D
ebo a la sabiduría del novelista madrileño Javier Marías, a su recomendación, la lectura de la «extraordinaria» edición del Cantar de Mio Cid en Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, a cargo de Alberto Montaner con estudio preliminar de Francisco Rico, edición de la que conocía de mucho antes su existencia pero que el calificativo «extraordinaria» me incita ahora a su inmediata lectura que, por su anotación, ha de ser pausada y laboriosa, y en la que descubro, gozosamente, la historia de una palabra.
En la nota complementaria correspondiente al verso 1627 del Cantar, Alberto Montaner dice lo siguiente: «Para evitar que los barcos zozobrasen a causa de los movimientos de las caballerías, se introdujeron para su transporte tipos especiales de navío, la tarida (andalusí tarída < árabe clásico tarïda, ‘perseguida’, por alusión a su ligereza) y la tafurea (< andalusí tayfuríyya, árabe clásico tayfüriyya, de tayfür, ‘ataifor’, ‘plato’, ‘bandeja’), de quilla plana, que poseía mayor estabilidad». Y para la etimología de tafurea remite, entre otros, a Corominas, que en el primero de los cuatro volúmenes de su Diccionario Crítico Etimológico, Gredos, Madrid, 1976, en la entrada ATAIFOR, considera ‘tafurea’ su único derivado, iniciando así el comentario: Tafurea (2º cuarto S. XV, Díaz de Gámez, Pedro Tafur; «tafurea para passar cavallos: hippagium Nebr.). Lo que introduce, la verdad que de modo harto confuso, el vocablo ‘tafur’ en esta secuencia. Aunque ahora quizá interese más seguir los pasos de ‘tafurea’ y, en especial, de uno de sus mayores centros de producción: las Reales Atarazanas de Sevilla que, según un folleto editado por el ayuntamiento, «construidas en 1252 por mandato del rey Alfonso X el Sabio, constituyen junto a la Giralda y a la Torre del Oro, parte del Patrimonio Histórico emergente más antiguo de Sevilla», añadiéndose a continuación que «muchas han sido las funciones de estas dependencias, tan antiguas como interesantes. Tras pasar a ser propiedad de la Junta de Andalucía, en 1993, y hasta 1995, la Consejería de Cultura realiza en ellas varias rehabilitaciones, descubriéndose su espacio base y ordenándose sus recorridos para la visita pública del edificio. El aspecto formal que presentaban al Arenal de Sevilla era el de un frente industrial abierto para la entrada y salida de los barcos. Fue su actividad como astilleros la que provocó su transformación, trasladándose a la primera nave la pescadería, que hasta entonces estaba ubicada en la céntrica Plaza de San Francisco. En 1641 comienza una nueva etapa de actuación, realizándose obras en cinco de sus diecisiete naves, para transformarlas en el Hospital de la Santa Caridad, cuya cofradía se reunía desde 1578 en una capilla consagrada a San Jorge, con la finalidad de recoger los cadáveres de ahogados y ajusticiados».
Volviendo a ‘tafur’ y a Corominas, ahora en el cuarto volumen de su Diccionario Crítico Etimológico, leemos: «TAHÚR, antiguamente tafur, voz común a todos los romances de Francia y de Iberia, de origen incierto; parece haber designado primero a los componentes de una tropa auxiliar de los cruzados que se dedicaba al saqueo y al merodeo; quizá del armenio thaphúr ‘abandonado’, ‘desnudo’, ‘vagabundo’, nombre que les aplicarían los auxiliares armenios de los cruzados durante el sitio de Antioquía. 1ª doc.: 1260, doc. de Sevilla, M. P., D. L., 346.10. Se menciona aquí a un Pedro Royz Taffur. En la Gr. Conq. De Ultr. (h. 1300) se menciona repetidamente a los Tafures, que formaron una especie de cuerpo auxiliar de la Primera Cruzada (p. ej. p. 211): se trataba de una muchedumbre andrajosa y hambrienta que se dedicaba sobre todo al merodeo, pero que también atacaba con temible valor y vivía en forma miserable y anárquica, hasta el punto de correr la voz de que habían devorado cadáveres sarracenos. En castellano pronto se generaliza la ac. ‘jugador vicioso’, más tarde ‘jugador fullero’. Mientras que en España se sigue pronunciando taúr, en América (Chile, Argentina, etc.) se ha trasladado el acento, y partiendo del plural táures se ha formado un singular táure».
En 1960, cursando segundo curso en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona, entro, como interno, en el Departamento de Anatomía, bajo las órdenes del catedrático Manuel Taure Gómez; embalsamo y disecciono cadáveres humanos durante nueve meses en la morgue del Hospital Clínico. Al mismo tiempo, entre autopsia y autopsia, perfecciono el arte del póquer, desplumando a mis condiscípulos en el cercano bar Josefa, famoso porque su dueña, en horario nocturno, mutila las corbatas de los parroquianos, enmarcando posteriormente los trofeos.