítaca», pero que me gustaría enviar no por compasión, por solidaridad extrema, a todos los que salen de Ucrania, a todos los que tienen que huir y abandonar sus países, con un desideratum final.


Si ha de haber un viaje que sea un viaje largo
Ese viaje auténtico del que ya no se regresa
Un repasar el mundo un viaje elemental
Un dialogar con los elementos un preguntar sin respuestas
El pacto forzado tras la batalla
Una grandiosa reconciliación


Confiemos en que Milan Kundera no tuviera ahora razón cuando definió la Europa central como «una incierta zona de pequeñas naciones entre Alemania y Rusia que pueden desaparecer en cualquier momento y lo saben». Buenas noches, cuaderno; buenas noches, Europa.


1 Además de sus posibilidades de definición desde el punto de vista geopolítico y cultural, se puede usar el término Mitteleuropa desde una perspectiva político-nostálgica que alude al legado multiétnico y cosmopolita del Imperio austrohúngaro —en oposición a monolitismo alemán (ein Volk)—, un espacio de identidades plurales y tolerancia compuesto por un mosaico de gente que vive entre Alemania y Rusia, evocado por Josep Roth o Elías Canetti (E. Traverso: Fire and blood, 2007, pp. 125-126), ir a Maciek Wisniewski, Mitteleuropa I y II, .
2 Ambas obras están editadas en Barcelona, Editorial del Subsuelo.
3 Zbignew Herbert: Naturaleza muerta con brida: ensayos apócrifos, Barcelona: Acantilado, 2008.
4 Javier Pérez Escohotado: El mono gastronómico: ensayos de arte y gastronomía, Gijón: Trea, 2014.
5 Zbignew Herbert: Poesía completa, Xaverio Ballester (trad.), Barcelona, 2012. Todos los poemas citados provienen de esta edición.
6 Debo la cita a Manel Vila-Vidal, que ha analizado el tema de la frontera en Trieste, una cruïlla a dos nivells: literatura, espai i identitat.
7 Xaverio Ballester: Poesía completa, o. cit., p. 10.

Javier Pérez Escohotado, ensayista, poeta y crítico, es doctor en filología hispánica por la Universidad de Barcelona y profesor del Máster de Traducción Literaria del IDEC/Pompeu Fabra. Sus investigaciones se orientan hacia la gastronomía, la Inquisición y la vida cotidiana. Autor de los poemarios Laura llueve (2000) y Papel japón (2002), ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Sexo e Inquisición en España (1998), Antonio de Medrano, alumbrado epicúreo. Proceso inquisitorial, Toledo 1530 (2003), Donjuanes, bígamos y libertinos. El filo de la Historia (2005), Crítica de la razón gastronómica (2007) y El mono gastronómico: ensayos de arte y gastronomía (2014). Asimismo, ha colaborado en Poemas memorables: antología consultada y comentada 1939-1999 (1999); ha editado y prologado Jaime Gil de Biedma. Conversaciones (2002) e Inventario de disidencias, suma de calamidades (2010). Ha publicado artículos de opinión y crítica en diversos diarios y revistas.




   
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