Domingo, 22 de diciembre de  2024



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Lo que pudo haber sido el legado de Luis Martín-Santos, el gran vanguardista de la novela española
21/1/2024



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Con motivo del centenario del escritor, Seix Barral reedita 'Tiempo de silencio', la novela que revolucionó la narrativa española de mediados del siglo XX


El 21 de enero de 1964, las lesiones producidas por un accidente de coche acabaron con la vida de Luis Martín-Santos (Larache, Marruecos, 1924-Vitoria, 1964), y con ella se llevó también a una de las voces más prometedoras, revolucionarias y esperanzadoras de la narrativa española del siglo XX. Una muerte prematura que nos privó de ver cómo podría haber evolucionado la carrera de un escritor ambicioso y rompedor, capaz de imaginar una nueva forma de entender el género que inauguró Cervantes.

El caso de Martín-Santos es paradigmático y fugaz, pues en vida solo publicó su novela Tiempo de silencio, cuya profundidad y crudeza también se permite ser sarcástica y punzante. Un debut que se convirtió en puerta de entrada para la experimentación y las nuevas técnicas narrativas que ya se estaban utilizando fuera de nuestro país.


"En España hay una escuela realista, un tanto pedestre y comprometida, que es la que da el tono. Tendrá que alcanzar un mayor contenido y complejidad si quiere escapar a una repetición monótona y sin interés", respondió el escritor en un breve cuestionario preparado por la hispanista norteamericana Janet W. Díaz. Unas declaraciones que demuestran la insatisfacción de Martín-Santos con respecto a la narrativa de su generación y su ambición por conseguir una novela diferente en lo temático, lo estructural y lo estilístico.


Tiempo de silencio popularizó técnicas como los cambios de perspectiva narrativa, el monólogo interior, la pluralidad de estilos y hablas o la abundancia de reminiscencias y reflexiones literarias. Manifestando así una voluntad clara de trascender el marco realista de la generación del medio siglo.


El primer obstáculo: la censura franquista

No solo la muerte se interpuso en el desarrollo literario de un médico psiquiatra con pretensiones de renovar la novela española. Primero, en vida, tuvo que hacer frente al principal obstáculo para la creatividad artística de aquella época, la censura franquista. Algo a lo que su afiliación al Partido Socialista Obrero Español no ayudó, por mucho que su padre perteneciera al estamento militar. Su paso por prisión fue un lastre para su carrera profesional y, muy especialmente, en sus aspiraciones para convertirse en catedrático de psiquiatría en la universidad. En cuanto a su quehacer como literato, le privó del Premio Pío Baroja de novela en 1961. Las autoridades franquistas, conocedoras de la militancia política del Martín-Santos, presionaron desde Madrid para evitar que le concedieran el premio. El certamen se declaró desierto y no hubo una segunda edición.


La novela acabó llegando a manos de Carlos Barral gracias a un amigo común, José Luis Munoa. Barral respondió al autor: "Querido Luis: tu novela es sensacional. Y además va a caer como una bomba en medio del panorama uniforme del joven realismo patrio. Experimento los extraños escozores de los exploradores de selva virgen".


El editor catalán vio en la voz profética de Martín-Santos el germen de algo nuevo y no se lo pensó dos veces a la hora de editarla. En plenos años 60, cuando el país se abría y quería dar una imagen amistosa y de bonanza, no interesaba que apareciera de repente una novela de posguerra capaz de representar las bajezas y miserias de una España a la que aún no se podía mirar con optimismo. Sin embargo, no fue ese potencial disidente el que vieron los censores en la novela. Sus críticas se quedaron en la superficie, dejando anotaciones como estas: "El texto es con frecuencia inmoral y nauseabundo", o "rozan en su sentido paródico la blasfemia, cuando no llegan a ella, puesto que originalmente se refieren a cosas santas y aún al mismo Dios". Aunque también algún que otro elogio acompañando su prohibición: "No se debe autorizar la publicación íntegra de esta novela, que en el terreno literario merecería muy respetuosa atención".


El libro se publicó mutilado, omitiendo las blasfemias e inmoralidades por los censores, poniendo de manifiesto la mediocridad dictatorial a la que, precisamente, Tiempo de silencio alude en su interior. Seix Barral continuaría reeditando la novela, con más o menos cortes, hasta que en 1980, cinco años después de la muerte de Franco y dos desde la aprobación de la Constitución, se pudo leer en la decimosexta edición la versión original y definitiva.


La historia de Tiempo de silencio refleja el Madrid de 1949 y todos los estratos sociales que la componían como un reflejo en miniatura de lo que era el país. Su protagonista, Pedro, es un joven médico que se ve arrollado por las penosas circunstancias de un estúpido accidente. Con ironía y agudeza, la novela muestra la frustración de un contexto opresor y estancado sin espacio para la esperanza. Un libro inteligente e innovador que, más allá de su temática, demuestra una destreza estilística experimental en la que los horizontes narrativos se amplían. Joyce, Kafka, Proust, Faulkner..., un popurrí de influencias que se entremezclan haciendo de la narrativa de Martín-Santos una piedra esencial para la literatura española.


El libro llegó a las librerías en 1962 y, a pesar de las mutilaciones realizadas por el régimen franquista, no tardó en convertirse en un fenómeno que revolucionó las letras españolas de la época. Jaime Gil de Biedma lo puso al lado de otras obras notables como La colmena de Camilo José Cela y El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio.


Juan Goytisolo analizó ampliamente esta comparación. "El Jarama es una novela coherente, totalmente conseguida, redonda, Tiempo de silencio es una obra aún vacilante, desnivelada y con bastantes aristas. Pero ello tiene una explicación. Mientras que El Jarama es el broche final de un cierto tipo de novela, la conclusión magistral y definitiva de un proceso narrativo que se prolonga durante casi un siglo (y por eso las obras de dicha tendencia, publicadas con posterior nos parecen simplemente reiterativas, muertas, por así decirlo, al nacer), Tiempo de silencio es el comienzo de una nueva etapa, una obra que abra para la novelística española todos los caminos y puertas que le cerrara El Jarama. Es, pues, el principio de una línea, no el final de ella; el punto de arranque, no su coronación».


Lo que pudo haber sido: 'Tiempo de destrucción'

La fascinación que generó la aparición de un autor como Martín-Santos puso el foco en sus próximos pasos. Y él, con ese aire profético, advirtió de lo que venía: «Por el momento mi obra tiene un sentido claramente destructivo. Espero que en el futuro y por cierto tiempo siga destructiva. Prácticamente, en nuestra realidad espiritual española, está todo por destruir» (Vidas y muertes de Martín-Santos. José Lázaro, Tusquets, 2009).


Una destrucción, un cambio de paradigma que quedó desamparado tras su muerte. O casi, pues entre sus manuscritos se encontró la que iba a ser su segunda novela: Tiempo de destrucción, que pudo ser reconstruida gracias a la labor de Mario Camus y Pepa Rezola, quienes ya habían escuchado el argumento y la estructura de boca del propio Martín-Santos. También se habla de que iba a haber un «tercer tiempo» del que nada más se sabe y que hubiera cerrado la trilogía.


Lo que quedó pendiente, la reconstrucción

La obra del escritor nacido en Marruecos exploró la revolución (Tiempo de silencio) y se quedó a medio camino de la gran demolición (Tiempo de destrucción) que pretendía, dejando siempre en incógnita lo que pudo haber sido su obra. Se convirtió en el padre ausente de un tipo de narrativa que quedó huérfana casi desde el momento de su concepción. No se puede decir que creara una escuela, no tuvo tiempo, pero sería absurdo negar su influencia como el gran vanguardista de la novela española. Luis Martín-Santos abrió un nuevo camino que dejó por explorar, pero permitió que muchos otros entraran en él, y ahí reside gran parte de su legado literario. Aun así, como ocurre con todos esos artistas que dejaron este mundo antes de tiempo, siempre nos quedará esa amarga especulación sobre lo que pudo haber sido.









   
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