Català - Castellano
Associa-t'hi!
Adiós a Dita, la maravillosa bibliotecaria de Auschwitz
Noticia anterior
Noticia següent
Adiós a Dita, la maravillosa bibliotecaria de Auschwitz
  21/10/2025



A los 96 años Dita Kraus falleció la madrugada de este sábado “en paz y sin dolor” en la residencia cerca de Jerusalén donde pasó sus últimas semanas. Su vida sirvió de inspiración a la novela “La bibliotecaria de Auschwitz” escrita por Antonio Iturbe y posteriormente escribió sus memorias “Yo, Dita Kraus”.


Dita nació en Praga en 1929. Su madre, Elisabeth, era hija de un juez que quiso que su hija tuviera acceso a estudios superiores, algo no muy frecuente en las mujeres de finales del XIX. El padre de Dita, Hans Polach, era un abogado hijo de Johann Polach, senador del parlamento checo. El abuelo paterno de Dita fallecería en el gueto de Terezín donde fueron deportados por los nazis en 1942.

Con diez años, Dita vio entrar los tanques alemanes en Praga y la SS prohibió todo a los judíos, hasta le prohibieron ir a la escuela. Su padre perdió el empleo, perdieron su casa y todo fue una caída por el precipicio que los terminaría llevando al infierno de Auschwitz. Su padre moriría en Auschwitz y su madre en el campo de Berger-Belsen.

Tras la guerra, huérfana y como únicas pertenencias la ropa de caridad que le habían dado a los deportados que regresaban, se reencontró con uno de los “profesores” del Bloque 31, Otta Kraus. Cuando la vio en una de las filas donde arreglaban los papeles los recién llegados tras años de guerra y exilio que no tenían ni documentos, exclamó: “¡la bibliotecaria de las piernas delgadas!”.

Se casaron y trataron de salir adelante con la fábrica textil de la familia de él, que habían requisado los nazis. Pero no les dio tiempo a levantar cabeza: entraron los rusos y volvieron a quitarles la fábrica. Otta estuvo a punto de ser encarcelado y lo perdieron todo otra vez. Fue entonces cuando decidieron emigrar a Israel para tratar de empezar una nueva vida. Tras su difícil inicio en un kibutz, una granja colectivizada, Ota Kraus (fallecido en 2000) se convertiría en profesor y escritor. Dita trabajaría como profesora de inglés en un colegiodurante muchos años hasta su jubilación.

En el campo de exterminio más mortífero de la historia de la humanidad, donde ancianos, mujeres embarazadas, niños y enfermos no llegaban ni a pisar los barracones porque eran directamente enviados a cámaras de gas, ella y sus padres fueron destinados al Campo BIIb, que tenía unas condiciones aparentemente algo menos estrictas que el resto de campos. Ante la intención de la Cruz Roja Internacional de atender ciertos rumores sobre crímenes de guerra en el interior del Reich, Heinrich Himmler, el jefe de la siniestra SS, decidió organizar un campo pantalla con prisioneros sin uniformes de rayas y con niños para engañar a la Cruz Roja.

En ese campo BIIb, mientras sus padres trabajaban de manera esclava en los talleres durante el día, abrieron un barracón para los niños, el Bloque 31. Pusieron al frente de ese aparcamiento infantil, donde no debían hablar a los niños de política ni religión ni hacer otra cosa que entretenerlos, a uno de los prisioneros llamado Fredy Hirsch. Hirsch pidió como ayudantes a maestros e incluso profesores universitarios deportados al campo y montó una escuela secreta. Pidió algunos jóvenes para tareas de mantenimiento del barracón y entre ellos estuvo Dita Kraus. Hirsch se las ingenió para reunir de manera clandestina un puñado de viejos libros. Dita fue la encargada de custodiarlos.

La primera vez que oí el nombre de Edita Kraus fue en el libro de la experta en el Holocausto, Nili Keren, titulado Auschwitz, the Death Camp. La primera vez que vi en persona a Dita fue un par de años después, en 2009, en el hall del hotel Triska, donde ella misma me había reservado habitación, cerca de su piso de Praga.

Me llevó hasta ella mi investigación, si es que se puede llamar investigación a mi lectura desordenada de libros más o menos relacionados con el Campo Familiar de Auschwitz, mi viaje a Polonia para visitar el campo de Auschwitz y el azar que me llevó a topar con ella cuando quería adquirir en internet el libro descatalogado de su marido, Ota Kraus, The Painted Wall. Ese libro era la única obra de ficción ambientada en ese barracón 31 del Campo BIIb de Auschwitz-Birkenau donde se organizó la escuela clandestina y la pequeña biblioteca con ocho viejos libros, pero se había publicado únicamente en inglés años atrás y era difícil de conseguir.

En mayo de 2009 llegué a Praga con el aturullamiento del extranjero que llega a otra ciudad y la incertidumbre de cómo sería el encuentro personal con esa extraordinaria superviviente del Holocausto de 80 años con la que me había estado comunicando a través del correo electrónico durante más de un año.

Cuando llegué al hotel ella estaba agarrada a su bolso sentada en el canto de uno de los butacones del hall y se levantó como un resorte en cuanto me vio aparecer por la puerta. Me organizó un agradable plan de visitas a los lugares menos evidentes de la ciudad, una excursión al gueto de Terezin arrastrando en una maleta de ruedas ejemplares de la novela de su marido fallecido años atrás, Ota Kraus, para vender en la tienda del memorial y cocinó para mí dumplings rellenos de una deliciosa mermelada casera de arándanos como habría hecho con sus nietos y bisnietos. Dita fue la muchacha de catorce años que dispensaba los ocho viejos libros del barracón 31 a los profesores de la escuela clandestina que fundó a espaldas de los guardas de la SS el asombroso Fredy Hirsch. Seguía siéndolo.

La bibliotecaria de Auschwitz se publicó en España en 2012 y después tuvo un efecto dominó que la ha llevado a 40 países. Está pendiente de publicarse en Ucrania, donde la valiente editora de Vivat ya la tiene traducida, maquetada e incluso diseñada la portada, y va a publicarla en cuanto la guerra le permita una brecha, para que estimule a los ucranianos en su resistencia frente a la agresión y la crueldad.

Durante años el hilo con Dita se fue fortaleciendo. Empecé a escribir un ensayo contando la historia del Bloquer-31, pero no soy historiador ni experto en elHolocausto y mis páginas eran hojas muertas. Entonces, le pregunté si le parecería bien que escribiera de manera libre una ficción basada en laperipecia del Bloque 31 y su joven bibliotecaria. Le dije que, al ser una obra de ficción, aunque tuviese mucho impregnado de ella, la protagonista no podía llamarse Dita Kraus y que le mantendría el nombre de Dita en honor a ella pero le cambiaría el apellido. Fue la propia Dita quien sugirió que tuviese su apellido de soltera: Adlerova.

En 2021 Dita se contagió de covid con más de 90 años y me invadió la angustia cuando la hospitalizaron. Había sobrevivido a los mataderoslevantados por los nazis, al expolio del comunismo, a la dura emigración a Israel, a la muerte de su hija Michaela con 18 años, a la de su hijo Shimon ya de adulto tras una larga enfermedad, a la muerte de su marido. Pues también sobrevivió al covid. Le costó recuperarse y me explicó en una carta cómo el llegar a la esquina de su casa dando pasos muy cortos fue para ella una de las mayores victorias de su vida. Así era ella: nunca se rendía.

Tras un invierno regular en Israel con la salud frágil pensó que nunca podría regresar a Praga, la ciudad de su infancia donde vio con diez años cómo una mañana de 1939 entraron las tropas alemanas y detrás de ellos los uniformados de la SS con brazaletes rojos con unas cruces torcidas.

Se recuperó y con 93 años viajaba sola de Israel a Praga, donde realmente se sentía feliz. De dónde sacaba la fuerza Dita era un misterio, uno de esos milagros laicos que hacen que uno tenga fe en la vida. Para Dita nunca nada fue fácil, así que lo difícil para ella era corriente. Nunca he conocido a nadie que se enfrentase a las dificultades más terribles haciendo menos aspavientos que ella.

Cuando le pregunté, después de tantas experiencias terribles y casi un siglo de vida, qué consejo le daría a las jóvenes generaciones me dijo: “le diría a las jóvenes madres que enseñen a sus hijos a no odiar”. Estaba muy triste por la situación en Israel, no le gustaba nada en absoluto y trató hasta el último momento de quedarse en Praga. Solo cuando ya no pudo valerse por sí misma y sintió que era el final, regresó a Jerusalén, cerca de su familia. Ella sola derrotó al Tercer Reich y a todos los que hacen del odio una forma de vida porque no consiguieron jamás arrebatarle ni la dignidad ni la sonrisa. La echaremos muchísimo de menos. Ojalá su ejemplo de entereza nos acompañe siempre.



Antonio Iturbe-Librujula




Artícles relacionats :

    Sense artícles relacionats
Noticia anterior
Noticia següent


Carrer de Canuda, 6. 5ª Planta
08002 Barcelona
Telf: 93 318 87 48 | Email info@acec.cat