E
n este conjunto de poemas, Ambrosio Gallego recrea una realidad profusamente poetizada como es la del amor, pero lo hace desde una perspectiva panegírica y diferente que considero innovadora. Aunque interiorizados, hay diversos personajes en la voz del poeta, diversas situaciones amorosas en un abanico de perspectivas que completan una especie de puzle.
El título del poemario dice mucho de la orientación poética del contenido. Rememora a la sección de contactos de un periódico, pero aquí no es Alguien que busca amor, sino el Amor mismo que busca a alguien. Rescatado el hecho de “buscar” de una posible connotación (carencia, frustración, cierto patetismo), queda aquí realzada la naturaleza de la expectativa, del deseo de amar. El verbo transitivo sin complemento directo indica que lo que se busca es la búsqueda en sí misma, un fenómeno emocionalmente cognitivo.
Se acepta el amor tal cual se da, con la impotencia del amante maduro que, ante el amor, siempre será inmaduro porque “todavía no sabe soñar solo” (p. 12). Desde la serenidad de la madurez se mira atrás y se pregunta “¿Cómo desatascar la juventud de lo que simplemente fluye?” (p. 15). El hecho de amar basta y todo el poemario es la anti-frase consolatoria.
Llama la atención el material poético con que Ambrosio versifica esa anti-proposición global sobre el amor. Destacaría la gran habilidad que despliega en la creación de momentos casi fotográficos. En el poema “No es una camisa” (p. 18), una mujer tiende la ropa, lleva a la mejilla una camisa para ver si está seca y, en la mirada del poeta, la camisa se convierte en una vela de barco que puede transportarla y liberarla del cuerpo que existe dentro de la camisa vacía en lo que se podría llamar “entrelazamiento cuántico”.
Así como Borges estaba obsesionado con las dimensiones físicas del tiempo y el espacio, se aprecia una conexión de la poesía de Ambrosio con la Física; es algo que emerge de la relación de la realidad con las palabras. En el poema “Canción fallida desde el frío Bierzo”, el fuego “ilumina una foto hasta el hueso” (p. 22), y nos damos cuenta de que sí, las fotos tienen huesos, que son los de nuestros dedos y, por carambola, los de nuestros recuerdos.
Pero, ¿cómo se sostienen los poemas individualmente y en su conjunto? Yo veo fractalidad en estos versos. Los fractales son estructuras geométricas que se encuentran en la naturaleza, en este caso la naturaleza léxica, y que se repiten a diferentes escalas.
Esta fractalidad poética de este libro de Ambrosio Gallego está en la forma y en el contenido, y también en su intertextualidad. El tema del frío, por ejemplo, es recurrente en la obra de Ambrosio, que en 2011 ya publicó el volumen Otros fríos. En el poema “Canción fallida desde el frío Bierzo”, al sonar de una canción de Simrit Kaur (una música también minimalista fractal) el texto progresa recorriendo un trayecto emocional que va del frío al deseo de calor a través del bosque, la nieve, tañidos de campanas, la noche, el guijarro, el fuego, los montes, la incandescencia de lo probablemente verdadero, la huella, el aliento, las letras blancas de la camiseta (blancas como la nieve) donde pone ÁNGEL. Y el frío continúa cuando el poema ha terminado, porque finalmente eso es de lo que se ha escogido hablar, del viaje del frío, que define al amor en antonimia.
Otro ejemplo de lo que identifico como “fractalidad” se encuentra en el uso de conceptos en una red casi irónica, como cuando dice “no creas, sé sangrar, porque nos hemos amado al filo de todo” (p. 24); de lo mundanal surge un hilo de sangre amoroso que se proyecta dentro y fuera de sí mismo. El filo de los límites corta (los límites de lo posible, del placer, del dolor), y la sangre de la poesía mana.
Observado desde el idioma, el súper-concepto del amor precisa de adjetivos especificativos: amor filial, amor fraternal, etc. En este libro no se habla de esos amores especificados, ni del amor místico, o de comunión con la Naturaleza, o de un amor de clan, aunque todo eso también esté en los actantes. Se trata de un amor mayormente romántico, un amor que se “busca” en el universo de las palabras por la unión de contrarios. Es como si el amor fuera un árbol que hablara a sus frutos que un día fueron ácidos, que se doraron al sol y que cayeron al suelo o fueron picoteados por los pájaros o recolectados y transportados a un mercado y luego vendidos, deglutidos o convertidos en mermelada. Y de cada una de esas circunstancias quedó una energía que fue compartida con el universo, que no murió ni fracasó ni triunfó, se transformó, continuó su proceso natural y se convirtió en humus poético para la continuación de la vida, para la continuación del “amor” como motor del mundo. “Qué extraño bien, envejecer en ascuas” (p. 52). “Contigo no hace falta hablar de amor / si a tu conversación la lluvia acude” (p. 56).
Tal vez a tenor de sus alumnos del instituto, Ambrosio escribe de acuerdo con la liquidez de los nuevos tiempos, ese concepto acuñado por el sociólogo Zygmunt Bauman que describe la sociedad actual como cambio constante, donde las estructuras sociales tradicionales se diluyen. Al difuminarse las líneas definitorias del amor, el amor se expande. Como dice Wisława Szymborska en la cita inicial del libro, el ser maduro ama de un modo distinto que le acostumbra a la muerte.