Fascinación y mecánica de los premios quizás literarios
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Fascinación y mecánica de los premios quizás literarios
24/11/2025
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odos los galardones persiguen lo mismo, que el libro escogido venda más que el resto, sea en el nivel populachero, sea en el sofisticado
Los premios mal llamados literarios tienen un papel social importante. Producir fascinación. El Planeta equivale, en este sentido, al Gordo de la Lotería de Navidad. Hay una cierta necesidad colectiva de que haya 'afortunados', así podemos adorarlos u odiarlos. En mi época de coordinador de 'Babelia', solía pedirle a Ramón de España que hiciera reseñas de las novelas populares, e Ignacio Echevarría se encargaba de los premios. Periodismo también es eso, incluso en un suplemento cultural.
Pero cada libro debería ser juzgado en sus propios términos. Así lo hace Malcolm Otero Barral en este suplemento desde 2022. La actual polémica en torno a Juan del Val solo hace que ayudar a vender más al ganador. Al editor no le importa que se compre para regalar a la abuelita, que ya no tiene vista ni para leer, pero ve cada tarde al ganador en la tele. "¿De verdad que en España la gente se cree que lo que se premia es el mérito, si quien concede el galardón, quien lo organiza todo… es el editor? ¿Que el editor presida el jurado, no alarma a nadie?", me han dicho siempre mis colegas extranjeros, entre la incredulidad y los celos. Qué país tan primitivo, pensaban.
Sin tópicos Sin tópicos: todos los premios persiguen exactamente lo mismo, que el libro premiado venda más que el resto, sea en el nivel populachero, sea en el sofisticado, sean 300.000 ejemplares, sean 10.000. Para que ciertos premios vendan, el autor y la obra han de parecer 'literarios'. Para otros, basta con que sean mediáticos. Que se lo pregunten a Sonsoles Ónega. Una crítica extraordinariamente destructiva de Jordi Gracia en 'Babelia' no impidió que su novela planetaria vendiera más de medio millón de ejemplares. El error de Juan del Val ha sido pronunciar la palabra 'literaria'. Quizás le haga vender bastante menos.
Todos los premios de empresa son susceptibles de ser 'amañados'. En sus 'Diarios' ('Volumen I', página 204), Rafael Chirbes escribe: "Tras largos tiras y aflojas telefónicos, en los que, desde la editorial Anagrama, se me decía alternativamente que iba a ganar y que no iba a ganar el Premio Herralde, en el último momento Vicente Molina negoció, intrigó y se lo acabó llevando. 'Mimoun. Roman' quedó finalista".
La mecánica de los premios es similar en todas partes. Por un lado, están los cien o los mil 'concursantes' que compran décimos y creen en la suerte, y por otro está el editor, que se encarga de buscar a un autor con buen potencial de venta, al que le propondrá que 'presente' su novela (con seudónimo).
Mientras, un equipo lee todos los manuscritos que se presentan al premio, y se escriben informes de cada libro. El jurado verá apenas seis o siete novelas, elegidas por el editor, que también selecciona a los miembros del jurado. Y, como quien preside el jurado con voz y voto es siempre alguien de la editorial convocante, dirigirá amable y persuasivamente la votación hacia su elegido. Como decía el anciano Lara, "si doy tanto dinero con el premio, ¿voy a dejar que otro elija el ganador?". El fundador no se mordía la lengua.