Dónde están los límites del «true crime»?
31/5/2025
L
a publicación del libro El odio, de Luisgé Martín, ha revivido el debate sobre las líneas rojas de este género que se basa en casos reales de asesinatos.
“Anagrama considera que, en una sociedad democrática, debe existir un equilibrio entre la libertad creativa como derecho fundamental y la protección de las víctimas. Las obras que se inspiran en hechos reales, como es el caso de El odio, requieren de una dosis doble de responsabilidad y de respeto. Por eso, en un ejercicio de prudencia y de forma voluntaria, la editorial ha decidido mantener la suspensión de la distribución de la obra de manera indefinida.” Este párrafo pertenece al comunicado que el 27 de marzo, la editorial Anagrama remitió a los medios de comunicación tras días de intensos debates suscitados por la petición de Ruth Ortiz, madre de los dos niños asesinados por José Bretón, de paralizar la venta del libro de Luisgé Martín.
Paralizar, prohibir, la salida de un libro en una sociedad democrática es algo contradictorio con sus valores y la libertad de expresión, pero ¿dónde ponemos el límite? La mayoría de las voces que han surgido en este debate han consensuado que en lo judicial no, que debería ser en lo ético, y es ahí donde unos y otros no se ponen de acuerdo.
Los que están a favor plantean que otros escritores y obras de la literatura universal, lo hace también Luisgé Martín en su libro El odio, han abordado crímenes reales y han dado voz a los asesinos. Uno de ellos es Truman Capote, creador de la “novela de no ficción” por su libro A sangre fría. En noviembre de 1959, Capote, acompañado por su amiga Harper Lee, se fue a Kansas para cubrir para el The New Yorker el asesinato de los cuatro miembros de la familia Clutter. Desde el primer momento Capote se implicó en el caso y lo que, al principio, iba a ser solo una crónica, pronto pensó que podría ser algo más. Cuando detuvieron a los asesinos, Dick Hickcock y Perry Smith, Truman Capote se acercó a ellos gracias a la relación que había establecido con el policía encargado de la investigación. Durante años los entrevistó en la cárcel y cuando, el 14 de abril de 1965, Dick Hickcock y Perry Smith fueron ejecutados, Capote estuvo presente. En 1966 publicó el libro A sangrefría, un clásico de la literatura contemporánea donde Capote nos cuenta qué ocurrió el día del crimen y yuxtapone la vida y valores de las víctimas y los asesinos. Tras este libro nunca logró escribir otro. Otro libro que se pone como ejemplo es el del escritor francés y multipremiado Emmanuel Carrère, El adversario, en el que relata la historia real de Jean-Claude Romand quien en 1993 mató a su mujer, sus hijos y a sus padres e intentó acabar con su vida incendiando su casa sin lograrlo. Durante la investigación se descubrió que Romand mentía desde los 18 años y se hacía pasar por médico; cuando temió que su familia podía descubrir la verdad decidió asesinarlos. Carrère se metió de lleno en esta historia, asistió a todo el proceso judicial y mantuvo durante años entrevistas con Romand. En el año 2000 publicó El adversario, un libro que finaliza con la siguiente frase: “Pensé que escribir esta historia solo podía ser un crimen o una plegaria”. Otro caso más cercano es el del escritor italiano Nicola Lagioia con su libro La ciudad de los vivos, una historia de no ficción sobre el homicidio del joven Luca Varani que sacudió en 2016 la ciudad de Roma por la brutalidad y por la juventud y clase social de los asesinos, Pratto y Foffo, chicos de familias ricas de la sociedad italiana. Durante una entrevista con Librújula, Lagioia explicó que: “Estuve cuatro años dedicado a este libro. En ese tiempo escribí, leí las actas judiciales…y también conocí a las personas de este caso, por ejemplo, a los familiares de Luca Varani, la víctima, o por correspondencia al propio Manuel Foffo”.
También la joven escritora May R. Ayamonte, con la que estuvimos hace pocos días en el Albaicín de Granada para recorrer los escenarios donde transcurre su última novela Lo que oculta la noche (Contraluz), inspirada en el crimen conocido como el “caso del exorcista” ocurrido en 1990 en ese barrio granadino. En su novela, May Ayamonte no usa nombres ni localizaciones reales, aunque si lees la historia y recuerdas el caso ves la relación con el crimen de Encarnación Guardia que murió, tras una larga agonía, convencida de estar poseída por el demonio. May Ayamonte opina que: “En el true crime hay que poner límites y muchas veces no se pone a la víctima suficientemente en el centro. Para mí es importante proteger a esos familiares que están vivos, aunque hayan pasado 30 años. Tenemos que saber dónde parar”,
Si además de en la literatura, donde por ejemplo la editorial Alrevés tiene la colección “Sin ficción” donde publica libros sobre asesinatos reales, buscamos referentes en el audiovisual, los ejemplos son apabullantes. En Netflix se emiten continuamente series basadas en crímenes reales, Dahmer, El caso Asunta o El cuerpo en llamas, por citar algunas. En televisión, programas como Crims de Carles Porta tienen cientos de miles de espectadores. ¿Dónde está el límite? Posiblemente es una pregunta que deberíamos hacernos como sociedad.
Luisgé Martín narra en El odio la historia de José Bretón, culpable de uno de los casos de violencia vicaria más mediáticos de España. En 2011 mató a sus dos hijos, Ruht y José, de seis y dos años, y en 2013 fue juzgado y condenado a cuarenta años de cárcel “por un doble asesinato, con los agravantes de parentesco, premeditación y crueldad”. Anagrama ha decidido no distribuir de “forma voluntaria” el libro. A lo mejor el límite es el que ellos indican en su escrito: “Debe existir un equilibrio entre la libertad creativa como derecho fundamental y la protección de las víctimas”, pero ¿quién dictamina cuál es el equilibrio?