Domingo, 22 de diciembre de  2024



Català  


Dos poetas y un narrador en 'Voces Nuevas'
20/3/2012



Iván Humanes, Álex Chico y Juan Vico. (Foto:Carme Esteve)
 
En la serie “Voces Nuevas” de este mes de Marzo, coordinada por Albert Tugues, el poeta y narrador Dante Bertini presentó a los poetas Juan Vico y Álex Chico, y al narrador Iván Humanes.



Después de la presentación que Dante Bertini hizo de los tres escritores, Juan Vico y Álex Chico leyeron una selección de sus poemas, y el narrador Iván Humanes leyó el relato de ciencia-ficción Unida (de los cuales publicamos una selección al final de esta nota). 



Acto seguido, se entró en el debate sobre el escritor y la necesidad de escribir. Vico, que dijo dudar del sentido de las lecturas públicas, de su eficacia real, explicó que él llegó a la escritura “de forma natural a través de la lectura, sin sentir aquella necesidad de expresión atormentada, apasionada, propia de los románticos”. Y comentó que la escritura le servía como un argumento para hablar de otras cosas, a la manera de un guión para una película. 



Chico también se refirió al hecho de escribir como si fuera la acción de seguir leyendo, “para adentrarse uno después en la aventura de la poesía, intentando construir poco a poco una voz propia”. Aunque también le había motivado a escribir, explicó, “el hecho de haber sido un mal violinista, entre otros fracasos, es decir, como tocaba mal el violín comencé a componer poemas”, añadió con humor.



Por su parte, Iván Humanes ironizó sobre los “paraísos artificiales” para explicar la seducción y el placer de escribir. Momentos antes, había leído Unida, un relato entre la ciencia-ficción y el cuento fantástico, cuya acción se sitúa en un mundo futuro, contaminado, donde unos hijos con máscaras de gas se alimentan de la carne nutritiva de la madre y el padre.



Después se habló de las imágenes poéticas tradicionales gastadas por el uso, así como también el abuso en las obras actuales de imágenes propias de la sociedad de consumo, postmodernas, incorporadas a la poesía. Asimismo se comentó la influencia del cine (citaron a Alfred Hitchcoch, David Lynch y la música para sus películas de Bernard Herrmann y Badalamenti), la pintura (Juan Vico leyó un poema en que citaba a Pollock), así como la influencia de las nuevas tecnologías en la creación. El acto concluyó con unas palabras de Dante Bertini sobre el enigma: “¿Cómo empieza un libro, cómo se origina?”, agradeciendo a continuación la presencia de los tres nuevos escritores y la participación animada del público en el debate.





En la próxima lectura de "Voces Nuevas", el 19 de Abril, Eduardo Moga presentará a Ignacio Cartagena y Carlos Bueno.

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JUAN VICO (Badalona, 1975). Licenciado en Comunicación Audiovisual y máster en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Ha publicado la novela Hobo (La Isla de Siltolá, 2012) y los libros de poemas Víspera de ayer (Pre-Textos, 2005; Premio Arcipreste de Hita) y Still Life (UAB, 2011), así como los cuadernos Gozne (Ayuntamiento de Zaragoza, 2009) y Densidad de abandono (Edicions 96, 2011). Codirige el ciclo de lecturas literarias Els dilluns de la Cigale, y colabora con artículos sobre literatura y cine en diversas revistas culturales.



LECCIÓN DE ANATOMÍA




Imagino un pintor del mil quinientos,

un oscuro aprendiz, un ladronzuelo



que trata de escurrirse a ras de noche



junto a la tapia gris del cementerio,



oigo su paso abrupto mientras corre



con el brazo de un muerto bajo el brazo,



camino del taller: palpita aún,



se diría, ese cúmulo de nervios;



pero es su corazón el que resuena.


Huele a sombra y a piedra, se oye el leve

rasguño iluminado del esbozo,

al final de otro día, otro cualquiera,

sentado en mi escritorio frente al negro

de la pantalla: escribo este poema,

me miro en ese espejo mientras trato

de copiar los despojos de mi tiempo,

de salvar un recuerdo, una mirada,

la luz de un cielo más, de un cielo menos.


Veo mis manos pudriéndose en la mesa,

y un trapo bermellón que adorna el suelo.


BREAKFAST WITH BACON

Anoche me guiñaban los semáforos,

la tuerta de Eisenstein y el camarero,

ese trozo de carne descompuesta

que entre mis lienzos duerme todavía.


Un perro ladra al borde de mis dedos.

La mañana parece un ajedrez

dibujado en el fondo de un gran vaso

lleno de espuma roja.


REAR WINDOW

La propina de luz sobre el estrecho parterre

con ínfulas de parque, ya casi desierto,

que separa mi edificio del inmueble vecino.

El perro que se afana en rebuscar entre la escasa vegetación.

El niño que me observa desde una de las ventanas

que poco a poco se han ido

iluminando: le hago un gesto divertido,

pero no obtengo respuesta.

La mujer

que aparece enseguida en la ventana contigua, y allí se queda,

completamente inmóvil, con la vista pegada en un punto

indefinido. Otra silueta surgiendo

dos pisos más arriba, y luego otra en el piso

inmediatamente inferior.

La impiedad de la noche

posándose en mi cara como una toalla mojada. La farola

que parpadea

rítmicamente

en una secuencia de tres por cuatro.

La luna misma, vieja puta, nuestra sucia guillotina,

siempre a punto de caer como una uña cortada.

El cansancio deslizándose por mis tendones, el ardor empujando

bajo los cráteres de la memoria.

La noche pulpa,

la noche errata, la noche cúbica y cuna.

La boca seca, las manos secas, la mente seca.

El ojo embuste. La noche gruta. La grieta exacta.


LA HORA DEL LOBO


La esfera que podría aplastarme

mide poco más de dos centímetros y rueda,

intermitente, junto al zócalo.

Ahora que el techo vibra como una membrana,

reordeno mis gestos en busca

de la pregunta pertinente y desmenuzo

las vocales de los nombres, índice sobre pulgar,

que van quedando atrapados en los cristales

de mi sudor. Los paisajes

se superponen en mi memoria,

pero sería incapaz de detenerme a describirlos; la exasperante

nada que me rodea

arrastra, 

sin embargo, mis argumentos.

El tabique interrogado por la marca

de una minúscula mordedura. Las ventanas ciegas

como alfileres. El mandato de la lámpara apagada.

Los cuatro ceros parpadeantes del despertador.


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ÁLEX CHICO (Plasencia, 1980. Licenciado en filología hispánica por la Universidad de Salamanca. Actualmente prepara una tesis sobre la obra de José Antonio Gabriel y Galán para la Universidad de Barcelona. Profesor de lengua y literatura en un instituto de El Prat (Barcelona). Es autor de los libros de poemas Dimensión de la frontera (ed. La Isla de Siltolá, Sevilla, 2011) y La tristeza del eco (Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2008), entre otras publicaciones. Codirige la revista Kafka, así como la programación literaria de La Cigale de Barcelona.


Primer momento


Lo más extraño del viaje

es no saber hacia dónde se regresa.

Acaso diría Walter Benjamín

que en esos lugares parece haber pasado todo

lo que aún nos espera.



(de La tristeza del eco, Editora Regional d'Extremadura, 2008)




Instante

Ciertos lugares conservan el paso

de los que se detienen, y deciden –al cabo –

observar lo que les rodea.

Sin más interés que el de permanecer allí

por algún tiempo.

Esos territorios en donde el instante

pretende ser perpetuo,

cercados por un bosque

con una explanada verdosa en su centro.

En esos lugares se aprende a decir: lo desconozco.

De ahí su condición inabarcable: siempre quedarán

sujetos a una duda.

Un espacio –un lugar – que acaba por no saberse

si existió, y logrará subsistir en la distancia.

Donde no ha ocurrido nada y sin embargo

se logra no haber sido nunca.



(de Dimensión de la frontera, La Isla de Siltolá, 2011)


Ficciones

A este lugar le sucede

una impostura:

la lluvia que empapa el toldo,

el nombre de una calle extranjera,

el vidrio que nos separa

y nos vuelve invisibles,

la hora exacta de lo impreciso.

Tono de voz, postura, ritmo al andar.

El pliego del abrigo.

La mirada aparentemente casual.

El movimiento espontáneo que creemos

dirigido, ante todo, por el azar.


Una impostura, es cierto.

Aunque así es, a veces, la vida:

hacer de la mentira

una forma de verdad.

Una impresión cierta, tal vez dudosa,

de todo lo que nos rodea.

La memoria que nos queda 

es también eso: un hecho lejano

al que se añaden otros hechos más ajenos 

y extraños.

Frases confusas serán, con el tiempo,

nuevos axiomas.

La temperatura variará de un calor tibio

a un clima frío, quizás gélido.

La anécdota menos conocida de algún autor

será explicada como una experiencia propia.

(La vivencia actual es sólo un ensayo

de una narración futura –y ya sabemos

lo que tal cosa significa)


Ese es el presente que dejamos,

el de una suma de ficciones.

Debemos ser conscientes de que esa impostura,

en ocasiones, también nos salva.


(de Un lugar para nadie, inédito)


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IVÁN HUMADES BESPÍN (Barcelona en 1976). Licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona. En el 2005 publicó el libro de relatos La memoria del laberinto (Biblioteca CyH). En 2006 el ensayo Malditos. La biblioteca olvidada. (Grafein). En 2007 la obra 101 coños, que aúna hiperbreves e ilustraciones (Grafein) y en 2010 la novela negra La emboscada (InÉditor). Ha sido coeditor de la revista literaria Dado Roto y ha participado en obras colectivas como El libro del voyeur (Ediciones del Viento), A contratiempo (Nemira) o La luz escondida (Libros del Innombrable). Colaboraciones en diversas revistas literarias: Sibila, Literaturas.com, Revista de Letras, El perro blanco, Crítica, etc. Primer premio de relatos en El Fungible, Ciudad de Jerez y Diomedea, entre otros. Su sito en la red es www.ivanhumanes.com


UNIDA


Aún bendecimos los alimentos. Porque hay alimentos para hacerlo. En el sótano. Comemos en el sótano. Aún bendecimos con las manos retorcidas y la cabeza gacha. Madre y padre con la cabeza abajo. Hermana con la máscara que da contra la mesa. Como durmiendo en la mesa. Durmiendo con el filtro de la máscara apoyado en la mesa. Todos bendecimos en silencio. Las máscaras antigás puestas. Los cuatro sentados en la mesa. Bendiciendo. Con las máscaras apropiadas. Luego, comer es una tarea de chinos. Es cuestión de meter rápido los dedos entre la máscara y pasar la comida a la boca. Sin respirar. Sería mejor meter los trozos directamente en el estómago. Pero habría que cortar. Habría que cortar piel. Cortar estómago. Y no. Cuando bendecimos los alimentos pensamos en los otros. Porque aquí dentro todo es paz y silencio. Pero afuera no hay paz. Ni silencio. Digamos que no hay nada. O si hay algo ese algo estará muerto. O condenado. Es lo que suele decir madre. Que si hay algo afuera debe ya estar muerto. Seco. Crispado. Solo huesos. Carne que da poco. Eso es lo que dice. Nidos abandonados. O eso es lo que decía. Ahora madre ya no dice. Tampoco padre. Tampoco hermana. Porque hermana está dormida. Porque padre y madre están secos en este sótano. Amén. Serán polvo. Aunque yo procuro que sigan con la máscara. Con la máscara antigás por eso de los gérmenes y las partículas de muerte. Porque muerte sobre muerte no. Muerte sobre muerte sería demasiado. Te agradecemos esta alegría de la mesa. Señor. Madre enseñó a cocinar con mínimo calor y especias. A hermana no le gustan las especias. Pero ahora que hermana está dormida uno puede confesar que en la comida que ahora entra por la boca hay especias. Numerosas especias. Si no sería complicado comerse la carne. Mucho más si la carne es de padre o madre. Porque la carne es de padre o madre. Ya aleccionó madre que si alguna vez faltaba comida ahí estaba la carne de ella. La de él. Así que por eso es que la carne tiene especias. Para que no sepa a madre. Para que no tenga sabor de padre. Te damos gracias por todos los alimentos. Señor. Aunque hermana está dormida y debe soñar de lo lindo. Por la comida no debe preocuparse. Por eso no debe preocuparse. Debe preocuparse por no subir las escaleras del sótano y abrir la puerta de la calle. Porque ahí sí que todos están secos. Al menos la carne aquí no está seca. No hay que pensar en los microbios. Si uno piensa un poco los microbios pueden estar en la carne. Pero no. Los microbios nunca estarán en la carne de los padres. No en la carne bendecida. Es mejor pensarlo así. Es evidente. Afuera el calor y el fuego y la ceniza. Y aquí la tranquilidad de una buena comida caliente y la bendición. Con la bendición puedes llegar donde sea. Puedes vivir como quieras. Hermana ya está al corriente que es complicado mantener aquí abajo la risa. No se ríe aquí abajo. Reír con las máscaras es como no reír. Reír en metálico. Hay que ser serio. Tomar decisiones. Si uno tiene que tomar decisiones lo hace y se calla. Si hay que decidir que o los padres o nosotros debemos salvarnos, se decide. Pese a que padres no sepan nada. Algo se temen siempre los padres. A la vez la cólera de los padres es muy temida por los hijos. Por eso es que yo decidí junto a hermana que padres debían servirnos para hacernos fuertes. Rápido. Sin que pudieran enterarse y aplicando la cólera. Ya decía madre que uno tiene que crecer si quiere ser un hombre. Así que nuestros padres nos dan la fuerza que necesitamos. Que cada día necesitamos. Gracias a los padres. Señor. En verdad no tenemos que movernos del sótano. Está prohibido subir las escaleras del sótano. Por lo del fuego y el aire y los gérmenes. Necesitamos órdenes. Las órdenes estaban puestas. Pero las órdenes mueren. El olvido está ahí. Es natural. De la misma forma que son ceniza los dictadores de órdenes. Se olvidan. Caen. Aunque a padre y madre sea complicado olvidarlos. Hermana sigue dormida. Constantemente pura. Te damos las gracias por todos tus beneficios. Señor. Más pura que los ángeles. Yo he subido las escaleras del sótano. La liebre asomó la cabeza. Subir las escaleras a paso normal. Es terrible confesar un pecado. El pecado envía la hoguera. Pero yo he subido las escaleras del sótano. Jamás puede decirse de esta agua no beberé. Así que yo he salido del sótano. Aunque no es momento de contar lo del fuego y el ácido. Pero he salido del sótano. He mirado calle. La he visto por la ventana del salón. Las narices colgando. Pero no es momento. He salido del sótano para confirmar que el demonio está fuera. Como bien decía madre: todos unidos siempre. Es la obligación que tenemos. No tenemos otra. Comer y estar unidos para siempre. Más arriba el mundo cae (...).


Fragmento del libro Los caníbales (Ed. Los Libros del Innombrable, 2011)


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